Cayetano Ganghi era un italiano cocoliche que vivía en la calle Artigas, frente a la Plaza Flores. Inteligente y pícaro había descubierto la manera de vivir bien, acumulando fortuna y poder. Solía visitar los velorios y por algunos pesos convencer a los deudos, alzándose con los documentos del finado. Les compraba también a los vivos. Llegó a tener dos mil quinientas libretas lo que lo hacía ufanarse y declarar provocativamente: “Roca es un poroto a mi lado”.

Ofrecía sus servicios al mejor postor y su figura se hacía imprescindible para ganar elecciones.
Por aquellos años, fines del siglo XIX, los comicios eran un formulismo cargado de mentiras y trampas. El padrón se confeccionaba en cada distrito electoral los tres domingos anteriores al día de elecciones.
Un distrito era una parroquia. Allí en el atrio concurrían los paisanos con “sus documentos” para anotarse. Eran los punteros. Se inscribían con la identificación provista por Don Cayetano. Cambiaban de ropaje e indumentaria cuidando las formas pues siempre eran los mismos.
Toda una maquinaria que se aceitaba con los dineros del Estado que administraban los políticos de turno.
Lo narrado era por supuesto mucho más civilizado de lo que ocurría veinte años antes. Cuando a punta de pistola, arma blanca o cascotes se apoderaban de las mesas volcando el acto electoral para el lado del más violento o del dueño del aparato del Estado. Algunas de aquellas jornadas fueron vivamente narradas por un actor de aquel entonces: “Fue tanta la indignación de los vencidos, que como era de práctica en semejantes casos, trataron de atacar las mesas. Las pistolas y demás armas portátiles de fuego, eran patrimonio de los ricos, y el revolver todavía muy imperfecto, por lo que, la lucha, quedó casi librada al simple y primitivo cascote, pues se peleaba a distancia, y el arma blanca se reservaba para los entreveros”.
Todo este ejercicio de violencia se realizaba mediante una maquinaria electoral de profesionales a sueldo que iban desde matones de daga ligera o guapos a revolver que resolvían las diferencias a los tiros. Fue resonante el caso de Juan Moreira. “En los pagos de Navarro y Lobos se recuerda todavía la lucha a muerte entre el gaucho José Leguizamón, autonomista de Alsina, y Juan Moreira nacionalista de Mitre. En célebre pelea, antes de los comicios, Moreira mató de una puñalada a su adversario y nadie podía ganarle en los comicios donde se presentaba…”