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Estampa de Silvio Juan Maresca

Por Silvia Ons -

 

Silvio Juan Maresca murió el lunes 12 de septiembre de este año. Muchos medios difundieron la noticia, se mencionaron sus gestiones culturales, algunos títulos de sus libros, sus posiciones partidarias, que fue un gran especialista de la obra de Nietzsche y algunas declaraciones: frases «políticamente incorrectas». Silvio estaría agradecido por tal recordatorio, pero yo, que lo conocí, que con avidez leí su obra y que tuve la dicha de escucharlo en esas charlas en las que su saber parecía amalgamarse a lo infinito, experimenté una gran tristeza. Pues, en la divulgación, lo esencial de su pensamiento se perdía con su muerte. Me dije: ¡qué singulares son aquellos hombres cuyos titulares no se acercan ni un ápice al corazón del ser, al latido de su pensar! En verdad lo somos todos, pero cuanto mayor la grandeza de las ideas, más débiles se tornan los rótulos, los lemas, los epitafios.


Titulé esta nota «Estampa de Silvio Juan Maresca». Se ha escrito sobre Sócrates refiriéndose a su «estampa», la palabra alude a un grabado, una presencia, una efigie, un andar, una semblanza. Con la referencia a las «estampas socráticas» digo también que Silvio fue un filósofo y ser filósofo no se logra con un título universitario, ni como profesor, ni como academicista, aunque todo ello también Silvio lo poseía. La filosofía es «filosofar», decía, pero supone para eso conocer su historia, dialogar con los filósofos, hacerlos dialogar entre ellos, y así de pronto renacía un Hegel hablando con Kant, un Kierkegaard, interpelando a Hegel, un Schopenhauer del cual Nietzsche le había robado ideas, un Platón contradiciéndose a sí mismo en diferentes diálogos y siempre una referencia a su amado Aristóteles y un Leibniz con una posición perspectivista en el modo de pensar, que Silvio hizo suya y así con tantos.


Tenía una biblioteca enorme donde los libros no yacían dormidos en sus anaqueles como en la del coleccionista que no los abre, ellos por el contrario estaban subrayados con anotaciones en sus márgenes, con comentarios y la fecha en la que fueron hechos. No vi un solo libro sin su pluma bien prolija, siempre el uso de la regla en la marcación, un cuidado especial donde ese respeto al texto no lo privaba de meterse en él, de vivificarlo, de penetrarlo. Silvio, un lector activo.


Rechazaba, como dije, el saber académico, pero no por no tenerlo, recuerdo aquí su meticulosidad en las evaluaciones que debía hacer del Conicet y en las horas que ocupaba para preparar sus clases, cuando por su saber, no necesitaba hacerlo. Uno de sus alumnos dilectos solía llamarlo Maestro y no «profesor» ya que captaba muy bien el estilo de una trasmisión nunca repetitiva, renovada una y otra vez, trasmisión en la que Silvio dialogaba con los textos e inspiraba a que otros lo hicieran. La filosofía, confesaba, era su gran pasión, su gran amor frente al cual no se podía competir. Nunca una idea quedaba clausurada en un gélido concepto, sino que era considerada a modo perspectivista, ese modo que dice que jamás pueden juzgarse las cosas bajo un solo aspecto. El perspectivismo no es relativismo. No es una variación de la verdad según el sujeto, sino la condición bajo la cual la verdad de una variación se presenta, es la idea misma de la perspectiva barroca, tal como Lacan consideraba a las verdades: «las verdades no son como las superficies. No se está en la lógica de la representación, ni en la lógica de la contemplación, donde se puede ver la verdad toda, de una vez. Eso quiere decir que para verlas es necesario el tiempo, es necesario el tiempo para dar la vuelta!. Silvio, tan cerca del psicoanálisis. Silvio, Maestro.


A Silvio se lo considera un gran especialista en la obra de Nietzsche a quien conocía como nadie, pero no era un especialista más ya que su lectura le servía para pensar la época que nos toca vivir. Es que Silvio quería que las ideas, aún pretéritas, pudiesen explicar la subjetividad del hombre contemporáneo, era eso lo que anhelaba desentrañar. Conocía tan a fondo al difícil Hegel y lo leía una y otra vez, lo inquietaba el mundo en el que estamos y veía en la Fenomenología del espíritu una manera de entenderlo. Nunca perdió el asombro del filósofo cara al mundo y a la historia, tópico que, dentro de sus pasiones, le era fundamental. Admiraba a Juan Bautista Alberdi, a quien considera el primer pensador filosófico de nuestra patria y, a veces, parecía él mismo identificarse con nuestros próceres. Silvio, un pensador.

