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Dos discursos en 1944









Un colega en la cátedra de Ciencias Políticas me refirió hace cierto tiempo una breve anécdota que le sucedió en el ejercicio de aquélla. Se estaba refiriendo el aludido profesor a la liberación de París por parte de las fuerzas aliadas durante la IIGM. En esa ocasión uno de los alumnos lo interrumpió para pedir una precisión: “Cuándo ocurrió ese hecho, Profesor?” “En agosto de 1944”, fue la respuesta. La reacción del alumno resultó inmediata, e imprevisible: “¡1944... Uhh…Qué bajón!” Aparentemente aquel estudiante estimaba que todo lo ocurrido años antes de que él mismo naciese no podía tener la relevancia necesaria para provocar a su intelecto… Espero que, entre los que lean las presentes líneas, no haya algún millennial con similares valoraciones, ya que precisamente a hechos acontecidos en 1944 –y a sus consecuencias ulteriores- se refieren estos párrafos.





Como se sabe, ya por esa época el coronel Perón representaba el astro ascendente dentro de la oligarquía militar conformada a partir del año anterior, tras aquel putsch que tanto ultrajara a Bioy Casares [1]. Parte de ese rol se expresaba en comunicaciones con diversos segmentos de la sociedad en las que desarrollaba lo único que hasta ese momento se asemejaba a una doctrina estratégica del movimiento. Y así ocurrió en dos alocuciones de distinto formato, pronunciadas el 10 de junio de 1944 en la Universidad Nacional de La Plata en la y el 25 de agosto [2] del mismo año en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires.


En la primera de las fechas citadas, Perón inauguró la Cátedra de Defensa Nacional en la Universidad de la capital bonaerense: un espacio de contacto entre milicia y academia que puede estimarse como normal en los países desarrollados o mínimamente organizados, pero que resulta impensable en la Argentina en que hoy vivimos.


El nervio del pensamiento desarrollado por Perón en tal oportunidad no hace sino aplicar a nuestra situación histórica y geográfica el célebre concepto de “la nación en armas” originalmente planteado por el general alemán VON DER GOLTZ [3]. Perón conocía bien la concepción del prusiano: se ha constatado que en su biblioteca obraba el texto clásico de éste publicado por la Biblioteca del Oficial en 1930, el cual se encontraba subrayado y comentado por su poseedor, “remarcando, entre otros conceptos, dl del genio (conductor); el de la determinación de la guerra por la política; el de la importancia ineludible de le teoría para encarar la guerra y el de la defensa de la nación por todos sus integrantes” [4].


La difusión de estas ideas –mucho más allá de la ocasión particular del 10 de junio- obedeció no sólo al intento de legitimar el pensamiento geoestratégico en el ámbito de las casas de estudio superiores sino, recíprocamente, de fortalecer la autoconciencia de las Fuerzas Armadas en el conjunto de la sociedad argentina. El primer objetivo tuvo menguados resultados: de hecho, la mayoría de los profesores y estudiantes universitarios se convertirían, apenas un año más tarde, en punta de lanza de la resistencia al gobierno “de facto” durante los memorables enfrentamientos de setiembre y octubre del ’45. La segunda finalidad arrojó resultados en cierta medida más exitosos. La “ideología de la Defensa Nacional” penetró en medida no desdeñable en las Fuerzas Armadas y puede estimarse que –hasta 1954 y el estallido del conflicto con la Iglesia- el grueso de los cuadros del Ejército, y probablemente de la Aeronáutica, fueron leales al gobierno. Unos por profesionalismo, otros por oportunismo –sin duda-, pero también muchos por una formación básica que derivaba de la weltanschaung que Perón expresase en 1944. Aunque resulte intelectual y emocionalmente indigerible para muchos militares posteriores, es difícil controvertir el hecho de que el putsch de 1943 fue el único del que arrancó una fuerza que se convirtió en su heredero político perdurable.


Mucho menos redituable resultó la conversación mantenida por Perón dos meses más tarde con un grupo de descollantes empresarios en la Bolsa de Comercio metropolitana. No hay duda de que el coronel tenía una prevención real y aguda sobre el peligro de que el fin de la IIGM favoreciese el crecimiento del comunismo en el país. Esta sensibilidad dominaba, por lo demás, todo el ambiente del GOU. Perón trató de contagiar a su auditorio de hombres de negocios de tal prevención. Para acercarse más a ellos les dijo que él mismo –por sus campos en Santa Cruz- era también un empresario, lo que traiciona su falta de familiaridad con el ambiente (falta de dimesticchezza, como dirían los italianos) y por cierto no achicó distancias. El planteo del líder militar era que si los patronos no cedían voluntariamente parte de sus utilidades a los asalariados la revolución social les quitaría la totalidad. Un planteo que algunos derivan de la presunta inspiración fascista de Perón, manifestada en la concepción del Estado como “gran equilibrador” en el proceso de distribución de la riqueza. Pero la propuesta, en su simplismo, también habría podido ser calificada de socialdemócrata por analistas mejor dispuestos.


Lo cierto es que Perón no pudo armar su “pata empresarial”. Y ello arruinó perdurablemente el planteamiento de la “comunidad organizada”. El propio líder percibió el desequilibrio resultante, que intentó corregir en su segundo mandato sin resultados convincentes. Como reflexiona uno de los políticos más agudos del justicialismo que conozco, “lo malo de la Argentina es que el peronismo llegó antes que el desarrollismo”.



[1] BIOY CASARES, Descanso de Caminantes, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, p. 258. “Patria querida, todo tu infortunio, empezó en un atroz 4 de junio”.


[2] Precisamente el mismo día en que los últimos soldados abandonaban París.


[3] Creemos que poco o nada puede agregarse a este tema después de la rigurosa investigación realizada por MARCELO CAMUSSO en su Tesis Doctoral en Ciencias Políticas desarrollada en la Universidad Católica Argentina.


[4] CARLOS PIÑEIRO IÑIGUEZ, Perón: la construcción de un ideario, Siglo XXI, Buenos Aires, 2010, p. 220.


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