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Argentina de cara a la crisis








El hecho político central de la Argentina del presente es el rotundo fracaso de Cristina Fernández de Kirchner en su tentativa de intervenir/expropiar a Vicentin, la sexta empresa en orden de importancia del sistema de producción agroindustrial exportador del país.





Ese fracaso del kirchnerismo archiva su intento de controlar el principal sector productivo de la Argentina, absolutamente privado y volcado a la competencia en la economía global, cuyo nivel de productividad es uno de los más elevados del mundo. La razón fundamental del fracaso es que esa estrategia de apoderamiento y control del sector más competitivo del país se opone visceralmente a la realidad de la Argentina y el mundo.


Esa decisión de intervenir / expropiar a la empresa Vicentin definía la orientación estratégica del gobierno del presidente Alberto Fernández en el aspecto crucial de su relación con la producción agroindustrial exportadora del país. Por lo tanto, fijaba la inserción de la Argentina en el mundo, colocándola en una posición de rechazo y critica a la integración del sistema y sus reglas, ante todo la vinculación con el capital extranjero, principal portador de la tecnología más avanzada del siglo XXI.

El sector agroindustrial exportador de la Argentina es el ecosistema (cluster) más competitivo e innovador del mundo y el primero en productividad en términos globales. La principal característica estructural del negocio agroindustrial exportador es que tramita grandes volúmenes de producción, pero lo hace con márgenes estrechos de ganancias.


Esto significa que la capacidad competitiva de sus protagonistas depende exclusivamente del nivel de productividad de sus plantas y de la eficacia operativa de sus cadenas logísticas. Por eso, se caracteriza por la extraordinaria y constante competencia entre sus integrantes; y por el hecho de que es una actividad absolutamente volcada a la economía global, que es su auténtico terreno de competencia.


Entre las quince principales compañías agroindustriales exportadoras de la Argentina se encuentran las tres grandes trasnacionales norteamericanas (Cargill, ADM, Bunge) y una europea, Louis Dreyfus, en tanto la quinta es Cofco, de capitales chinos. También hay firmas nacionales de envergadura, como Molinos y Aceitera General Deheza, y entre ellas se encuentra Vicentin, la sexta en orden de importancia. Hay que agregar la participación de un extraordinario sector cooperativo, encabezado por ACA, notablemente innovador y competitivo y uno de los grandes inversores privados del país.


Se trata de una actividad necesariamente capital – intensiva, que requiere un proceso constante de reinversión, que es la condición esencial para el mantenimiento de un alto nivel de productividad.


El ecosistema agroindustrial exportador de la Argentina coloca la soja, el maíz, el trigo y el girasol de los productores –ya sea en forma directa o procesados- en más de 140 mercados en el mundo, y lo hace con costos que son hasta 30% inferiores a los de sus competidores. Allí se encuentra la principal industria aceitera del mundo, superior a la de EE.UU, así como la mayor actividad manufacturera de harina de soja del planeta (67% del total de las ventas externas globales de este insumo esencial es de origen argentino).


La empresa capitalista es un sistema de incentivos que resulta en la alta productividad de sus equipos y medios de producción (capital fijo o hundido); y eso es lo que se denomina “gestión” o propiedad privada. Este es el núcleo del “milagro” de la acumulación capitalista, cuyo sentido y reglas de funcionamiento, absolutamente transparentes, está a plena luz; y esto sucede en el mundo del siglo XXI, donde el proceso de globalización ha adquirido un signo hipercapitalista y excepcionalmente competitivo.


Es altamente significativo que el rechazo a la expropiación de Vicentin haya sido encabezada por la rebelión prácticamente unánime de la población de Avellaneda / Reconquista de la provincia de Santa Fe, corazón de la “Pampa Gringa”. El capitalismo agrario argentino ha sido desde su origen un fenómeno profundamente inmigratorio, capitalista, y hondamente vinculado al mercado mundial. Implica que tiene en sus raíces un aspecto nítidamente democrático –no elitista- y esencialmente regional (federal).


De ahí que la ofensiva generalizada que llevan adelante Cristina Fernández de Kirchner y La Cámpora para definir el rumbo del país y la identidad del gobierno sea estructuralmente débil, porque va en contra de las tendencias de fondo de la realidad mundial, signada por una nueva revolución tecnológica que profundiza cualitativamente el proceso de integración planetaria, que ha sido acelerado por la pandemia del coronavirus.


La intensidad de un conflicto está definida por la relevancia de lo que está en juego. Esto hace que el intento fallido de expropiación de Vicentin haya desatado el enfrentamiento más grande de la historia argentina desde el regreso de la democracia en 1983, cuyo antecedente –la crisis de la resolución 125 en 2008- es un modesto remedo de lo que está en marcha, en que la cuestión es el destino de la Argentina en el siglo XXI: fuera o dentro de las corrientes mundiales, sin tercera opción.


El resultado es que en la medida y cada vez que Cristina Kirchner avanza y se afirma en su ofensiva estratégica, esa acción desencadena una situación de creciente ingobernabilidad, que hunde el poder y la figura del presidente Alberto Fernández y la torna cada vez más irrelevante. Cuando alguno de esos intentos fracasa, como acaba de suceder con el proyecto de intervenir/expropiar Vicentin, ocurre lo contrario.

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