Un día le dijo a una amiga mía, Lucía Blanco, que podría vivir en una cárcel rodeado de libros, quizás en franca identificación con un abuelo que prefirió un monasterio como última elección. La filosofía no existe, pero sí existen «las filosofías», los filósofos en plural, ellos son disímiles, no hacen un todo, divergen entre ellos y nunca son el uno sin el otro. Tienen siempre su partenaire en el otro, tal vez ello los hace en general célibes. Silvio no lo era, pero sí era un solitario, hay que aislarse, decía, para poder pensar por sí mismo. Esta retracción no le impedía tener una escucha sorprendente en el encuentro con sus congéneres a los que alentaba, sugería, proponía, nada mezquino en ese saber que prodigaba. Experimenté, la valentía de no retroceder ante mis ideas, aunque no fuesen «políticamente correctas», no dejar a un costado el margen de libertad para un pensar apartado de la masa. Silvio, pensador generoso.


Silvio era peronista, un filósofo peronista que conocía al Perón filosófico a quien aunaba con Aristóteles. ¿Lo sabría el mismo general? ¿Podría acaso anticipar que su Comunidad Organizada iba a ser leída bajo una perspectiva filosófica? ¿Sabría acaso que la felicidad del pueblo como principio de su doctrina lo acercaba a la felicidad concebida por el estagirita? Perón fue para Silvio quien suplió al padre que lo abandonó, siempre gustaba que no elidieran el «Juan» de su nombre, no lo decía, pero intuyo allí también una evocación. Hizo gestión pública cultural en el gobierno de Menem y en el de Duhalde, a pesar de que en las internas que antecedieron a Menem, su favorito fue Cafiero quien, al cumplir 90 años, lo nombró en su discurso como el gran filósofo del peronismo. Estuve presente y supe de su emoción. Gestiones culturales durante más de una década que culminaron con su designación como director de la Biblioteca Nacional y de las que no obtuvo provecho económico más allá del ingreso que le correspondía. Viajaba en colectivo y vivía de manera austera.


Sus ideas sobre el aborto tan remarcadas por la prensa, como sus últimas orientaciones políticas corren el riesgo de desmerecer su gran obra. Silvio auspiciaba darle trabajo a los pobres más que promulgar la ley sobre la interrupción del embarazo. Yo no acordaba y lo veía en esto poco conectado con la realidad e idealista, también nos distanciaban muchas de sus apreciaciones, pero tales diferencias no hacían menguar mi admiración. Le gustaba Evita ya que ella no ayudaba por caridad, sino que dignificaba al oprimido favoreciendo su inserción laboral. Quería el feminismo de Evita que no era sin Perón. Personalidad controvertida por muchas de sus declaraciones, por un carácter muy díscolo, aunque también amable, por una irreverencia intempestiva que a menudo lo volvía desagradable. Pero como dice sabiamente el eximio escritor Javier Marías, quien murió un día antes que Silvio: ¿alguien se pregunta si era buena persona el cocinero? Es que una obra trasciende a la persona que la gestó y por ello participa de lo divino y su autor ni siquiera puede estar a su altura.


Durante varios años Silvio mantuvo conversaciones editadas por YouTube con el filósofo Alberto Buela, eran fantásticas ya que acercaban al gran público al pensamiento de los grandes filósofos de la humanidad. Lamentablemente lo digo en pasado ya que los videos no están, pues han censurado al Canal que los emitía. Quisiera por este medio llamar a que vuelvan a aparecer ya que su valor es un magno aporte a la cultura. Desconozco las razones que han llevado a censurar ese canal ¿pero también el material de esas charlas que nunca supe identificadas con algún lineamiento ideológico de la emisión? La censura impera cual dictadura en nuestro país, pero no por el gobierno de turno, tiene la forma de lo «políticamente correcto», dictatorial-como dice Zizek. Ciertamente en muchos lugares, pero merece especial atención en nuestro suelo ya que entierra a nuestros grandes pensadores. Nuestro deber como intelectuales es hacerlos comparecer, tarea que llevó adelante el escritor y psicoanalista Germán García en el campo de la literatura, de la filosofía y del psicoanálisis. Y también Silvio en la Biblioteca Nacional y en sus famosos Encuentros de pensadores. No los elegía por estar de acuerdo o no, valoraba la idea por sobre la persona, el pensar por sobre las simpatías personales.

Silvia Ons es psicoanalista

(Agradezco a Silvio Santamarina el haberme alentado a escribir estas líneas.)

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