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Inseguridad: un problema que pone en jaque al Estado Nacional









El problema de la inseguridad no es nuevo en la historia de nuestro país. Lo hemos padecido en distintos momentos en los últimos doscientos años. Lo que lo hace hoy más peligroso es que está internacionalizado por lo tanto no es un problema meramente policial sino que por su gravedad adquiere contornos que ponen en peligro la seguridad del Estado Nacional.





Voces ideologizadas afirman que es un fenómeno moderno que asuela al mundo entero a consecuencia del triunfo salvaje del capitalismo inhumano. “Frente a la inseguridad creada en el mundo por el retroceso del Estado de Bienestar. ¿Cómo se compensa esta sensación? Mostrando que la principal amenaza que hay es el delito común” (Zaffaroni al diario La Nación 18/2/09). La Vicepresidente cuando era Jefa de estado aseguraba que el crimen y la violencia que conlleva responden a la enorme desigualdad social Una especie de revancha de los de abajo frente al abismo entre ricos y pobres. Llegando a expresar que en África al no ser la desigualdad tan marcada como en América Latina el delito, en ese continente, es un problema menor.

Coincidiendo de esta forma con el doctor Zaffaroni.



Hay, también, otras opiniones que responsabilizan a la circulación y profusión de noticias como la causante de nuevos delitos. Tesis que abonaba el actual Presidente, Alberto Fernández, según un artículo de su autoría aparecido en La Nación (4/10/2010). Otra teoría más sofisticada fue la que ofreció el actual Canciller, Felipe Solá, cuando era gobernador de la Provincia de Buenos Aires quien luego de meditar acerca de estos males afirmó que el crecimiento económico de los últimos años hacía aumentar la delincuencia por la natural codicia de los malvivientes.



¿Cuáles son entonces las razones del escalamiento del delito y cuáles deberían ser las políticas estatales para contenerlo y acabarlo en el caso que se pueda?


¿La pobreza? ¿La desigualdad? ¿La injusticia social? ¿Los trabajos mal pagos? ¿La desaparición de la cultura del trabajo? ¿La pobreza estructural?


Todas ellas pueden ser sin embargo hay que poner también en el análisis la ausencia e ineficiencia del Estado que ha optado por “dejar hacer y dejar pasar” al mejor estilo smithiano.


Un Estado que en vez de intervenir, como y donde corresponde, se aparta de sus responsabilidades fundamentales que son la seguridad, la salud y la educación.


En el caso argentino se hace evidente y dramática la ineficacia. ¿Por qué?



Porque la élite política, salvo algunas excepciones, es portadora de la utopía (para decirlo de alguna manera piadosa), de que “el rol de la política es la de ser garante de derechos y reguladora de la vida económica”. Y en el tema de derechos fijan más la vista en el victimario que en la víctima según se desprende de las ideas de doctor Zaffaroni


El avance del delito se debe, seguramente, a múltiples causas, ahora bien, mientras las causas no sean corregidas tenemos delincuentes en la calle que matan, violan, asesinan y trafican ¿Que hacemos entonces? ¿Esperamos la solución a largo plazo? ¿Cuál es ella?


ALGUNOS EJEMPLOS DE LA HISTORIA


Corría el año 1812 y la provincia de Buenos Aires cargaba sobre sus espaldas con la responsabilidad fundamental de la guerra de la independencia.


El esfuerzo y el desgaste político, con sus luchas intestinas, habían originado un vacío de poder que motivó un serio desorden administrativo y civil que alimentaron el crecimiento voraz del delito. Era preciso solucionar el asunto y “atender a la defensa de la seguridad individual y de la propiedad, seriamente comprometidas por un estado de cosas de lo más lamentable que nadie pueda imaginar. Numerosísimas bandas de salteadores y asesinos, abrigados en las arboledas y huecos del ejido y de las quintas infestaban los suburbios. No solo de noche, sino a la luz del día, saqueaban y asesinaban familias enteras quebrantando puertas a viva fuerza, o abriéndolas con ganzúas. Su audacia había llegado a tanto, que con mucha frecuencia, aún a la hora de la siesta, se introducían en el centro mismo de la ciudad y saqueaban tiendas o casas de familia con éxito completo.


Los suburbios en que se abrigaban esas bandas de malhechores y prófugos formaban al oeste, de norte a sur, una cintura que ceñía a la ciudad, donde había eriales y huecos desolados, perfectamente apropiados para escondrijo de vagos, prófugos y criminales.


