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El desafío de las democracias débiles y el temor de un futuro autoritario

Por Eduardo Mondino


Las democracias muestran una enorme debilidad, la crisis que acaba de superar Estados Unidos en su transición presidencial es una referencia de esta situación.





En la historia, la desarticulación y caída de los sistemas o regímenes políticos (empezando por los grandes imperios o los estados coloniales) no son frutos de hechos espontáneos o fortuitos, siempre fueron procesos de mediano o largo plazo que crecieron subterráneamente y luego emergieron en la superficie de modo más o menos explosivo.


Diferentes estudiosos, filósofos y pensadores venían advirtiendo sobre la crisis de representación que estaban sufriendo las democracias occidentales y la vulnerabilidad de sus dirigencias, cada vez más cuestionadas por los ciudadanos.

La humanidad vivió diversas etapas oscuras llenas de autoritarismos, conflictos, guerras, genocidios y violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos.


Pero el mundo ingresó al siglo XXI con avances significativos en libertades y respeto por la vida humana. Desde diciembre de 1948, cuando Naciones Unidas aprueba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nunca se detuvo la marcha en la consolidación de derechos y libertades.


Además, finalizada la Guerra Fría se consolidó rápidamente el multilateralismo en el nuevo orden mundial, permitiendo un marco de relaciones internacionales mucho más amplio.


La prevalencia en el campo económico y militar del capitalismo/liberalismo sobre las experiencias marxistas fue categórica a finales de los años 80. Occidente casi sin excepciones entró en la economía capitalista, la democracia y el desarrollo, en el marco de mayores libertades.


Pero en ese escenario mundial, Occidente dejó en un segundo plano el instrumento más importante de su triunfo sobre el comunismo: el Estado de Bienestar, quedando de rehén del mundo de las finanzas.


Para las naciones occidentales las prioridades pasaron a ser la economía, las nuevas tecnologías, los instrumentos financieros, el consumo, la globalización, el intercambio comercial de bienes y servicios, lo que consolidó un “progreso” en algunas capas sociales que accedieron a esos bienes materiales. Pero descuidó aspectos como la educación pública, gratuita e igualitaria, el sistema de valores occidentales, la solidaridad social, dejó primar el individualismo y fundamentalmente se desentendió de la cultura.


Aquella exitosa frase utilizada por Bill Clinton en su campaña electoral “Es la economía, estúpido”, fue tomada como un dogma, en lugar de ser solo una herramienta.


Ese pragmatismo económico llevó a una modernización con un desarrollo sin reglas ni equilibrios donde fluyeron las desigualdades sociales, la depredación ambiental y las demandas de diversos sectores de la sociedad no pudieron ser contenidas por el nuevo modelo, se agudizaron las contradicciones, los reclamos y creció la conflictividad social.


El otro sector en pugna del siglo XX, derrotado a finales de los 80, el comunismo, también generó su propia estrategia para volver a disputar la hegemonía en el marco internacional.


El posmarxismo asumió que debía abandonar sus teorías y prácticas en el campo económico y militar, comenzó un proceso de reformas estructurales para disponer de recursos que financiaran su expansionismo bajo otras premisas, aquí están China, Rusia y ahora también India.


Una de sus estrategias fue apoderarse del “Progresismo” y se concentraron en influir a través de actores públicos y generadores de opinión, lo que podemos denominar una penetración cultural.


Adaptaron el capitalismo controlado por el Estado, se incorporaban al comercio internacional utilizando a su medida las reglas de la economía de mercado e innovaron en desarrollos tecnológicos, pero continuaron con regímenes políticos autoritarios y de partido único.


Fueron captando adhesiones en los grupos minoritarios impulsores de nuevos derechos, las minorías étnicas, los pueblos originarios, los movimientos ambientalistas, los colectivos feministas, de igualdad de género e incrementaron su participación en el mundo educativo y sindical.


Se apropiaron ideológicamente de sectores transversales de la comunidad, bajo el viejo método político del entrismo, utilizado originalmente por el trotskismo y luego también por las dictaduras militares y otras corrientes políticas.


Hoy estamos en medio de una crisis pandémica de magnitudes impredecibles, con un retroceso inmenso de los sistemas políticos nacionales y con el desprestigio de todos los organismos internacionales creados a partir de mediados del siglo XX, (ONU, OTAN, OMC, OMS, UNESCO, FMI, BID, Banco Mundial, etc.).


