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Castelli y el Ejército del Norte

Opiniones de Juan B. Alberdi








Producida la Revolución de Mayo la Junta de Gobierno constituyó dos fuerzas militares con el objetivo de llevar al interior las ideas que se habían desatado en Buenos Aires y al mismo tiempo sumar, al movimiento juntista, las distintas regiones que constituían el viejo Virreinato. El novel general Manuel Belgrano marchó al Paraguay y el general Francisco Ortiz Ocampo, al frente de un pequeño ejército, se dirigió hacia el interior, constituyendo el embrión de lo que sería el Ejército del Norte. Sin embargo como el asunto en las provincias mediterráneas era esencialmente político se envió a Juan José Castelli como agregado y jefe de todas las operaciones. En su Autobiografía, Belgrano afirma:


¨El fin era llevar adelante la revolución, propagarla a todos los pueblos y provincias atraerlos por medio de la persuasión y el convencimiento.¨ En el Norte y con Castelli veremos que no fue así.

¿QUIEN FUE JUAN JOSÉ CASTELLI?


Es poco lo que diré sobre él pues el presente artículo no busca hacer su biografía. Nació en el seno de una familia muy acomodada en lo económico, y por parte de madre de largo abolengo. Estudió en el Colegio de San Carlos, actual Nacional Buenos Aires, luego en el Colegio Monserrat de Córdoba y finalmente se recibió de abogado en la Universidad de Chuquisaca. Vuelto a la ciudad fue asesor del Consulado, gracias a que su primo Manuel Belgrano lo propuso, luego, relator de la Real Audiencia y finalmente asesor del Virrey Cisneros. Durante las Invasiones Inglesas su conducta fue confusa, por no decir escandalosa. Castelli formaba parte de un grupo minoritario de criollos que junto a espías británicos radicados en el Río de la Plata conspiraban contra España con el afán de alcanzar la Independencia apoyándose en los invasores ingleses que llegaron en 1806. Un oficial Británico, Alexander Gillespie, era el encargado de recolectar firmas de la élite porteña donde dejaban establecido su aceptación del gobierno extranjero. Entre los firmantes se encontraba Castelli. Notable diferencia con su primo Belgrano a quien le sugirieron lo mismo, sin embargo contestó: ¨El amo viejo o ninguno.¨ y pasó a la clandestinidad.


Como siempre ocurre, cuando los ingleses fueron derrotados, Castelli ya no estaba en ese bando.


Por su estrecho vínculo con Cisneros formó parte de la Junta de Mayo, una clara picardía del Cabildo de Buenos Aires que al correr al Virrey, acomodaba a su asesor. Desatada la Revolución de Mayo se desplegaron las fuerzas ocultas en las cabezas de algunos de sus miembros. Fue el caso de Castelli. Su iluminismo afrancesado echó a perder la potencialidad del Ejército del Norte. Dejando de lado las órdenes que cumplió respecto de los fusilamientos llevados a cabo en Cabeza de Tigre y el Alto Perú, su mirada y su conducta en esas cuatro provincias norteñas: La Plata, la Paz, Cochabamba y Potosí ocasionó que perdiéramos esa región perteneciente al Virreinato del Rio de la Plata para siempre. Bolivia se perdió en esos días.

Castelli fue el responsable del relajamiento de las costumbres dentro del Ejército como de la agresión y el desprecio que esa fuerza ejerció sobre los naturales de aquella región. Cajetillas de la ciudad puerto, volcados de corazón al cosmopolitismo revolucionario francés, jamás entendieron la idiosincrasia de aquellos norteños apegados a la tierra y a las tradiciones. Luego del resonante triunfo de Suipacha alcanzado por el general Antonio González Balcarce, al día siguiente Castelli se incorporó a las fuerzas militares y ya todo fue para atrás.


Ignacio Núñez, uno de nuestros primeros historiadores, contemporáneo de aquellos acontecimientos, narra en su libro Noticias Históricas lo siguiente, acerca del Ejército del Norte:


¨Los diferentes campamentos eran otras tantas ferias diurnas y nocturnas, donde entraban y salían discrecionalmente los hombres y las mujeres de las comarcas inmediatas, donde se bailaba, se jugaba, se cantaba y se bebía como en una paz octaviana.¨

Con la gravedad de que muchos de los que entraban y salían eran indígenas que detestaban a los porteños e inmediatamente informaban al Ejército Español lo que ocurría en el patriota.


