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El despotismo ilustrado y el populismo

Por Claudio Chaves


El papa Francisco, en un video mensaje enviado a los participantes de la Conferencia Internacional titulada “A Politics Rooted in the People”, en español, “Una política arraigada en el pueblo”, organizada el 15 de abril, hizo algunos comentarios socio-políticos de notable lucidez que motivan a reflexionar sobre nuestra historia y sobre la política presente. Despojaré a esta nota de los aspectos religiosos de su mensaje, a sabiendas que muchos de los lectores pueden o no ser creyentes, sin embargo, estimo, no debieran desconocer los conceptos allí vertidos, sin necesidad de estar de acuerdo. Pero más allá de esto, vale la pena adentrarnos en su pensamiento.

En la oportunidad observó respecto del valor central de la política: ¨No es solo para el pueblo sino con el pueblo, arraigada en sus comunidades, y en sus valores”.

Combate frente al Hotel de la Ciudad. Por Jean-Victor Schnetz

Alertó sobre los populismos. “En cambio, los populismos más bien siguen como inspiración, consciente o inconsciente, otro lema: ‘Todo para el pueblo, nada con el pueblo’, paternalismo político. De ahí que el pueblo en la visión populista no es protagonista de su destino, sino termina siendo deudor de una ideología”.


Dicho esto, se abre un abanico tan grande de ejemplos de nuestra historia que vale la pena reflexionar sobre ellos, a la luz de las palabras del Papa, que no hacen otra cosa que traer al presente hechos del pasado.


El despotismo ilustrado y la ilustración


Uno de los máximos exponentes del Despotismo Ilustrado fue el rey español Carlos III (1759-1788). Hubo otros monarcas, claro, pero me referencio con él pues es el que está más cerca de nosotros. Carlos había elaborado la consigna “Todo para pueblo, sin el pueblo”. Esto es un rey con voluntad de gobernar para los sectores populares, marginados de las ventajas y las mieles, que siempre habían recibido la nobleza y el clero, pero sin otorgar libertades que los transformaran en sujetos activos del devenir histórico. Naturalmente, para aquellos años era una avanzada política y social extraordinaria puesto que los pueblos y las masas comenzaron a hacerse sentir y a aparecer en la escena del poder recién en el siglo XX. Que un rey pensara en el pueblo era una osadía.


Así las cosas, quiero acercar más a nosotros esta modalidad política tan lejana en el tiempo para que el lector se familiarice con ella por cercanía. Aquí, en el Río de la Plata, en lo que fue el Virreinato tuvimos un representante genuino del Despotismo Ilustrado: el Virrey Vértiz. ¿Qué hizo este hombre? Le cambió la cara y la vida a la ciudad: ordenó alumbrar los frentes de las casas, realizar veredas, creó la Casa de Niños Expósitos, hogar de niños abandonados en la vía pública, una casa para alojar mujeres que vagaban por la ciudad, creó el Protomedicato para eliminar por medio del control estatal el ejercicio de la medicina por aventureros y manos santas, creó el Teatro de la Comedia, embelleció un paseo que daba sobre el río. Todo desde el poder. Impensable la participación del pueblo como en las democracias modernas, puesto que no eran los tiempos. La máxima institución cercana al concepto de “pueblo” por aquellos años era el Cabildo, pero esto es absolutamente discutible si lo hacemos con valores modernos. Aún así, el Cabildo estuvo para fiscalizar y controlar lo que el Virrey ordenaba.


Cuando se produce el 25 de Mayo de 1810 y la elite porteña asume la conducción del viejo Virreinato, se lanzó sobre el Interior para “llevar” la buena nueva e incorporar a todo el Virreinato al torrente revolucionario. Uno de los miembros de la Junta, exponente central de la Ilustración en su forma más exasperante, Juan José Castelli, se abalanzó de manera brutal sobre los pueblos indígenas del Alto Perú, burlándose de sus creencias y costumbres, provocando escándalos de los cuales debió huir a riesgo de perder la vida. Podría decirse que con la conducta mesiánica y libresca de Castelli, iluminada por los fuegos jacobinos, se perdió para siempre a Bolivia como provincia Argentina. La izquierda, como el liberalismo iluminista, ha valorado la personalidad estrafalaria de este hombre que por su conducta dejaba claro su pensamiento: si las masas indígenas no lo entendían, el problema era de ellas.

Como la Revolución Francesa, había que cambiarlo todo y por la fuerza.


Fue tan loco lo de Europa que la Revolución determinó que la historia comenzaba con ellos. Ya no más 1789 o 90. Ahora, año 1 o 2 de la Revolución. Los meses ya no fueron los de antes, ahora se los llamarían vendimiario, germinal, termidor, pradial y tendrían tres semanas de diez días para acabar con el domingo y golpear a la Iglesia. Eso ha sido el Iluminismo: arrasar con las costumbres y la historia e higienizar el futuro. En su locura totalitaria el pintor David construyó un escenario en la vía pública con papel mallé, como si fueran montañas, desde donde descendió Robespierre vestido de blanco, popularizando su nueva religión del Ser Supremo. Esto es la Razón. Todo esto en nombre del pueblo, ¡que disparate! Si alguien había alejado del pueblo, era precisamente Robespierre, por personalidad y política.


En este sentido, las palabras del Papa guardan un rigor histórico que estremece. Aclarado el punto, vengamos a la política.


En la misma exposición esclareció aún más ciertos temas referidos a los que se asumen como representantes falsos del pueblo y dijo: “Una manera de desentenderse de los pobres es explotándolos para fines de poder”.


Y a este punto quería llegar finalmente. Para hacer las cosas con el pueblo, como dice Francisco, hay que formar parte de ese pueblo y no usarlo para fines políticos. Está claro que el Papa no habló de la Argentina, pero ilumina. En nuestro país, mal que les pese a ciertos argentinos que deberían aflojar la cincha, organizaciones sociales que son la representación del pueblo, en este caso de los trabajadores, son los sindicatos. Nadie duda que Armando Cavallieri es un hombre que viene de ese ambiente, Moyano del suyo, Gerardo Martínez, del suyo también. Podrán gustarnos más o menos, pero de allí vienen. Ahora, los que se autoproclaman representantes de los desocupados y se ponen al frente de organizaciones sociales para escalar social y políticamente son por lo menos despreciables. El diputado Grosso como representante del Evita no guarda ninguna relación con sus representados, al igual que Menéndez, el Chino Navarro, Paula Penaca, Pérsico o Grabois, por poner algunos ejemplos. Son hombres de las clases medias ilustradas arrogándose la representación de los postergados, subidos como carcomas a las espaldas de los marginados. Otra cosa son los referentes genuinos que manejan comederos, merenderos, o instituciones como la Iglesia o los evangélicos en esas barriadas pobres.

Los ilustrados de ayer y de hoy solo ocasionan dolor y frustración.

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