La tradicional derecha nacionalista y conservadora (democrática) se aferra a poner condiciones desde lo económico y desde la supremacía militar. La Izquierda progresista (postmarxista o socialismo del Siglo XXI) utiliza parte de las reglas de la economía de mercado, que Occidente aceptó por necesidades económicas y de consumo, y trata de imponerse desde lo cultural.


Antes del COVID-19 ya se vislumbraba un mundo que iba nuevamente a la bipolaridad, diferente al anterior, esta no es de ideológias ni de potencias nacionales, sino de bloques armados en base a intereses económicos y por el control de sectores estratégicos vinculados al futuro, hoy los socios son Estados y grandes corporaciones multinacionales.


Es decir, el Poder se disputa el control de Internet, los recursos naturales y alimenticios, la inteligencia artificial y la robotización. Y las armas que utilizan en esta contienda son el campo tecnológico, económico y en el proceso cultural.


Y si algo está dejando más claro al nuevo orden internacional es la carrera por la inmunización contra el coronavirus, de un lado los grandes laboratorios occidentales: Pfizer (Estados Unidos-Alemania), Oxford /Astrazeneca (Gran Bretaña y Suecia con participación de México con Slim) y Moderna (Estados Unidos). Del otro bando China, Rusia e India, con la producción de sus propias vacunas. En esa competencia se juegan las influencias políticas del mediano plazo.


Buscando obtener respuestas al preocupante panorama encontré un libro de Michel Onfray, un filósofo francés que en el 2019 publicó “La Teoría de La Dictadura”. Allí afirma entre otros conceptos:


“Se admite que 1984 y la Granja de animales de Orwell nos permiten pensar en las dictaduras del siglo XX. Yo planteo la hipótesis de que también permiten concebir las dictaduras de siempre.


¿Cómo se puede instaurar hoy un nuevo tipo de dictadura?


Para hacer esto, he identificado siete vías: destruir la libertad; empobrecer el idioma; abolir la verdad; borrar la historia; negar la naturaleza; difundir el odio; aspirar al Imperio. Cada uno de estos tiempos se compone de momentos particulares.


Para destruir la libertad, debemos: garantizar una vigilancia perpetua; arruinar la vida personal; eliminar la soledad; regocijaos en las vacaciones obligatorias; estandarizar la opinión; denunciar el crimen de pensamiento.


Para empobrecer el idioma, es necesario: practicar un nuevo idioma; usar doble discurso; destruir palabras; hablar el idioma; hablar un solo idioma; eliminar los clásicos.


Para abolir la verdad, debemos: enseñar ideología; instrumentalizar la prensa; difundir noticias falsas; producir lo real.


Para borrar la historia, debes: borrar el pasado; reescribir la historia; inventar la memoria; destruir libros; industrializar la literatura.


Para negar la naturaleza, debemos: destruir el impulso por la vida; organizar la frustración sexual; higienizar la vida; procrear médicamente.


Para difundir el odio, es necesario: crear un enemigo; fomentar guerras; pensamiento crítico psiquiátrico; acabar con el último hombre.


Para aspirar al Imperio es necesario: formatear a los niños; administrar la oposición; gobernar con las élites; esclavizar a través del progreso; ocultar el poder.

¿Quién dirá que no estamos ahí?”


Y agrega Onfray: “El principal enemigo de esta dictadura cultural es el pensamiento. El que pretenda pensar de modo diferente se convierte en un sospechoso. ¿Cuándo sucede esto? Cuando alguien pretende pensar por sí mismo y comienza a ver la realidad de las cosas. Cuando se decide a dar el nombre justo a esas cosas. Cuando afirma que las verdades serán siempre verdades”.


Sin dudas su pensamiento tendrá libres interpretaciones, pero tal vez esta visión no está lejos de la realidad y lo que puede ser nuestro futuro político.


La pandemia parece ser una prueba para que Occidente busque imperiosamente recuperar democracias fuertes, únicas garantes de Justicia, Libertad, Igualdad y Solidaridad.


El fin de periodo de Trump en EEUU y la llegada de los demócratas al poder crea mejores expectativas para que el mundo vuelva nuevamente a relaciones más civilizadas entre las naciones, ojalá estemos a tiempo.


La serie española “La Valla” (2019) y la Película Inglesa “V De Venganza” (2006) tal vez muestran el desafío que tiene la humanidad para no llegar a los Estados autoritarios y fascistas que narran sus historias.

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