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¿Debe declararse un nuevo feriado en homenaje al coronel Manuel Arias?

Por Gregorio Caro Figueroa -

 

El Foro Patriótico Manuel Belgrano le solicitó al historiador salteño Gregorio Caro Figueroa una opinión acerca de la propuesta de tres Diputados del Frente de Todos de Jujuy de conmemorar con un feriado nacional la muerte del Coronel Manuel Eduardo Arias. Aquí sus respuestas. Estimado Claudio: Es bueno recibir noticias tuyas. Agradezco tu mensaje. También la invitación que allí me envías.


Respondo tus dos preguntas. Por las dudas, adjunto el prólogo al libro de Gustavo Álvarez sobre Manuel Eduardo Arias. Este libro se presentó en Orán, la semana pasada (fines de abril de 2022) en Jujuy y este viernes, (6 de mayo) en la ciudad de Salta.


P- Diputados nacionales del Frente de Todos por Jujuy, promueven una Ley para declarar feriado nacional el aniversario de la muerte de Manuel Eduardo Arias. ¿Qué opina sobre esta iniciativa?


​R - Esta propuesta es un uso abusivo de la historia con fines políticos. La historia no es materia de legislación. Por este camino, no es exagerado imaginar otras provincias harán reclamos similares. Asistiremos a una inflación de homenajes. La mitad de los días del calendario podrían estarán en rojo. Volveríamos a la América del siglo XVIII, cuando había exceso de días no laborables. Critiqué el proyecto de declarar feriado nacional por Güemes, aunque escribí sobre Güemes y presidí la Academia Güemesiana. Todo culto exagerado, termina por erosionar a quienes se quiere homenajear. Se honra la Patria y a los hombres dignos que destacaron, respetando nuestra Constitución, cumpliendo las leyes, creando trabajo y trabajando, educando, mejorando el sistema de salud y la seguridad.


P - Hay historiadores salteños que tienen una mala opinión sobre el personaje al que señalan como uno de los responsables del asesinato de Guemes y más amigo de España que de la Patria naciente.


R - Este tema también fue, y sigue siendo, uno de los episodios más explotados y distorsionados con fines políticos y propagandísticos. Para ello se usan dos instrumentos: la adulteración de los hechos históricos y el anacronismo. Se trasladan al pasado ideas, prácticas, categorías políticas del presente. Algunos lo hacen de un modo muy grotesco. Por ejemplo, afirmar que Güemes fue una versión adelantada del Che Guevara, que hizo la reforma agraria, que fue gobernador por elegido por voto popular, que fue un caudillo federal, que enfrentó a la oligarquía, y que ésta, aliada a los realistas, planeó y ejecutó su asesinato. Se confunde, de forma deliberada, las críticas a algunas medidas de Güemes, en especial que comenzó a adoptar a comienzos de 1819, con una conspiración de un sector opositor patriota aliado con el general Olañeta, de ideas y comportamiento ambiguos: se fingió realista y absolutista y también fingió patriotismo: era un "doble cara". El interés de Olañeta no estaba al final en un bando o en otro: su verdadera cara esas sus intereses y ambiciones políticas. Quería ser amo y señor del Alto Perú. Al final, críticos de Güemes fueron hombres que habían sido principales colaboradores suyos, como Arias en lo militar o el abogado Pedro Arias Velázquez, en lo político. El reciente libro del profesor Gustavo Álvarez sobre Manuel Eduardo Arias, aporta documentación y análisis riguroso que desmienten la supuesta traición de este jefe de milicias gauchas, uno de los mejores que de la Guerra Gaucha.- ​


Una aclaración más: Cuando se comenzó plantear decretar feriado nacional el aniversario de la muerte de Güemes, critiqué esa iniciativa en algunos medios.