Juan Bautista Alberdi en su libro Grandes y Pequeños Hombres del Plata cuenta:

¨Iba el doctor Castelli como el representante político del gobierno provisorio. Penetro con pequeña resistencia y tomó posesión de las cuatro provincias, hasta el Desaguadero. Allí fue derrotado en Huaqui. El insucezo fue debido al odio despertado en esos pueblos por la mala conducta de los libertadores. Castelli creía que todo estaba asegurado y que nada había que hacer. Argerich, el médico y otros se dieron a escándalos contra la religión y el culto: los más se dieron al juego y a la disolución: despreciaron a los cholos, que fueron sublevados por los curas contra los herejes engrosando las filas del ejército realista.¨

Ignacio Núñez continúa su narración: ¨Se desbandaban por las poblaciones para propagar sus doctrinas que denominaban despreocupación, término entonces muy a la moda en el partido liberal, hasta el grado de haber inducido a los indios o naturales a quemar una cruz en la misma capital de la provincia de La Paz y a que algunos cometiesen el enorme sacrilegio para aquellos pueblos de revestirse sacerdotalmente y cantar misa en el templo de la ciudad de Laja, en cuyo púlpito Monteagudo, secretario de Castelli, en un burlesco sermón afirmó: la muerte es un sueño largo.¨

Estas conductas son un calco de lo que había pasado en los momentos más trágicos de la Revolución Francesa:


¨La mayoría de ellos (los sans culottes parisinos) estaban todavía bajo los efectos del aguardiente que habían bebido en los cálices. Montados en asnos, cubiertos con ropas sacerdotales, tenían por bridas las estolas de los sacerdotes y llevaban en las manos el copón y la hostia consagrada. Deteníanse en las puertas de las tabernas, donde el tabernero, con una pinta de vino en la mano tenía que llenar el vaso sagrado tres veces. Los impíos marchaban disfrazados de sacerdotes portando un rico botín, consistente en copones, cálices, candelabros y platos de oro y plata. Mientras en el cementerio de París se habían escrito las palabras siguientes: Esta es la morada del sueño eterno.¨ (Carlyle, Thomas. Historia de la Revolución Francesa.)

Los ilustrados porteños llevaban adelante principios y valores que si en Francia guardaban algún sentido en América eran aberrantes, contraproducentes y reaccionarios, más entre los pueblos indígenas y cholos que eran profundamente cristianos.


¨Una noche, en Chuquisaca, salían unos oficiales de un baile. Al pasar por una esquina de la Recoleta, observaron a unos indios que, a la luz de candelas adoraban una cruz. ¡Terminemos con estas supersticiones, hijas del atraso y de la ignorancia!, propuso uno. Los demás apoyaron. La cruz fue arrancada y arrastrada hasta la Plaza Mayor.¨ (Chaves, Julio: Castelli el adalid de Mayo)

En síntesis la conducta de este ejército y sus principales jefes como Balcarce, Díaz Vélez, Castelli, Bernardo de Monteagudo y oficiales de menor graduación fue tan violenta y despectiva hacia las costumbres y la religiosidad de los indígenas que después de la derrota de Huaqui debieron huir por caminos intransitables pues si ingresaban en alguna ciudad eran violentamente atacados por los indígenas con piedras y palos. Fue tan desdorosa la huida que por años quedó grabada en la memoria de los lugareños. No obstante y sin ninguna necesidad, más que la ceguera ideológica, Castelli, antes de la batalla había dicho: ¨Triunfaremos aún contra la voluntad de Dios¨.


Tan descolocados estaban estos hombres que cuando el 25 de mayo de 1811, Castelli, a orillas del Titicaca, organizó los festejos de la fecha patria, quedaron aturdidos con lo que pasó. De pie en lo alto de una roca luego de hablar en términos muy enjundiosos sobre la vida, la libertad, los derechos, la igualdad los desastres del gobierno colonial, como un inca travestido de Robespierre, al fogoso tribuno se le ocurrió preguntar a la multitud de indios: ¨Decid ahora qué queréis y nuevamente, alzando la voz ¡qué quereis!¨ Castelli esperaba en solo grito la palabra Revolución, pero los indios dijeron: Aberrante, tatay (aguardiente, señor) Castelli quedó desolado.


Por eso las palabras de Alberdi son más sabias que todos aquellos historiadores que han puesto por los cielos a la figura de Castelli.


¨De ahí es que Belgrano hizo llevar escapularios y rosarios a sus soldados y ostentó un respecto exagerado a la religión. Ya era tarde el pueblo se había puesto contra ellos.¨

Para terminar resta observar la coincidencia de la historiografía liberal iluminista y la de izquierda en la figura de Castelli. Sin embargo Alberdi, liberal historicista, no se dejó llevar por esa música. Recuerdos que enaltecen aún más la figura del general Belgrano y naturalmente la de Alberdi.

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