Por Jorge Ossona
Publicado en Clarín el 25 de agosto de 2021
Durante los últimos treinta años se fue generando un nuevo segmento ciudadano, dependiente de un conjunto de dispositivos indemnizatorios. Configuran el régimen administrativo de la pobreza.

Una nueva Argentina fue emergiendo durante el último medio siglo. Su especificidad consiste en una pobreza social que ya abarca a casi la mitad de la población. Resultado paradójico, en un mundo que demanda en gran escala aquello que estamos en óptimas condiciones de ofrecer.
Aunque lo es menos según la lógica de una cultura política conservadora que induce a sucesivos grupos de intereses a convertirse en corporaciones privilegiadas al abrigo del imperio de la ley.
Durante los últimos treinta años se fue generando un nuevo segmento ciudadano dependiente de un conjunto de dispositivos indemnizatorios. Garantizan el piso de una subsistencia sazonada por el acceso a algunos bienes provistos por la nueva revolución industrial y configuran el régimen administrativo de la pobreza.
Se consolidó hacia fines de la primera década del siglo XXI cuando, a diferencia de sus predecesores, una nueva generación de dirigentes democráticos concluyó que la penuria social consistía en una herencia irreductible. Y que no solo no comprometía la gobernabilidad sino que podía llegar a ser su reaseguro.
Tal fue el sentido de la reforma del asistencialismo dispuesta desde 2009, cuya implementación se le encomendó a los municipios y a las organizaciones sociales surgidas desde mediados del decenio anterior.
Una suerte privatización “neoliberal” tardía recomendada por los tecnócratas de entidades financieras internacionales atentas a los efectos de la mutación tecnológica. Aunque aquí simulada detrás de los flamígeros discursos setentistas auspiciados por la última versión del peronismo. Su especificidad estriba en extremar un refundacionalismo que reniega incluso de los principios doctrinarios del Fundador.
La muerte de Néstor Kirchner acabó con lo que quedaba del reconciliacionismo social y político del viejo general herbívoro, cultivado por sus predecesores entre los 80 y los 90. Su viuda y sucesora redistribuyó el poder deshaciendo su sistema de alianzas y convirtiendo a La Cámpora en el semillero de un nuevo refundacionismo juvenil desde el que procuró disciplinar a su tropa variopinta de colectivos socioculturales, sindicales y derechohumanistas.
Pero olvidó ese principio estratégico del peronismo, que sintetiza su concepción doctrinaria: la conducción. Cada segmento atendió su juego preservado su lugar en un Presupuesto devaluado al compás de la parálisis económica.
Es decir, de su “caja” para gerenciar fondos a su arbitrio recitando sus fines reparadores de los estragos del “neoliberalismo”; nueva acepción ontológica del enemigo absoluto sin el cual la identidad heteróclita se diluye.
En medio de una pobreza ascendente, las organizaciones sociales cobraron un sitio que no hizo más que expandirlas. Los recursos en juego no son solo los “planes” consistentes en el medio salario mínimo que los beneficiarios reciben intermitentemente, sino fondos millonarios percibidos por sus entes ejecutivos para proyectos “cooperativos” de contraprestaciones más asociadas al dominio político de “la calle” que de sus programas de “inclusión social”.
La emergencia los reduce a preservar ese piso crítico de subsistencia siempre en el borde por los estragos inflacionarios. Un repertorio análogo al de tantas corporaciones predecesoras desde mediados del siglo pasado.
Cuando el kirchnerismo retornó en su última y exótica versión, las organizaciones sociales pidieron su parte en el reparto de espacios de poder seducidos por las alfombras rojas. Pero recibieron mucho menos de lo que aspiraban, debido a su pasada sintonía con ciertas regiones del macrismo sensibles a la “teología del pueblo” emanada de Roma y homologada por la Comisión Episcopal. Para colmos, licuado en el esquema de loteo no solo entre ministerios y reparticiones públicas sino en su propio interior.
Luego, los extravíos de la cuarentena exhibieron la anomalía de este esquema de poder. Y a dos años de su regreso, la previsible puja en torno de la administración de los dos segmentos sociales contiguos en los que se sustenta: la pobreza condensada de la tercera sección electoral del Conurbano Bonaerense, y los jóvenes para los que ha devenido en un significante desencantado al que han empezado a endilgarle sus pesares cotidianos.
¿Quién se quedará con las cajas de la administración de la pobreza?
Poca agua para los dos aparatos que pescan en la misma laguna: la guardia juvenil devenida en una nueva generación intermedia que ha logrado domesticar a los dóciles herederos de los otrora “barones” del Conurbano, y el nuevo sindicalismo de los pobres excluido de las listas oficialistas y de cargos cruciales en el Ministerio de Desarrollo Social desde donde se alimenta la maquinaria “inclusiva”.
La puja ya está en marcha como se comprobó en la última y multitudinaria peregrinación a San Cayetano. También, por otros episodios como el intento de toma del palacio municipal de Lomas de Zamora, el encierro de un barrio entero –que ya lleva más de un mes- o los acampes rituales frente al Ministerio de Desarrollo Social.
Cada una de las partes se está posicionando para la gran contienda política y social en ciernes que se habrá de librar no precisamente con buenos modales. Su resultado delineara las coordenadas del próximo capítulo de esta ecuación imposible. Nada novedoso cuando el peronismo carece de conducción pero, como siempre, de final acuciante y tal vez insospechado.