Además de haber comenzado a estudiar y a escribir sobre Güemes hace 55 años, en el año 2017 fui elegido presidente de la Academia Güemesiana, a la que ahora no pertenezco. En 1964 mi padre era diputado nacional. Ese año presentó un proyecto para establecer los días de junio como fecha de conmemoración nacional de Güemes. De forma explícita no incluía la posibilidad de un feriado. Lo que sí propuso que ese día se dictaran clases alusivas a Güemes su trayectoria. El actual proyecto de diputados K de Jujuy me parece un disparate. Como también lo son los ataques de "güemesianos" salteños a Manuel Eduardo Arias, al que califican como "traidor", "antipatriota" y cómplice de los jefes realistas. Esos legisladores jujeños estarán inspirados en los escritos y temerarias opiniones ideológicas-rentables de Felipe Pigna que presenta a Güemes como un proto montonero, partidario de la revolución social, de la reforma agraria, y enemigo de la oligarquía local. El autor del libro, anteriormente citado, profesor Gustavo Álvarez, me pidió que prologara su obra, cuyo título es "Manuel Eduardo Arias en la encrucijada de la Patria. La polémica sobre Arias ¿Héroe o traidor?" Lo que incluyo aquí, abajo de estas líneas, es el texto de ese escrito. Si consideras que se puede publicar, puedes hacerlo. Cordial abrazo, extensivo a los amigos de tu grupo. Gregorio ------------------------------------ PRÓLOGO Por Gregorio A. Caro Figueroa (*) El historiador no es juez. No debería serlo. El historiador indaga, procura comprender y hacer comprender. Por el camino de la investigación y la crítica, se aparta del error buscando aproximarse a la verdad histórica y, “por ende, a lo justo”. Pero no ingresa al recinto de la historia luciendo toga y birrete. No está facultado para juzgar y, menos aún, para dictar sentencias inapelables. Por esta vía, “la ciencia histórica acaba siendo una ética”, dice Jacques Le Goff. La senda a recorrer hacia la meta de la verdad histórica, no es corta, recta ni pavimentada. Recorrerla es un desafío porque es sinuosa y compleja. Para eludir sus retos, se suele transitar atajos que la desvían del objetivo. La simplificación es uno de esos atajos. “El tópico, el lugar común, evita enfrentar la complejidad de lo real”, advierte Paul Zumthor. Anacronismo, maniqueísmo y desconocimiento del contexto son otros modos de acortar y errar el camino. Esos recursos no acercan a la verdad: los desvían de ella. La andadura torcida desemboca en un territorio parcelado. En un sector habitan los elegidos: buenos, héroes, arquetipos y seres ejemplares. En el otro residen los malos: villanos, traidores, pérfidos y desleales. De ese modo se acopian argumentos para delimitar dos campos antagónicos: de un lado, los amigos; del otro, los enemigos. Sobre ese terreno se cavan trincheras, tierra fértil para atizar odios retrospectivos. A lo largo de siglos, una parte de la historia escrita abrevó en esas fuentes. En nuestros días, esto se define como “una estrategia discursiva de construcción de una frontera política que divide a la sociedad en dos campos”: amigos versus enemigos. Esquema que traslada categorías bélicas al campo político, social y cultural y, dentro de este terreno, también a la interpretación de la historia. Este libro de Gustavo Álvarez, sin alardes, sin ánimo provocador y sin golpes de efecto, elude esas trampas. Es posible que la condición de bonaerense por nacimiento y de “oranense” por adopción, le otorguen a Gustavo Álvarez una doble ventaja. Por un lado, esa distancia crítica necesaria para comprender un hecho histórico. Por el otro, su arraigo de veinte años en Orán a cuya actividad docente, cultural y social está vinculado desde entonces. Esos vínculos alimentaron su interés: primero, por conocer la historia de Orán; después, por investigar y comprender su pasado. Entonces advirtió la importancia de esa región, la de su papel durante la Guerra de la Independencia y, dentro de ella, la trayectoria de Manuel Eduardo Arias, personaje controvertido cuyo busto, realizado por Santos Vergara, lo recuerda y restituye como uno de los más importantes jefes de las fuerzas de Güemes pese a que la historiografía tradicional salteña lo descalificó adjudicándole, con hierro candente, la condición de “traidor”. Gustavo Álvarez se delimita de esas dos corrientes de interpretación enfrentadas y sin puentes tendidos al diálogo y al entendimiento. Su propósito al emprender esta prolija e inteligente investigación es “aportar una perspectiva diferente” a esas dos posiciones antagónicas y, como él dice: “radicalizadas”. Ambas se adjudican superioridad, la propiedad de la verdad histórica y la facultad de dictar sentencias inapelables. La autoridad de Bernardo Frías como primer historiador salteño, no se ve menoscabada por sus severas críticas a Manuel Eduardo Arias. Tampoco porque, para los excesos de Güemes, invoca la “absolución de la historia”. Su valoración de Güemes no impide a Frías reconocer algunos errores del jefe salteño, explicables por “la imperfección de toda obra humana”, matizó. Esa