Los hechos no son lo mismo que las ideologías que quieren montarse sobre ellos. Estas nacen cuando el conocimiento de los hechos reales interactúa con los sistemas de valores y las visiones históricas que pretenden interpretarlos y/o capitalizarlos. Por eso la Revolución Industrial dio lugar al liberalismo, pero también al socialismo y al corporativismo. Lo mismo sucede hoy. Registrar el hecho epocal de la globalización tecnológica y económica y la revolución informacional que la hizo posible no supone adherir sin más a alguna de sus versiones exegéticas. Particularmente la de aquellos que se encuentran en situación privilegiada para orientar los acontecimientos: la elite global, con la cual las elites locales de muchos países tienden en mayor o menor grado a coincidir.

La elite global tiene en el globalismo, progresismo o –como lo llamamos en su momento- el “cosmoprogresismo” (ver el art. Elite global e ideología progresista publicado anteriormente) su discurso legitimador. Que, como tal, y precisamente por su carácter ideológico, tiende a enfatizar ciertos rasgos de la realidad contemporánea y preterir otros, según refuercen o no su vocación de poder, de poder total.
Ahora bien: no hace falta recurrir a tesis “conspiranoicas”. Ellas nos son visceralmente extrañas. Nos basta atender a los dichos y a los hechos de miembros patentados de aquella elite global, como, por ejemplo, Klaus Schwab, fundador y presidente del World Economic Forum que periódicamente se reúne en Davos. El próximo encuentro, que tendrá lugar en menos de dos meses, será la ocasión para que el liderazgo del WEF, junto a sponsors del calado de Antonio Guterres, secretario general de la ONU y el príncipe Carlos de Gran Bretaña lancen con fuerza la idea, ya anticipada, del “gran reseteo” del mundo que debería seguir a la pandemia en curso. Las declaraciones de los promotores fueron respaldadas según gacetilla informativa del WEF, “ por las voces de todos los grupos interesados de la sociedad mundial, entre ellos Victoria Alonsoperez, Fundadora y Directora Ejecutiva de Chipsafer, Uruguay, y una joven líder mundial; Caroline Anstey, Presidenta y Directora Ejecutiva de Pact, Estados Unidos; Ajay S. Banga, Director General de Mastercard, Estados Unidos; Sharan Burrow, Secretaria General de la Confederación Sindical Internacional (CSI), Bruselas; Ma Jun, Presidente del Comité de Finanzas Ecológicas de la Sociedad China de Finanzas y Banca, y miembro del Comité de Política Monetaria del Banco Popular de China; Bernard Looney, Director General de bp, Reino Unido; Juliana Rotich, socia de Atlantica Ventures, Kenya; Bradford L. Smith, Presidente de Microsoft, Estados Unidos; y Nick Stern, Presidente del Instituto de Investigación sobre el Cambio Climático y el Medio Ambiente de Grantham, Reino Unido. En el período previo a la Reunión Anual, el Foro acogerá una serie virtual, The Great Reset Dialogues”. Todo esto fue ulteriormente explicitado por el libro sobre el significado del “reseteo”, escrito por el propio Schwab junto al economista Thierry Malleret.
Técnicamente, un reseteo es un reinicio: en el lenguaje informático, la palabra significa borrar todo el software y los datos de un disco duro para reformatearlo a fin de un nuevo inicio. Aplicado a la actividad humana, el reseteo, el reinicio, significa de manera muy precisa una radical transformación de todo lo que ha sido, se hacía y se pensaba comúnmente hasta ahora. “¡Hacer tabla rasa del pasado!”. Schwab ha definido la situación actual como una “ventana de oportunidad única”. Debemos “construir un nuevo contrato social”, ha declarado. “Debemos cambiar nuestra mentalidad” y nuestro “estilo de vida”, ya que “el neoliberalismo es cosa del pasado”.
¿Cuáles son las líneas maestras de la transformación que, aunque sea con el lenguaje aterciopelado propio de estos ámbitos, se manifiesta ya sin mayores ambages? En primer lugar, lo que Joe Biden ha llamado “un New Deal verde, que comporte la descarbonización de la producción”. Un planteo ecologista radical debería presidir toda la organización de la economía, estructurando consecuentemente sus incentivos y sus límites.
