top of page

De Washington a Cornualles








En los monitores de la economía planetaria se encendieron luces de alarma. Los encargados de controlar sienten próxima la erupción de un volcán muy diferente. Al inesperado aumento del precio de hidrocarburos y su impacto en los costos del transporte marítimo más la caída de producción de materias primas y un desabastecimiento generalizado, se suman la inquietante inflación del 5,5% anual y un desempleo que no baja.



En el escenario pospandémico, los daños directos y colaterales pondrán en riesgo la vacilante recuperación atada a la locomotora china, que va saliendo del sofocón ocasionado por la inmobiliaria Evergrande (¿otra vez la misma historia?).


Muchos analistas consideran que el mundo nunca superó la crisis financiera de 2008, cuyas causas y efectos tampoco nunca una explicación transparente. El desfalco de B. Madoff y la estrepitosa caída de Lehman Brothers la preanunciaron; no fueron los únicos casos: quién recuerda las quiebras de WorldCom, Enron Corp., la francesa Vivendi Universal, Parmalat en Italia, las hipotecas españolas, expresiones de un capitalismo incontrolable. Los gobiernos involucrados habían prometido en adelante controles rigurosos a un sistema financiero con demasiados laberintos en cities bancarias y paraísos fiscales.


Amartya Sen denunciaba entonces los lados oscuros de la globalización económica ante “la doble presencia de una pobreza miserable y una prosperidad sin precedentes”. El Nobel de Economía bengalí señalaba que las desigualdades eran producto de la disparidad de riquezas, pero también de graves asimetrías de poder político, social y económico; y militar, agreguemos.


De hecho, la globalización en la picota ha producido grandes beneficios a la Humanidad; no es un fenómeno desconocido, ni sólo occidental, ni malo per se.

Por suerte, después de las tormentas el sol vuelve a brillar, pero adviértase que estamos viendo la punta del iceberg. ¿Cómo esquivar las ¾ partes ocultas bajo el mar para evitar un cataclismo político, económico y social?


El Consenso de Washington


Ante la evidencia de que no duraría mucho la unipolaridad norteamericana luego de la Guerra del Golfo Pérsico (enero 1991) y del ataque a las Torres Gemelas una década después, se replanteó la seguridad internacional, por un lado; por otro, parecía sensato reexaminar tanto los basamentos económicos impuestos por el Consenso de Washington (CW) como sus efectos.


La caída del Muro, la implosión de la URSS y el conflicto del Golfo en apenas un bienio indujeron el “fin de la historia”, acentuando la visión globalista norteamericana en tres pilares: democracia, libertad de mercados y derechos humanos. Estas consignas operaban como una suerte de membresía para gozar de los beneficios de un nuevo orden que EE.UU estaba decidido a liderar.


El CW venía a sostener la aplicación global de las políticas aplicadas por los gobiernos de M. Thatcher y R. Reagan, basadas en la reducción de la presencia estatal en la economía mediante dos líneas básicas: no interferir la libre circulación de capitales y disminuir las cargas impositivas. Una revolución conservadora contra la izquierda y el estatismo, según Guy Sorman.


Ese Consenso, hilando fino, se correspondía con las bases ideológicas del sistema jurídico, político y económico negociado en los Acuerdos de Bretton Woods (julio 1944) y en la Conferencia de San Francisco (abril-junio 1945). Tal sistema resulta insuficiente para las necesidades del mundo en este siglo oceánico y espacial. Será muy difícil una recuperación global incluyente si no se revisan a fondo y cambian reglas de juego con más de 70 años de uso y abuso.


Tras la unificación alemana, John Willamson –el inspirador- movilizó en 1990 al establishment norteamericano para compilar un conjunto de medidas que consolidara el capitalismo triunfante. El acuerdo logrado en la capital norteamericana involucró a los staffs políticos y económicos de organismos multilaterales (FMI, BM, OMC), del Congreso de los Estados Unidos, la Reserva Federal y expertos de la burocracia de Washington.


Conviene recordar que casi todas las “coincidencias” siguen dando vueltas y generando controversias: disciplina y reforma fiscal; tasas de interés positivas determinadas por el mercado; tipos de cambio competitivos; liberalización comercial; apertura a inversiones extranjeras directas; privatización de empresas estatales; desregulación económica. Tales medidas no son intrínsecamente perversas, pues tratándose de instrumentos cualquier gobierno las considera según cada coyuntura en función de sus intereses nacionales. La prevención, proviene, en todo caso, de la escasa apertura de juego para debatirlas y por supuesto acordarlas. Así pasó y quizás así pasará, como veremos.