búsqueda de equilibrio no se confunde con la intención de aportar una interpretación híbrida, complaciente y fingidamente contemporizadora destinada a conformar a tirios y troyanos. En este libro, Álvarez no construye un nuevo y rígido esquema para reemplazar otros. Tampoco clausura el debate con certezas. Por el contrario, como todo buen historiador, estimula la controversia, fertiliza el campo, abre interrogantes. En esta obra, el profesor Álvarez elude obstáculos que se interponen en el camino: simplificación, anacronismo, localismo, sobrecarga ideológica, tentaciones retóricas, sustitución de argumentos por descalificaciones, abuso del esquema de opuestos excluyentes “patriota/traidor”, manipulación de información documentada y el afán de poner por delante conclusiones, antes de fundamentarlas. Con documentos en mano, analizados con hilado fino e interpretados con rigurosa lógica, Álvarez desarticula uno a uno los supuestos sobre los que se asienta la condena del coronel Manuel Eduardo Arias, que durante un lustro se desempeñó bajo el mando de Güemes como uno de los oficiales de más capacidad y coraje. Al hacerlo, también desmantela el estigma que cayó sobre el llamado partido de la “Patria Nueva”, al que la historiografía tradicional caracterizó como un grupo de la elite u oligarquía local, compuesto de codiciosos comerciantes renegados de la causa de la independencia y propensos a pactar con los jefes realistas para conservar sus privilegios amenazados por la insurgencia social que acompañó la acción militar y política de Güemes. Según esa esquemática interpretación, todo crítico de algunos aspectos de la gestión de Güemes, a partir de 1818-1819, no era un disidente sino “un enemigo”. Al enemigo en la guerra y, en este y otros casos, también en la política, se lo hostiga, se lo persigue, se lo encarcela, se lo destierra o se lo elimina. Para Güemes y sus seguidores de la “Patria Vieja”, consolidar la independencia en el campo de batalla era empresa previa y condición necesaria para crear instituciones. Para la “Patria Nueva”, ambas tareas debían marchar de la mano, complementarse y reforzarse mutuamente. ¿Cómo consolidar la independencia y diferenciarse del absolutismo y la herencia de más de tres siglos de administración española? ¿Cómo podía emanciparse sin reformar y organizar instituciones, sin imponer la vigencia de un nuevo orden dentro de la Ley? Uno y otro bando tenían un punto en común: la palabra Patria en sus partidas de bautismo. Otro aporte singular de Álvarez en este libro es la consulta a obras antiguas y recientes cuya utilización no es frecuente en el tratamiento de este tema. Entre otros, una biografía del general José Antonio Álvarez de Arenales del historiador español Jesús Canales Ruiz, editada en Santander en el año 1999. Llama la atención que la casi totalidad de los críticos del coronel Arias y de la “Patria Nueva”, no mencionen las “Memorias” de Dámaso Uriburu, a las que quizás no pudo acceder Bernardo Frías porque ese texto se publicó en 1934, cuatro años después de la muerte de Frías. También merece preguntarse por el escaso, cuando no nulo, interés por las trayectorias de los generales Arenales y Rudecindo Alvarado, militares de confianza de San Martín. En el mismo sentido, el silencio sobre la obra escrita de José Ildefonso Arenales, hijo del general y autor de un libro sobre la Campaña de la Sierra y de la mejor obra sobre Orán, publicada en Buenos Aires en 1832. El hijo de Arenales dirigió la primera publicación periódica que apareció en Salta y, desde el gobierno de Rivadavia hasta la caída de Rosas, en Buenos Aires fue jefe de la Oficina Topográfica. A estos olvidos deliberados y menosprecios cultivados hay que añadir el de la trayectoria y obra de Facundo de Zuviría, más estudiada por historiadores porteños que por salteños. También Zuviría fue víctima de las interpretaciones maniqueas. En julio de 1821 firmó un armisticio con Olañeta y en 1831 se exilió en Bolivia por haber participado en la Liga del Norte contra Rosas. Para unos fue un “reaccionario tradicionalista”; para otros un “liberal ilustrado” que adhirió “a los postulados del Estado de derecho liberal”. Excepción es el reciente libro de Patricio Colombo Murúa, editado por la Universidad Católica de Salta en el año 2021. Las ideas de Zuviría tienen uno de sus mejores expositores en el historiador mendocino Dardo Pérez Guilhou, autor del libro “Facundo de Zuviría y la organización nacional. Su nacionalismo liberal”, editado en Buenos Aires en 1988. Gustavo Álvarez, no incurre en el estilo efectista, vistoso y hasta arbitrario al que, algunos divulgadores históricos, recurren para lograr más venta de sus libros. Con rigor, equilibrio, honesto e inteligente uso de las fuentes; con la herramienta de la historia comparada, sin el cepo de “marcos teóricos” e ideologías a la moda, Álvarez aporta una de las obras más importantes que, sobre historia de Salta, se hayan publicado en las dos primeras décadas de este siglo.-

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