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El ejemplo de López Obrador








El acuerdo estratégico entre Donald Trump, y su colega mexicano Andrés López Obrador, patentizado en la reciente visita del primer mandatario azteca a Washington, certifica la inutilidad de ciertos estereotipos ideológicos para la comprensión de los acontecimientos mundiales. El presidente ideológicamente más “de derecha” de la historia estadounidense desde Ronald Reagan en la pasada década del 80 y el mandatario más “de izquierda” de México desde Lázaro Cárdenas en la década del 40 sellaron una alianza que desorienta a muchos de sus partidarios y también de sus adversarios.




El intercambio de elogios entre los dos presidente fue más que elocuente. López Obrador apeló abiertamente al electorado estadounidense: “vengo a decirle al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado con nosotros con gentileza y respeto. Nos ha tratado como lo que somos: un país y un pueblo digno, libre, democrático y soberano”. Trump no se quedó atrás: “fallaron los pronósticos, somos amigos desde el principio y seguiremos siendo amigos”. Pero, como candidato en campaña, también ponderó el aporte mexicano a la sociedad estadounidense, destacando que “son gente trabajadora” y que “enriquecen en nuestra diversidad cultural”.


Hasta en sus más mínimos detalles, la presencia de López Obrador tuvo un inequívoco sello político. Fue el primer viaje al exterior del mandatario mexicano desde su asunción en noviembre de 2018. Ni siquiera había asistido a la reunión de jefes de Estado del G-20 ni a la asamblea general de las Naciones Unidas. Los líderes demócratas captaron el mensaje y denunciaron que esa visita en el comienzo de la campaña electoral serviría al propósito de Trump de atraer a un porcentaje del voto latino, que en las encuestas aparece abrumadoramente favorable a su contrincante Joe Biden. Tenían razón: López Obrador rehusó reunirse con Biden y aprovechó el receso legislativo veraniego para eludir el tradicional compromiso protocolar de los mandatarios extranjeros de concurrir a saludar al Capitolio. Dejó en claro que su verdadero propósito, más que “una visita de Estado” a Estados Unidos, era protagonizar un encuentro público con Trump.


El motivo formal del viaje no carecía empero de relevancia. En julio entró en vigencia el “nuevo NAFTA”, conocido como T-COM. Su firma fue el resultado de una compleja ronda de negociaciones tripartitas en las que Trump, quien en su campaña proselitista había denunciado el tratado como lesivo para los intereses estadounidenses. El nuevo acuerdo fue celebrado por el empresariado de ambos países. La comitiva de López Obrador estuvo integrada por un selecto grupo de hombres de negocios mexicanos que fueron agasajados por Trump con una comida en la Casa Blanca.


Ese protagonismo del sector empresario confirmó a Larry Fink, titular del fondo BlackRock, que administra la cartera de activos más importante del mundo, como el actor privado más relevante en el fortalecimiento de la relación bilateral. Fink, cuya firma actúa como agente financiero del Tesoro estadounidense, mantiene un fluido diálogo con los dos presidentes. López Obrador reconoció esa cercanía al revelar que su colega Alberto Fernández lo había llamado por teléfono para pedirle que interpusiera sus buenos oficios ante Fink a fin de avanzar en la negociación sobre la refinanciación de la deuda pública argentina.


La interdependencia entre Estados Unidos y México supera a cualquier otra interacción que ambas naciones puedan tener con un tercer país. Doce millones de mexicanos viven en territorio estadounidense y 26 millones de ciudadanos estadounidenses son hijos o nietos de mexicanos. La comunidad mexicana en Estados Unidos envía anualmente a sus familiares más de 30.000 millones de dólares, cifra que representa una contribución más que significativa para la economía azteca. A la inversa, en México residen 1.500.000 de estadounidenses, constituidos en la mayor comunidad de ciudadanos de ese país en el exterior. El comercio bilateral es también crucial para los dos países. México desplazó a China como primer socio de Estados Unidos. En 2019, las exportaciones mexicanas a Estados Unidos ascendieron a 358.000 millones de dólares mientras las exportaciones estadounidenses a México fueron de 256.000 millones de dólares. El superávit a favor de México, de más de 100.000 de dólares, fue el más importante desde el lanzamiento del NAFTA en 1995.


El ascenso de Trump, con su amenaza de represalias comerciales ante lo que entendía como ventajas indebidas que el NAFTA otorgaba a México y su cruzada contra la inmigración ilegal, centrada en la construcción del famoso muro en la frontera, había generado una situación de incertidumbre, agravada cuando el triunfo de López Obrador catapultó a un mandatario cuya retórica izquierdizante insinuaba una confrontación con Washington. Nada de eso ocurrió: el nuevo presidente, en una muestra de pragmatismo, diseñó una estrategia de negociación con la Casa Blanca que llevó a una revisión del NAFTA y a una drástica modificación de los términos del conflicto migratorio. A tal efecto, desplegó a las fuerzas de seguridad mexicanas en la frontera sur para contener el flujo de la inmigración ilegal proveniente de los países centroamericanos, en especial de Guatemala, Honduras y El Salvador.


Las encuestas revelaron que ese giro copernicano de López Obrador obtuvo un respaldo de la opinión pública. Bravo Regidor, un prestigioso politólogo mexicano crítico del viraje de López Obrador, reconoció ese aval: “El problema, en última instancia no es López Obrador. El es un presidente mexicano que están actuando como a veces actúan los presidentes mexicanos frente a los presidentes de Estados Unidos. El problema es esa mayoría de mexicanos que está apoyando tan decididamente la política migratoria que nos impuso bajo amenaza Trump. No queríamos pagar por el muro, pero encantados nos estamos convirtiendo en él”.

López Obrador, a quien Fernández distingue como su único aliado entre los actuales presidentes latinoamericanos, es un cultor de la “realpolitik”. En tal carácter, tomó debida nota del fatalismo geográfico que determina que los países no pueden mudarse y busca transformar la vecindad con Estados Unidos en una oportunidad para México. El ejemplo es tremendamente aleccionador para la Argentina, cuyo principal vecino y socio estratégico es Brasil y su bloque regional el MERCOSUR, concebido no como una muralla proteccionista sino como el proyecto de construir una plataforma de lanzamiento conjunto para elevar cualitativamente las condiciones de competitividad de las economías de cada uno de sus países en el mundo globalizado, tal cual surgía de su espíritu fundacional en la década del 90.


La convergencia entre ese MERCOSUR necesariamente reformulado y la emergente Alianza del Pacífico, integrada por México, Colombia, Perú y Chile (cuatro de las economías más abiertas de América Latina), constituye el punto de partida inexcusable para avanzar hacia la unidad de la Patria Grande y, en ese marco, la reinserción de la Argentina en el nuevo escenario mundial.


 

Acompañamos el video donde AMLO explica su acuerdo con Trump: buen entendimiento y sociedad natural con el vecindario como base para el desarrollo, necesidad de elevar ingresos de los trabajadores mexicanos y reiterada mención a la común pertenencia dentro de América del Norte. Muy interesante, sobre todo para mentalidades ideologizadas y prejuiciosas



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