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A cuarenta años del desembarco en Malvinas

Por Roberto Azaretto

 

En el aniversario del desembarco en las Islas Malvinas hay que distinguir entre los que tomaron una decisión errónea motivada por intereses mezquinos y los que participaron en las acciones bélicas con sacrificio y valor.

La decisión de invadir las islas fue tomada entre cuatro personas, los integrantes de la Junta Militar y el canciller Costa Méndez. El entonces jefe de la Armada, el almirante Anaya, percibía el agotamiento del régimen militar iniciado el 24 de marzo, por eso, sostenía, la necesidad de generar un hecho, que, posibilitara negociar en mejores condiciones, para, las cúpulas militares la salida del gobierno con la dirigencia política.

Ante la negativa del general Viola de emprender esa aventura, fue destituido.

La decisión de desembarcar en las Malvinas no fue conocida por el gabinete (con excepción del canciller Costa Méndez ), ni por los comandantes de cuerpo hasta horas antes del desembarco en las islas. Producido el desembarco salvo contadas voces, como, las de Alvaro Alsogaray, Raúl Alfonsín y Arturo Frondizi, se desató en la dirigencia política una competencia irresponsable de respaldo a la decisión de invadir las islas y reclamar la permanencia en ellas aunque costara la guerra.


El conflicto desnudó el desconocimiento del mundo, las relaciones de poder, los sistemas de alianzas, las consecuencias económicas, el balance militar, los escenarios posteriores a una derrota militar, tanto en la Junta Militar como en la dirigencia política. Las opiniones de veteranos diplomáticos no fueron tomadas en cuenta y el comandante de la marina Anaya, parecía olvidar su participación en planes de invasión que mostraban la posibilidad de éxito en la invasión pero la imposibilidad de defenderlas por la no poder enfrentar la flota de guerra a una flota con submarinos nucleares. Por otra parte el ejército nunca participó de los planes de la marina ni evaluó una acción militar en las islas, sus hipótesis de conflicto eran otras.

Luego de 149 años de ocupación británica, los soldados argentinos volvieron a izar el pabellón nacional en Malvinas el 2 de abril de 1982.

La Argentina venía reclamando la soberanía de las Islas desde 1884, durante la primera presidencia de Roca. La última había sido en 1849 luego del fracaso del intento de Rosas de cancelar el empréstito Baring Brothers con el reconocimiento de la soberanía inglesa. El 16 de diciembre de 1965 las Naciones Unidas aprueba la resolución 2065 que considera a las Malvinas un territorio a descolonizar, que hay un conflicto entre el Reino Unido y Argentina a resolver entre ambos estados y contemplar los intereses de los isleños.

Hubo varias gestiones oficiosas para resolver el problema durante la gestión de Costa Méndez en el gobierno de Onganía. Una segunda durante al ultima presidencia del general Perón y dos ofrecimientos por gobiernos laboristas y el último siendo primer ministra Margaret Thatcher de acordar un reconocimiento seguido de un arrendamiento por determinados años al Reino Unido, durante visitas del entonces ministro de Economía Martínez de Hoz a Londres. Avatares de la política interna inglesa y argentina impidieron el desarrollo de esas iniciativas. A Martínez de Hoz se le prohibió avanzar en esas gestiones.


El primero de marzo de 1982, treinta y un días antes de la invasión las delegaciones argentinas y británicas en las Naciones Unidas emitieron un comunicado en que “las dos partes reafirmaron la decisión de hallar una solución a la disputa de soberanía”, los ingleses aceptaron la formación de una comisión permanente para negociar sobre soberanía. Era la primera vez que se obtenía pero fue desechado por la cancillería argentina. El vicecanciller Ross fue desautorizado por Costa Méndez.

Hundimiento del Crucero Manuel Belgrano durante la guerra de las Islas Malvinas en 1982

La última oportunidad fue la propuesta Belaúnde Terry, rechazada por Anaya por haber sido hundido el crucero Manuel Belgrano. El Brigadier Lami Dozo, comandante de la fuerza aérea, votó por la aceptación de una propuesta, que obligaba al retiro de las fuerzas argentinas, pero no restablecía la presencia inglesa, un grupo de países propuestos por ambos contendientes se harían cargo de la seguridad y administración de las Malvinas, se fijaba un plazo para solucionar la controversia de soberanía contemplando los “intereses” de sus habitantes en vez de “los deseos”.


Una operación lanzada por necesidades políticas internas, mal planeadas tanto en lo diplomático como en lo militar, no es óbice para desconocer el desempeño de las tropas del ejército y la infantería de marina en el terreno, como la eficacia de la aviación militar y naval a pesar de las diferencias tecnológicas. También el de tripulación del submarino San Luis, que atacó la flota inglesa en la bahía San Carlos y logró evadir la persecución enemiga. Veinte naves hundidas o averiadas de la flota inglesa muestran la labor de los pilotos argentinos.

En los seiscientos cuarenta y nueve muertos argentinos están los pilotos caídos, los tripulantes del crucero Manuel Belgrano y el alférez Sobral. Trescientos quince son los caídos en los combates terrestres. Los ingleses reconocen doscientos cincuenta y cinco, esto indica que las fuerzas argentinas combatieron en el terreno con gran coraje a pesar de las diferencias en el equipamiento en una guerra que por primera vez se usaron misiles y elementos electrónicos.

Quienes afrontaron los rigores de la campaña y arriesgaron sus vidas fueron ocultados a su regreso como si fueran los responsables de la derrota por los responsables del fracaso. Mucho ha tardado el reconocimiento y poco se ha aprendido de esa frustración.


*El autor es miembro de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia de Historia Militar.

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