El fracaso posterior de esas medidas fue analizado del derecho y del revés por el establishment mismo, debido a las negativas consecuencias sociales sobrevinientes a la aplicación del recetario por el FMI -avalado por el G7- en países emergentes.


Consecuencias: devaluación del peso mexicano en 1994; la crisis financiera asiática de 1997 (que empezó con la devaluación de Tailandia y después las de Malasia, Indonesia y Filipinas); la rusa de 1998 y de Brasil en ese mismo año; la hecatombe argentina de 2001. Las economías en vías de desarrollo estaban enmarañadas en la especulación financiera, dependientes de capitales volátiles ajenos a los requerimientos productivos, mientras crecían al infinito sus deudas públicas. Desde luego, eso no exime de responsabilidad a las dirigencias nacionales por su imprevisión, falta de idoneidad y corrupción.


Los “disensos” de Washington


De aquellos años, rescatamos el análisis del economista Josep M. Serrano SJ, apuntando a tres aspectos: 1 - reorientar el gasto público hacia lo social; 2 - encarar “tres grupos de problemas teóricos”: a) imprecisiones respecto de “consenso” y “Washington”, e imparcialidad de sus reglas, b) qué hacer ante la falta de consenso, c) analizar por qué los países que aplicaron el paquete completo del FMI no crecieron a mediano plazo; 3) establecer criterios razonables de implementación, considerando por separado los distintos casos. Esta percepción se fue reproduciendo en diferentes ámbitos políticos y académicos.


En esa misma línea de contraofensiva, se anotó hasta la Fundación Carnegie con su informe “Políticas económicas para la equidad social en América Latina” (septiembre 2000), proponiendo medidas paliativas desde atemperar las variaciones de los mercados financieros e implementar redes de protección social, hasta eliminar obstáculos a la pequeña y mediana empresa, reforma agraria y protección de los consumidores.


Tantas propuestas y advertencias terminarían ingresando a la nueva agenda económica internacional. En septiembre de 2004 se realizó el Fórum de Barcelona, desde una infaltable perspectiva de izquierda, que propuso una “Agenda del Desarrollo” de escaso cuajo. Abunda bibliografía respecto de los varios “disensos”, disponible en Internet.


La primera cumbre del G20 poscrisis financiera, celebrada en Washington (nov. 2008), fue un fracaso. “Le laissez faire cést fini”, reprendió Sarkozy en esa ocasión y sin ponerse colorado. En la siguiente cita (Londres, abr. 2009), el ex premier británico Gordon Brown decretó la muerte del CW, anunciando su reemplazo por un “Consenso de Londres”, que duró tanto como su mandato: “La época del Consenso de Washington ha terminado -dijo entusiasmado- y crearemos un Nuevo Orden Mundial con cooperación internacional”. ¿Quiénes, cómo?


Signo de los tiempos, la presión apuntaba al control de los fondos de riesgo (hedge funds) y paraísos fiscales, de las calificadoras de riesgo y honorarios de banqueros; concluir la Ronda de Doha y frenar al proteccionismo; triplicar los recursos del FMI hasta u$ 750.000 millones. Necesario pero insuficiente para superar tantas crisis y desigualdades. La única verdad es la realidad: el 85 % de la riqueza mundial se concentraba en el 10% más rico y el 50% de los más pobres solo participaba del 1% del PBM. Estos porcentajes se mantienen con escasas variaciones y por eso exigen respuestas cualitativamente distintas.


Para no extendernos demasiado, cabe mencionar la Declaración de Pittsburgh (septiembre 2009), en el marco de la décima cumbre del G20 (disponible en https://www. ituc-csi.org/IMG/pdf/No_59_-_La_economia_mundial_en_crisis_AnexoII.pdf), un buen diagnóstico con mucho de anticipatorio y propuestas concretas tendientes a reformar el mandato, la misión y la gobernanza del FMI y de los bancos de desarrollo. Aún priorizando la cuestión financiera, se convocaba a la comunidad internacional a encarar la problemática energética y del cambio climático, que incidió en los Objetivos de Desarrollo Sustentable promovidos por la ONU en 2015.


Cornualles: otra vuelta de tuerca


A fines del corto siglo XX, el Grupo de los Siete (G8, mientras se contuvo a Rusia) advirtió que lo desbordaban los complicados sucesos de aquellos años. Así, en ejercicio de realpolitik, nació en 1999 del Grupo de los 20, un foro de países industrializados y emergentes que representa el 85% del PBM y el 65% de la población mundial. Esta es desde entonces la mesa grande, que -a más de Argentina, Brasil y México- incluye también a China, Corea del Sur, India, Sudáfrica y Turquía.


