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Fiesta de cumpleaños y conmemoración del santo

En estas reuniones se tiraba la casa por la ventana. Consideradas las más importantes desde la perspectiva de la vida social, convocaban a un nutrido enjambre de gente. Eran los días de mantel largo y blanco, de manjares y exquisiteces, si a la comida criolla podemos darle esa categoría.




Una amplia mesa en la sala principal daba cabida a los invitados que iniciaban la comilona con una sopa que denominaban “espesita” que era de pan frito, arroz o fideos a la que se incorporaban huevos arrojados o estrellados. ¡Dos por persona!

Concluida esta etapa aparecía el puchero. Bien cargado, ofrecido por la servidumbre. Compuesto por carne de pecho, dos gallinas, arroz, garbanzos, zapallo, choclo, tocino chorizos y morcilla. Se traía una enorme fuente, pero se servía en platos separados, acompañados con salsa de tomates y cebollas cocidas, que cada comensal elegía a su gusto. El banquete no terminaba allí, recién estaba por la mitad.

Inmediatamente volvía la servidumbre y alcanzaba un estofado mechado con pasas de uva, carbonada, pasteles rellenos con presas de pollo, huevos duros, pasas, carne en picadillo, cebollas, aceitunas y ajíes.

Si el lector cree que esto es el final se equivoca de cabo a rabo. A continuación se servían verduras mientras se esperaba el pavo engordado por el anfitrión, durante el último mes.

Estas comilonas pantagruélicas nada tenían que envidiarle a los festines romanos aunque estos últimos eran paganos y en Buenos Aires en honor a los santos.

Finalmente aparecían los postres, pastelitos de natilla, dulces de membrillo, durazno, batata, compotas.

Manjares, todos, muchas veces realizados por la servidumbre esclava. Que más tarde tenía su fiesta.

¿Con que bebida acompañaban tanta gastronomía? Con el rico vino carlón que encendía el paladar y calentaba el pico, pero también con Jerez y Oporto. Las familias más acomodadas accedían a los buenos vinos españoles y franceses.

En los brindis sonaba la cohetería comprada a propósito para meter bulla y hacer renegar a la abuela. Pero era inevitable y todos esperaban ese momento. En muchas casas de tradiciones paternalistas la servidumbre solía brindar con el grueso de la familia.

Quedan vivas aún algunas glosas que jovenzuelos enamorados le dedicaban a su amada


Le presento aquí este brindis

Dirigido a su persona

Si usted recibe este brindis

Me pone usted una corona

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