El mal había llegado en 1812 a ser una calamidad pública, una plaga social que tenía aterrado al vecindario. Era indispensable, urgente, extirpar a toda costa ese desorden con un rigor inexorable, sumario y ejecutivo en los procedimientos. El mal crecía por semanas; y la situación general estaba ya afectada como por una de esas desgracias que conturban el orden social arruinando el imperio de las leyes y de las buenas costumbres.


En vista de estos principios y de esa necesidad suprema se creó una Comisión de Justicia, encargada de proceder sumarísimamente y nada más que a buena verdad sabida, o probada, en cada caso de crimen contra las personas o contra los bienes, eliminando todos los procedimientos que pudieran hacer moroso o ineficaz el castigo aún en los casos de condenación a muerte, que fueron los más frecuentes. Esta Comisión comenzó sus trabajos con un manifiesto:


Las leyes que se han hecho precisamente para consultar la seguridad y el orden de las sociedades y de sus individuos, jamás deben permitirse que degeneren en disolución. Las consideraciones de equidad que se dispensan a los delincuentes, lejos de producir efectos saludables, llegan a ser una barrera que defiende escandalosamente la impunidad de los delitos. Los delincuentes calculan sobre la demora de su castigo. En tales circunstancias es ya necesario abrir un paréntesis a todas esas fórmulas y ritualidades ordinarias, que no pueden sostenerse sin peligro inminente del resto de la comunidad” (López, Vicente Fidel: Historia de la República Argentina. Ed. La Facultad. Bs. As. 1926. T. IV. Pág. 143 y 144).


De esta forma aquellos hombres, valorados hoy como próceres fueron, también, capaces de hallar un remedio a los “pequeños problemas” de la vida cotidiana.

Además de las grandes utopías de la libertad y la independencia resolvieron la “insignificancia” de combatir a pillos y facinerosos.


LA CAIDA DE JUAN MANUEL DE ROSAS


Ocurrida la Batalla de Caseros y derrotado Rosas el general Urquiza ocupó circunstancialmente el caserón de don Juan Manuel, en San Benito de Palermo en la afueras de la ciudad. Esperó allí algunos días antes de entrar a Buenos Aires. Sin autoridad, puesto que Rosas se había ido y Urquiza no entraba la ciudad se transformó en un pandemónium. Bandas de ladrones, desertores y vencidos ocasionaron todo tipo de desmanes y tropelías. La ausencia de autoridad competente envalentonaba a los elementos antisociales que existen en los intersticios de toda sociedad.

“Al caer la noche y en la ausencia de disciplina y orden, bandas desorganizadas empezaron a saquear las tiendas y las casas. Ante el desamparo fuerzas de marinería extranjera desembarcaron para mantener un poco de orden. En la mañana siguiente, una banda compuesta de diversos elementos cayó de improviso sobre un piquete de marinería abriendo fuego”. (Scobie, James, R.: La lucha por la consolidación de la nacionalidad argentina. 1852-1862. Ed. Hachette. Bs. As. 1964. Pág. 21)

Los desmanes se desarrollaron durante tres días seguidos llegando incluso a ingresar un delincuente en la casa del representante inglés en Buenos Aires lo que nos hace imaginar la zozobra y angustia de la población común.


A los dos días el cuerpo diplomático se entrevistó con Urquiza en Palermo rogándole a “Urquiza tomara medidas inmediatas con el fin de asegurar la vida y los bienes contra el pillaje. Urquiza inmediatamente dio orden de que cualquiera persona a quienes se encontrase robando fuese fusilada en el acto y mandó a la ciudad patrullas de su ejército para ayudar a la policía. El cinco de febrero ya habían sido fusiladas más de un centenar de personas. El restablecimiento del orden por la fuerza aumentaron el número de los ejecutados. El camino que unía a Buenos Aires con el cuartel general en Palermo era a menudo el teatro de tales ejecuciones colgándose los cadáveres de las ramas de los árboles del camino” (Scobie: Ob. Cit. Pág. 26).

Estos crueles acontecimientos ponen evidencia las condiciones que se gestan cuando no hay Estado o autoridad competente, en condiciones de generar y mantener el orden, y cuando los hechos alcanzan niveles insoportables, en que la vida en sociedad se hace imposible, las respuestas halladas siempre son brutales e inhumanas.