En el plano demográfico se incluye la promoción de los “derechos sexuales y reproductivos”, que –como se sabe-, en la jerga de la ONU co-sponsor, incluyen la difusión activa de la contracepción y el aborto.
Volviendo a las publicaciones del World Economic Forum sobre la crisis COVID-19 y la manera correcta para salir de ella, no hay que olvidar que también la ideología de género forma parte del paquete global-progresista. En un artículo de John Miller titulado: “El Gran Reseteo: por qué la inclusión LGBT+ es el secreto de ciudades que han tenido éxito después de la pandemia”, Weforum.org nos garantiza que “existe una fuerte correlación positiva entre inclusión LGBT+ y resiliencia económica”. “En particular, las ciudades que abrazan la diversidad pueden recoger un ‘dividendo de inclusión’ cuando empieza a reconstruir sus economías”, ha afirmado el comentarista. Mientras la crisis “amenaza con acabar con decenios de progreso en la lucha contra la pobreza”, la cátedra de Davos afirma que “la inclusión de las personas LGBT” permitirá una recuperación más rápida, citando Open for Business, una coalición de empresas que promueven “la igualdad LGBT+”. “Este es un resultado: un aumento de un punto de la aceptación social llevaría a un aumento de tres puntos del índice de resiliencia económica de esta economía, también respecto al PIB por cápita. ¿La inclusión de los LGBT+ podría ser un ingrediente secreto de la resiliencia económica?”, se pregunta John Miller y sugiere que la “apertura” y la “innovación” están vinculadas a la aceptación de estilos de vida homosexuales y transexuales. “Es el momento de abrazar a las comunidades LGBT+, no de estigmatizarlas. Construir sociedades inclusivas no es solo la cosa justa que hay que hacer; como demuestran los hechos, es una parte importante de una estrategia económica centrada en la resiliencia y la recuperación. Es un claro ejemplo de lo que la crisis COVID-19 ayuda a promover” concluye..
Ahora bien: como ya en otra oportunidad referimos, la creciente dominación de la elite global sobre las naciones históricas tiende a consolidarse mediante la adopción, muchas veces acrítica, por parte de estas, de ciertos lineamientos jurídico-institucionales. Entre ellos,
`la supremacía del orden jurídico internacional multilateral sobre los órdenes jurídicos nacionales, acogida con liviandad por nuestros Constituyentes de 1994;
- la consagración de un derecho presuntamente absoluto a migrar, el cual –en cuanto absoluto- no podría ser restringido por las comunidades destinatarias de tal migración;
- la tendencia a la judicialización de todo acto político y, paralelamente, la creciente atribución de facultades jurisdiccionales a instancias supranacionales;
- la afirmación de un nuevo elenco de derechos humanos, distinto del establecido por la ONU en 1945, uno de cuyos efectos sería el de negar a las religiones la aptitud para producir libremente formas socioculturales coherentes con sus principios.
No podemos hoy cerrar los ojos ante el hecho de que la posibilidad de las naciones históricas que de trazar sus propios caminos dentro de una situación fáctica obviamente nueva, se ve atacada desde dos flancos. Por una parte los poderes trasnacionales del género de los que se reúnen en Davos, que las presionan y condicionan desde arriba. Por otro, lo que podríamos llamar ‘la mano izquierda” del sistema, compuesta por las reivindicaciones multiculturalistas, frecuentemente violentas, que las desgarran desde abajo. Pocas veces esto se ha visto tan claro como en los EEUU de estos últimos meses.
Para los primeros, Trump era el outsider, que a cualquier precio debía ser escarmentado, incluso por medio del blackout televisivo o haciéndolo víctima de trampas electorales de variada índole. Para los segundos merecía ser tomado como blanco de actividades de género prerrevolucionario, como resulta el caso de Black Lives Matter y Antifa.
Existen fundadas razones para suponer que los Estados Unidos serán en los años inmediatos el gran campo de batalla entre las tendencias dominadoras global-progresistas y las resistencias nacionales, que no reniegan de la globalización en cuanto tal, pero sí intentan configurar un mundo de patrias.
Si atendemos a los que Gramsci llamaría “los intelectuales orgánicos” de la élite global, advertiremos que ellos condenan como sus adversarios ideológico-políticos a liberales y populistas simultáneamente. Quizás ello debería inducirnos a concluir que las antinomias reales no son las que parecen.