El G7 -la mesa chica- más Corea del Sur, India, Sudáfrica y la UE como invitados especiales, se reunieron a mediados de junio pasado en Carbis Bay, pueblo costero del condado de Cornwall. La agenda tenía tres temas centrales: el envío de mil millones de vacunas al sistema COVAX, un acuerdo marco para impedir futuras pandemias y un aporte de 100.00 millones dólares hasta el año 2025 para reducir emisiones de carbono en países emergentes.


Al finalizar la cumbre, se conoció un memorándum que impulsa la “reinvención” de la economía mundial pospandemia dejando atrás el paradigma del CW, corrigiendo las desigualdades y aplicando impuestos a las grandes corporaciones para que tributen allí donde venda sus productos. El presidente Biden impulsa estos cambios para marcarle la cancha a China, sobre todo.


Los ministros de finanzas del G7 ya habían aprobado un 15% de impuesto mínimo universal a las grandes empresas y sus propietarios, que aportan como monotributistas. La propia OCDE se puso en campaña y ya sumó a 136 países a la lista de los que apoyan la medida a partir de 2023.


La economista ítaloamericana Mariana Mazzucato, autora de El Estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado (2013, en el cual buscó constatar que el Estado está más presente que el sector privado en los sectores de alto riesgo), representó a Italia en el Panel de Resiliencia Económica del G7, el cual elaboró un informe que promueve una relación “radicalmente diferente entre los sectores públicos y privado para crear una economía sostenible, equitativa y resiliente”. “Abogamos -sostiene- por una reorientación radical en nuestra forma de pensar sobre el desarrollo económico, pasando de medir el crecimiento en términos de PIB, valor agregado bruto o rendimientos financieros a evaluar el éxito sobre la base de si logramos objetivos comunes ambiciosos”. Así viene la mano.


El “Consenso de Cornualles” será girado al G20, que se reunirá en Roma a fines de octubre, para debatir sobre la pandemia, el cambio climático, desigualdades y fragilidad económica. Dato no menor: China y Rusia anunciaron su ausencia, de modo que salir de un consenso y entrar a otro sin ellos suena a guasa.


Colofón


El clima de época ha impactado en el rumbo del FMI, expresado en el sofocón de Kristalina Georgieva, a quien Janet Yellen salvó de su defenestración. Como en la década de los ‘90, arrecian -y duras- las críticas contra el Fondo; de paso ligan el Banco Mundial y la OMC. Pero la cuestión va más allá.


Según Jayati Ghosh, profesora de la Universidad de Massachusetts Amherst, sin perjuicio de la posible inconducta de Georgieva cuando asesoraba al BM, se trata de la inevitable colisión entre dos visiones sobre la existencia misma del Fondo tal lo conocemos. Para Ghosh la crisis de confianza actual hacia las instituciones de Bretton Woods viene de lejos, y sus problemas reales son para ella “el poder desproporcionado de Estados Unidos, el enfoque profundamente procíclico del FMI y la falta de voluntad de las economías del G7 para permitir que los organismos multilaterales aborden los problemas globales”.


Las grandes economías completaron su ciclo industrial y le “retiraron la escalera” al resto, Friedrich List dixit. Hoy el desarrollo pasa por la innovación tecnológica y al parecer no hay demasiado interés en abrir el juego y dejarnos la escalera. ¿Cómo salvar las pequeñas y medianas empresas que en el mundo sostienen la producción económica?


Cuántos “consensos” han de pasar hasta entender que el nuevo orden mundial seguirá vinculado al derrotero del capitalismo y a la eficacia procedimental del multilateralismo, basculando entre la tendencia globalista del G7 hacia un gobierno mundial y la coexistencia multipolar que debemos ayudar construir desde nuestra región.


Ni qué decir del sufrimiento de la pendular economía argentina, atascada desde hace décadas en dos modelos que operan como caras de una misma moneda: el populista y el neoliberal, cada cual con su maniquea receta de redistribución de la riqueza.


En este contexto, la visión geopolítica –o su ausencia- acerca de dónde ubicarnos juega un papel decisivo. Y la República Argentina necesita debatirlo antes de que sea demasiado tarde.


Enlaces de referencia:

-https://www.ituc-csi.org/IMG/pdf/No_59_-_La_economia_mundial_en_crisis_AnexoII.pdf.



bottom of page