Cierto es que en el caso narrado los sucesos se produjeron de repente. Sin embargo hay otros momentos en que se dejan avanzar las cosas irresponsablemente sin causas que lo justifiquen. En esta situación nos hallamos hoy los argentinos.


El delito y el narcotráfico más rápido que tarde serán los problemas centrales por resolver. Quienes no aborden el asunto con la severidad que se merecen, serán superados por los acontecimientos que lamentablemente sufriremos todos, responsables e irresponsables.


EL PROBLEMA DEL INDIO


El país padeció en el siglo XIX el largo drama del indio. Las intermitentes entradas de la marginalidad pampeana sobre las poblaciones indefensas ocasionaron males imborrables y odios inextinguibles. Ciudades como Tapalqué, Azul, Tandil, 25 de Mayo, Junín, Pergamino, como así mismo Río Cuarto, Villa Mercedes, San Rafael y tantas otras, vivieron años de horror y desesperanza. Las entradas indígenas ocasionaban todo tipo de males. Robaban cuanto podían incluyendo el secuestro de hombres, mujeres y niños que usaban en sus tolderías para las labores más viles, lograban venderlos por algunas monedas en Chile, o pedían rescate a sus familiares directos.


Extorsionaron sistemáticamente a los distintos gobiernos para lograr de ellos una paga que comprara su irrecuperable conducta.


Plagados están nuestros archivos históricos de estos acuerdos pampas. Sueldos para los caciques, sueldos para los caciquejos, sueldos para los capitanejos y sueldos para todos. Un regalo inexplicable para mantener una paz que jamás se cumplía. Se les regalaba, también, azúcar, yerba, tabaco, alcohol y ganado.


Fortunas inmensas se gastaban para comprar su extorsión.


Los florecientes pueblos y villorrios que recostados sobre las fronteras de la civilización sufrían el permanente acoso de los malones pedían a gritos una solución definitiva.

Ya en épocas pasadas,1833, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires Don Juan Manuel de Rosas había intentado una Campaña, exitosa en parte, sobre los indios del sur de Mendoza, sur de San Luis, sur de Córdoba y sobre los de su provincia. Había encomendado la conducción de dicha guerra a su amigo y caudillo el riojano Facundo Quiroga a quién le informaba sobre la necesidad de "acabar con todos los indios". Facundo rechazó el ofrecimiento aduciendo desconocer sobre este tipo de guerra. Sin embargo el riojano no se desentendió totalmente del problema. Le llamaba la atención que la columna del centro comandada por el General Ruiz Huidobro y los hermanos Reinafé, Jefes de su Estado Mayor y políticos de la Provincia de Córdoba -uno de ellos Gobernador- cuando planificaban caer sobre los toldos del cacique Yanquetruz, misteriosamente, los indígenas se, hacían humo. Esto llevó a Facundo a acusar a los Reinafé de cómplices y buchones del cacique, y las razones muy simples, participaban del negocio del robo de ganado ejecutado por los ranqueles y reducido por estos.


La frontera era una delgada línea donde todo se confundía y todo se arreglaba.

Así estaban las cosas en aquel país y para colmo, empeoraron. En la década del 70' el asunto indígena era la principal preocupación de la vida pública.


La Argentina se encaminaba a su objetivo de nación agro exportadora y el clima de inseguridad no podía continuar. Quien resolviera el drama se colocaba en el centro de la escena nacional.


El vicepresidente Alsina elaboró, entonces, un plan que consistió en un avance lento y permanente sobre el desierto, siendo "el plan del Poder Ejecutivo ir ganando zonas por medio de líneas sucesivas". En una palabra, un lento evolucionar que provocaría la resignación y la natural incorporación del indígena a la vida social, al verse atropellado por la civilización. Completaba esta alucinación la loca idea de construir una zanja de 650 kilómetros de extensión de dos metros de profundidad y tres metros de ancho con la que pensaba persuadir al indio sobre sus robos impidiéndoles su retorno con el ganado arrebatado. El disparate estaba fundado en la idea de que esta campaña era contra el desierto y no contra el indio. El garantismo del siglo XIX se dio de bruces con la realidad.


