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Discépolo en Malvinas

Por Andrés Cisneros


Algunas reflexiones y precisiones, a propósito de las afirmaciones de Sabrina Ajmechet y Beatriz Sarlo sobre la cuestión de la soberanía en las islas Malvinas.


Las asombrosas afirmaciones de una candidata a diputada, seguidas por la sorprendente boutade de Beatriz Sarlo sobre Malvinas, casi no requieren comentario porque el país entero está hace varios días dedicado a desaprobarlas sin que, por otro lado, nadie haya salido a la luz pública en su respaldo.

En medio de una grieta pavorosa y con crisis sociales y económicas que cada día cambian para peor, si la Argentina debiera o no exaltar hoy su reclamo de soberanía constituye el debate más innecesario que se nos podría ocurrir. ¿Cómo ordena sus prioridades alguien que aspira a representar a las nuestras?


La señora Ajmechet ha prometido un documento con sus argumentos. Sabremos quizá por qué afirma que en el momento de la usurpación británica la Argentina ni siquiera existía, aventurada afirmación que repite Sarlo.


En tal caso, conocer qué la llevó a omitir que los estados independientes que surgen en las ex colonias, como Argentina, adquieren los derechos de soberanía territorial que antes ostentaba la metrópolis imperial.


Se vincula al utis possidetis iuris y hay quienes lo refutan, solo que todos viven en países que antes fueron imperios coloniales, como Inglaterra, donde la candidata nos informa que aspira a que viva su hija. Y no como mera estudiante, sino “pemanently” (sic de la madre).


Si en 1833 nuestro país no existía, ¿qué le decimos a nuestros hijos de por qué murieron miles de conciudadanos al mando de San Martín, Belgrano, Güemes, Brown y tantos otros desde mucho antes de esa fecha, esto es, cuando aparentemente no existíamos?


Ambas señoras alegan que en esos momentos no teníamos ni el nombre de Argentina ni una constitución que nos organizara. Con ese criterio las parejas no existen hasta el momento en que se casan con papeles. Igual que la gente, los países no existen porque se les ponga un nombre, se les pone un nombre porque ya de antes existen: en 1810/16 “Argentina” ya existía, no era un feto.


Y si la ausencia de una constitución nacional les parece tan importante, corresponde mostrar respeto por la constitución argentina que reivindica la soberanía en Malvinas como una política de Estado, votada por unanimidad de los convencionales de 1994/5 como un mandato eminente de la totalidad, no solo de una facción, del pueblo argentino.


Argentina no nació en 1853/60, nació en 1810/16 y no deben estar mal informados países hermanos como Chile o Perú, ayudados en su independencia por tropas salidas de nuestro suelo desde mucho antes de 1833 y que hasta el día de hoy agradecen muy reconocidos a la República Argentina, no a otra cosa.


Cuando en 1833 los ingleses usurpan las Malvinas expulsando al gobernador Vernet y a los argentinos que allí vivían, hacía ocho largos años que Londres nos había reconocido formalmente, mediante un tratado, como protagonistas soberanos del sistema internacional y designado a un cónsul con carácter perfectamente diplomático en Buenos Aires. Siempre fueron operadores de guante blanco.


Mantener vivo el reclamo de soberanía es seguramente la mayor coincidencia que compartimos los argentinos, pegamento social del que estamos hoy tan necesitados para enhebrar factores de unidad antes que de discrepancia.

Hace bien la candidata en tener opiniones propias y no debe ser sancionada por ello, cada cual piensa como quiere y no se trata de establecer un Pensamiento Único, eso es malo y ya fracasó en el último gobierno kirchnerista. Pero cabe preguntarse por la coherencia de elegir para hablar por nosotros alguien que sostiene todo lo contrario que nosotros.


En qué pudieron estar pensando al afirmar que “las Malvinas no son ni NUNCA fueron argentinas", o que: "las Malvinas no existen. Las Falkland Islands son de los kelpers”. O también “quiero que las Malvinas sean parte del país en el que crezca mi hija. Cuáles son los requisitos para mudarse permanently (sic) a Londres?”. Me temo que a los argentinos nos saldría bastante cara la crianza de la niña.


“Me importa muy poco la polémica que se genere con un pro-malvinero. Lo mandaría a vivir seis meses a las Malvinas y trabajar ahí”. Bad information: quizá Sarlo ignore que en Malvinas se torna imposible a los argentinos asentarse, comprar tierras o iniciar un emprendimiento. Delicias de quienes reclaman derechos y no reconocen ninguno.


