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Cuba: un levantamiento echado a perder

Por Mike González


Dentro de poco se cumplirá un mes de las manifestaciones que sacudieron a Cuba el pasado 11 de julio. Desde entonces, se ha impuesto en la desdichada isla una auténtica paz cartaginesa, con detenciones masivas, juicios esperpénticos y desapariciones destinadas a reprimir nuevas manifestaciones. Mientras tanto, la administración Biden continúa paralizada, y las dudas han empezado a minar su propia seguridad.


El resultado, por difícil que sea de aceptar, es que se está desperdiciando la oportunidad de un cambio de fondo. Esta valoración parecerá muy dura si se recuerda la esperanza que en todo el mundo suscitaron los acontecimientos del 11 de julio, y que nos hicieron creer que los cubanos iban a recobrar su libertad. Aun así, es una valoración necesaria antes de que todo aquello caiga en el olvido.

No, Cuba no va a volver al statu quo anterior. Hubo un cambio de fondo aquel 11 de julio, cuando miles de personas se echaron a las calles de 40 ciudades de toda la isla. Cuando todo un pueblo toma conciencia de lo que significa perder el miedo, el terror sólo puede usarse de forma esporádica, táctica, como en el juego del ratón y el gato.

Por lo tanto, el miedo ha dejado de ser una estrategia a largo plazo para el régimen. Por el contrario, ahora le toca al infausto Miguel Díaz Canel, el presidente títere de Cuba, y a la familia Castro, cuyos intereses está encargado de defender, conocer el significado del miedo. Ahora les toca a ellos tener miedo de que los cubanos vuelvan a levantarse y acaban derrotándolos. El propio Díaz Canel se ha convertido en un motivo de irrisión en la isla y un apelativo tóxico ha quedado ligado a su nombre en los videos y las protestas callejeras.

El 11 de julio, Cuba conoció algo parecido a lo que los polacos experimentaron cuando el Papa Juan Pablo II visitó su tierra natal en 1979. Millones de personas salieron a la calle, y al ver lo numerosos que eran, comprendieron la fuerza y el poder que tenían en sus manos. “No tengáis miedo”, decía el mensaje del Papa, y los polacos tomaron buena nota de aquella invitación.

Ahora bien, si no cuentan con ayuda exterior, los cubanos no podrán hacer mucho más. Los comunistas están en posesión de toda la fuerza desde que se hicieron con el armamento en uno de primeros actos realizados tras el triunfo de la revolución en 1959. Y todo el mundo sabe que los Castro se mantendrán en el poder incluso si tienen que encarcelar o fusilar al último cubano vivo.

Es cierto que Biden podría hacer más, pero todo indica que está retrocediendo porque teme molestar a las facciones pro-castristas en la izquierda de su propio partido. Además, desea evitar una situación caótica a tan solo 145 kilómetros de distancia, aun en el caso de que ese posible caos traiga la libertad a 11 millones de personas.

Por ejemplo, Biden podría utilizar la extraordinaria plataforma de la que dispone para formar una gran coalición internacional. Por ahora, el secretario de Estado Antony Blinken solo ha logrado liderar una coalición de 20 países que ha exhortado al régimen a respetar los derechos del pueblo cubano y poner fin a las detenciones y los juicios sumarios.

La coalición la forman Brasil, Israel, Honduras, Montenegro, Chipre, etc. Aparte de los tres Estados bálticos, firmes partidarios de la libertad debido a su historia, no participan en ella ninguno de los aliados de Estados Unidos en la OTAN. Tampoco han integrado la coalición aliados tan importantes como Japón, Australia o Filipinas.

Los observadores cubanos andarán preguntándose si la administración norteamericana ha llegado a realizar el trabajo diplomático imprescindible para reclutar a algunos países más importantes. El esfuerzo, casi insignificante, contrasta con el éxito que tuvo la administración Trump a la hora de reunir un amplio apoyo internacional en defensa de Juan Guaidó ante el régimen de Maduro, hace dos años. A pesar del apoyo expreso al pueblo cubano, la administración Biden tampoco ha criticado a Díaz Canel por aparecer en televisión ordenando a los comunistas que tomen las calles y castiguen con violencia a los manifestantes.

La administración Biden tampoco ha hecho nada para facilitar la conectividad de Internet de los cubanos, una realidad imprescindible para que el grito de los cubanos por la libertad consiga algún éxito. Lo primero que hizo el régimen comunista después del 11 de julio fue desconectar internet en la isla, con un coste económico que -eso sí- todos los regímenes totalitarios están dispuestos a afrontar.

Marco Rubio, senador republicano por Florida, ha pedido al gobierno de Biden que recurra a globos que sobrevuelen la isla para sortear la prohibición del régimen cubano, o que utilice la base naval de Guantánamo que el gobierno de Estados Unidos tiene en la isla, pero la administración Biden se ha limitado a decir que estudiará las propuestas. Los disidentes que advirtieron en 2016 de los riesgos que comportaba el acuerdo firmado entre Google y el régimen cubano se preguntan ahora si los gigantes tecnológicos se están negando a hacer lo necesario para ayudar a los cubanos, y si la administración Biden está aplicando la presión necesaria.

En realidad, la administración Biden ha hecho todo lo contrario. Ha anunciado que está estudiando volver a autorizar el envío de remesas a Cuba, esas remesas que llenan las arcas del Estado cubano con divisas fuertes difíciles de conseguir. También se sabe que la administración Biden está estudiando otras medidas de conciliación, como las que defienden algunas figuras clave de la administración, entre ellas Juan González, director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, y Emily Mendrala, Subsecretaria de Estado Adjunta de Asuntos del Hemisferio Occidental.

Un acercamiento al régimen cubano sería una clara traición a los valientes manifestantes cubanos y tendría un fuerte impacto en las elecciones de Florida, un Estado clave en el mapa electoral.

Todo indica, sin embargo, que los portavoces de la izquierda seguirán trabajando para que la administración norteamericana se muestre complaciente con el régimen comunista. Provienen de sectores donde tradicionalmente impera el progresismo, como la Oficina de Washington para América Latina, que pretende apoyar los derechos humanos en América Latina pero que no incluye en su sitio web información alguna sobre las protestas cubanas (de hecho, publicó un informe sobre Cuba donde omitía cualquier mención a esas protestas), o de movimientos marxistas como Black Lives Matter, que apoyan al régimen en vez de a los manifestantes.

Ahora bien, Biden debería mostrarse sumamente cauto. A pesar de que estas son las voces que influyen en su círculo más próximo, que incluye desde Susan Rice, directora del Consejo de Política Nacional, hasta Mendrala y González, Biden ha de comprender que la Historia le pedirá cuentas por su inacción y sus decisiones erróneas.

Echar en saco roto lo que está ocurriendo en Cuba podrá ser olvidado, pero no podrá perdonarse nunca.

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