El Coronel Roca, a la sazón, Comandante de la frontera de Río Cuarto polemizó con su superior en periódicos de la época y objetó su idea en los siguientes términos:

¨A mi juicio el mejor sistema de concluir con los indios ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del Río Negro es el de la guerra ofensiva, que es el mismo seguido por Rosas que casi concluyó con ellos. Ganar zonas al desierto, alejándose más de las poblaciones, tiene, para mí, todos los inconvenientes de la guerra defensiva, acrecentados por el enemigo que deja a la espalda.¨
"Los indios mirarán este plan como un ataque a sus derechos, pues consideran suyos estos campos, y aun los que actualmente ocupamos. Nos acusarán de ser nosotros los primeros en faltar a la fe de los tratados y se prepararán a oponernos la más tenaz resistencia."

¨Para mí el mayor fuerte, la mejor muralla para guerrear contra los indios de la pampa y reducirlos de una vez, es un Regimiento de las dos armas bien montadas que anden constantemente recorriendo las guaridas de los indios y apareciéndoles por donde menos lo piensen. Como ellos nos hacen malones. Debemos hacerles malones del Ejército Nacional.


En la misma carta le advierte a Alsina que si la guerra es defensiva se vendrá un ataque feroz de los indios.


De manera que a juicio de Roca el proyecto Alsina contra el Desierto y no contra el indio era tan solo una ilusión.


La respuesta indígena al vicepresidente Alsina, no se hizo esperar. En 1876 se produjo lo que se conoce como la "invasión grande". Masivo y mortal ataque indígena sobre Azul, Tapalqué y Tandil provocando más de 400 muertos, quinientos secuestrados cautivos, y 300.000 cabezas de ganado en manos de la marginalidad.


Fue muy perniciosa la acción de Alsina y si se quiere ingenua al pensar que el indio vería avanzar la civilización sin defenderse.


No quedaba más que el plan de Roca:


"Vamos pues a disputarles sus propias guaridas, lo que no conseguiremos sino por medio de la fuerza. A mi juicio el mejor sistema de concluir con los indios es el de la guerra ofensiva. Hay que ir a buscarlos a sus guaridas y causarles un terror y un espanto indescriptibles”.


En octubre de 1878 el Presidente Avellaneda promulgó la ley 947 discutida ampliamente en el Parlamento que daba inicio a la ocupación de la Patagonia.

Cuando el general Julio Roca inició su marcha desde Carhué emitió la siguiente Orden del Día:


¨Cuando la ola humana invada estos desolados campos que ayer eran el escenario de correrías destructoras y sanguinarias, para convertirlas en emporio de riquezas y en pueblos florecientes en que millones de hombres podrán vivir ricos y felices, recién entonces se estimará en su verdadero valor el mérito de estos esfuerzos. Extinguiendo estos nidos de piratas terrestres y tomando posesión real de la vasta extensión que los abriga. En esta campaña no se arma vuestro brazo para herir compatriotas o para conquistar y esclavizar pueblos o conquistar territorios de naciones vecinas. Se arma para algo más grande y noble: para combatir la seguridad por la vida y fortuna de millares de argentinos y aun por la redención de esos mismos salvajes que, por tantos años librados a sus propios instintos, han pesado como un flagelo en la riqueza y bienestar de la Republica.¨

En síntesis había en la Campaña dos objetivos claros: expulsar o incorporar a la vida social a los indígenas maloneros que asolaban poblaciones y estancias, y garantizar la soberanía nacional y territorial de aquella región, codiciada por Chile. Tan exitosa fue esta acción que rápidamente fueron integradas al patrimonio argentino sesenta millones de hectáreas de tierras óptimas para el laboreo, así como la totalidad de la Patagonia y Tierra del Fuego.


La seguridad estratégica y pública quedaba garantizada por la rápida y eficaz acción del Ejército Nacional. Como resultado de estos logros el General Roca fue elegido Presidente, dando inicio a unas de las actuaciones políticas más relevantes de nuestra historia.


Roca tenía en claro que solo el Ejército estaba en condiciones de una guerra ofensiva para concluir con el problema del delito indígena, las viejas Guardias Nacionales –especie de Policías de Provincias- estaban, invariablemente, complicadas con el robo o absolutamente superadas por la capacidad militar del indio.


Roca aseguraba, asimismo, que era inadmisible la existencia de “fronteras interiores” es decir territorios donde el Estado Nacional no ejercía ningún control. Si en la actualidad no contamos con un Roca, habrá que crearlo.

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