De todas maneras, a Sarlo le debemos el hallazgo de un enfoque inédito: son “un territorio británico que se parecen mucho al sur de Escocia”, incorporando una coqueta dimensión inmobiliaria a la casi bicentenaria disputa.


Los isleños no nos reconocen ningún derecho, por qué entonces reconocerle ingenuamente derechos a quienes así nos tratan? Importa advertir que el reconocimiento unilateral de la autodeterminación isleña, supondría no solo un error conceptual sino una catástrofe política: al día siguiente, se pronunciarían en favor de la soberanía británica o isleña y Argentina quedaría fuera, sin haber sido escuchada jamás. Pemanently.


Mientras tanto, los isleños, que son ciudadanos británicos, por ahora militan en una de las partes, que es el estado de Gran Bretaña, que los escucha, los representa y habla tomándolos muy en cuenta.


En ese ámbito ejercen plenamente su autodeterminación, que es un asunto entre ellos, del que nosotros estamos excluidos. Las islas no son un país independiente, hasta ahora han elegido vivir en el interior de un estado, el británico, subordinarse a él. Si terminan siendo jueces y parte, no pueden repicar y marchar en la procesión.


Cada cual piensa como quiere, pero una diputada debe contemplar los ideales, intereses y consensos de la sociedad a la que le pide su voto. ¿Cuántos argentinos darían la vida o al menos coincidirían con la opinión de esta candidata? Excepto Sarlo no aparece ninguno. Y 649 dejaron su vida por unas Malvinas argentinas. Eso merecería otro respeto.


Pero el respeto parece no participar mucho en este caso. Cuando la señora Ajmechet escribió: "La creencia en que las Malvinas son argentinas es irracional, es sentimental. Los datos históricos no ayudan a creer eso”, eligió publicarlo precisamente un 2 de abril, Día del Veterano y de homenaje a los Caídos en la guerra de 1982.


En todas las culturas civilizadas, hasta en la por la candidata tan admirada Britania, existe un código de conducta que aquí se conoce como los días de llanto y luto. Hasta los irracionales lo respetamos.


En algún momento Malvinas se va a solucionar con mutua aceptación de las partes involucradas. Aun no puede saberse cómo, pero seguramente no será a través de que una de las partes renuncie a todos sus derechos y reconozca completamente a todos los derechos a otra.


Es perfectamente probable que Ajmechet resulte electa por millones de votantes que ni siquiera se enteraron de lo que dijo o, mucho peor, votan automáticamente por quienes encabezan las listas y ni saben quiénes vienen debajo.


Eso habla mucho de la responsabilidad de nuestra clase política a la hora de evaluar cómo seleccionan a los candidatos de una propuesta electoral y no corrigen o ni siquiera les importa corregir después un bochorno como éste. Discépolo conducción.

Por su parte, las motivaciones de Sarlo no parecen ser electorales, pero, al decir de Vicente Palermo, lo que hace es “provocar innecesariamente”. En efecto, como continúa Palermo, afirmar que los malvineros no piensan (digamos un 99.99% de los argentinos) porque “cuando la gente dice que las Malvinas son argentinas no se sienta ni un minuto a pensar” (sic de Sarlo) “es pura provocación insultante…es como dar sopapos a un distraído...no sirve para nada” (sic de Palermo).


Importa destacar esta crítica de Palermo –autor de un libro excepcional sobre Malvinas- porque Vicente fue el mentor y barruntable redactor de un documento que, en 2012 abogaba por la autodeterminación de los isleños y resultó firmado por dieciséis argentinos de la más alta reputación intelectual entre nosotros. Sarlo uno de ellos.


El documento era brillante, con la admiración que siempre despiertan las piruetas retóricas que defienden causas improbables. Detalle a recordar, al pie de ese documento se invitaba a quienes coincidieran a sumar su firma a los signatarios originales. Nunca se dio a conocer listado alguno, si es que el llamado tuvo algún efecto.


Más aún, ahora que Sarlo revive la postura, ha pasado más de una semana sin que ninguno de aquellos compañeros de ruta y/o masivamente entusiasmados nuevos adherentes hagan público su respaldo. Suerte invariable de los enfant terribles: cuanto más solos se quedan más heroicos se autoconfirman en su bitácora hacia la indiferencia de la sociedad en que viven.

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