Dueños del terreno que pisaban, los 1641 soldados británicos avanzaron desde Quilmes a la ciudad abatida por el miedo. Al llegar al Riachuelo observaron como el fuego destruía el viejo puente de Galvez que unía las dos orillas. Si el Virrey Sobremonte pensaba que con esa jugada podía impedir el cruce de los británicos, estaba muy alejado de la realidad.

Pronto algunos soldados enemigos se echaron al agua y las fantasías de Sobremonte se desvanecieron, capturaron algunos botes y el cruce se realizó. Hubo algunas escaramuzas pero todo fue en vano. Las fuerzas patriotas concentradas en Barracas fueron estériles, una vez más, al ímpetu guerrero de los invasores.
El cabo Guanes, valiente y patriota como la mayoría de los soldados criollos, perteneciente a la compañía de artillería, había recibido la orden del Virrey de traer desde Retiro hasta Barracas dos cañones, indispensables para el combate y capaces de impedir el pasaje británico del Riachuelo. Y así lo hizo.
La travesía por campos y pantanos y la fuerza bruta de un par de bueyes coloreaban la escena de barro y patria que Guanes ofrendaba de puro soldado que era.
La lluvia torrencial hacía más dramática la extraordinaria proeza de guerra.
Al llegar a Barracas encuentra al Virrey y se anoticia de la desgracia: la derrota de las fuerzas virreynales.
Al no poder contener a los ingleses, que primero cruzaron la infantería y luego la artillería mediante una especie de puente realizado con barcazas, la tropa española se desbandó rumbo a la ciudad ante el temor de eventuales desmanes provocados por el invasor. Esposas, hijas y hermanas se refugiaban en sus casas temerosas de una soldadesca dispuesta a las peores barbaridades. Los campos de guerra europeos traían rumores de la degradación humana en las guerras.
Decíamos, entonces, que el Cabo Guanes se apersonó al Virrey informándolo sobre el éxito de su misión, pero el Virrey ya no estaba para comprender la insignificancia de las grandes conductas y le ordena frente a la reciente derrota volverlos a llevar, pues “ya no hacen falta”. Entonces salta el criollo “me dio rabia también” y en presencia de Sobremonte y su Estado Mayor le dice:
- Pues, Señor, si ya no se necesitan cuando está el enemigo al frente, será porque estamos perdidos o porque su Excelencia nos habrá vendido a todos.
Al oír estas palabras el Virrey cayó el suelo. Corriendo, entonces, a alzarlo tres de los oficiales que lo acompañaban, y luego que se incorporó les gritó
- ¡Tírenlé, mátenló.
A lo que el Cabo Guanes contestó:
- Que lo hagan; prefiero morir en este sitio a que me maten los enemigos
sin hacer resistencia.
Entonces se le aproximó un oficial y poniéndole la espada sobre el sombrero, pero sin darle el golpe, le dijo:
- Cállese, paisanito, que esto ya no tiene remedio.
Volvió a alzar la voz el Virrey, ordenando:-
-Amárrenlo.
omado por un grupo de soldados fue azotado a la vieja usanza española.
Anécdota que revela que por las venas criollas comenzaba a correr sangre vindicativa de una libertad conquistada a golpes de éxitos y fracasos, de injusticias y traiciones.
La heroicidad de un pueblo dispuesto a los más grandes sacrificios en defensa de la patria fue comprendida por los Generales que surgieron al calor de aquellas jornadas.
Sobremonte no supo de heroicidades tomó los caudales del erario público y los suyos y se dirigió a Córdoba. Todo en vano. Los ingleses capturaron los dineros públicos se repartieron entre la tropa y el resto enviado a Inglaterra.
En la ciudad comenzaba a entonarse esta coplita:
¿Ves aquel bulto lejano
que se pierde trás del monte?
Es la carroza del miedo
con el Virrey Sobremonte.