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Inteligencia sobre el terrorismo y el crimen organizado

Por Javier R. Casaubon -

 

Acertadamente, se ha dicho que el actual tablero internacional está caracterizado por “la ausencia de amenazas en la frontera y la ausencia de fronteras para la amenaza” .

Otros estudiosos de las Relaciones Internacionales sintetizan este escenario en la idea de “islas de orden en un mar de desorden” u otros similares como que vivimos en un “océano de problemas” o de “caos en islotes ordenados” o “vivir en un mundo con viejas reglas y nuevas amenazas”.

Esta situación se plasmó en novedosos conceptos que enriquecieron el debate de Seguridad Internacional, como la referencia a las áreas grises. Esta idea remite a determinadas porciones de un territorio en cuyo seno desaparecen las distinciones claras en cuestiones de seguridad interna o externa, así como entre aspectos criminales y militares.

Las “áreas grises”. Pese a su ambigüedad, un área gris puede ser comprendida a partir del empleo que hacen de este proyecto tres autores diferentes: Peter Lupsha, Jean-Marie Guéhenno y Eirc de la Maisonneuve. Lupsha, eventual creador del citado término, califica así a determinadas porciones de un territorio que pasan a manos de organizaciones “mitad criminales, mitad políticas”, erosionando la legitimidad del gobierno; Guéhenno, por su parte, indica que la característica distintiva de un área gris es que en su seno desaparecen las distinciones claras entre aspectos criminales y militares; por último, De la Maisonneuve describe de esa manera a una zona de “no derecho” que sirven de refugio y santuario a organizaciones terroristas y criminales (a menudo vinculadas entre sí) que evolucionan en el lugar con total impunidad, apoyándose en parte de la población local .

Tal como a¬firma Sansó Rubert (2006: 212) “cuando estas actividades delictivas se convierten en una amenaza para el Estado, los servicios de información policial deben pasar a los servicios de inteligencia la dirección y responsabilidad de su vigilancia. Es precisamente este tipo de amenazas, como el terrorismo o la delincuencia organizada, en las que la necesidad de coordinación y transmisión de la información es más importante, donde mayores acuerdos deben existir sobre cómo repartirse las responsabilidades para combatirlas” .

Coincidimos con el doctor Arturo Contreras Polgatti (autor de Conflicto y guerra en la post modernidad, Mago Editores, Santiago de Chile, 2009) en que si no procedemos de esa manera enunciada más arriba pareciera ser que la enumeración de las «nuevas amenazas» sin precisar sus contenidos, efectos ni sus relaciones no se podría pretender comprender la lógica y dinámica de la seguridad contemporánea, ni facilitar la coordinación y la cooperación internacional para construir un mundo más seguro, sino sentar las bases para diversificar los argumentos del referido nuevo derecho de intervención sobre una base colaborativa, porque tal o cual Estado es impotente para combatirlas y necesita la colaboración de otros o de fuerzas militares internacionales. Lo dicho implicaría una especie de renuncia implícita a la soberanía.

Desde su constitución al término de la Segunda Guerra Mundial, la ONU se erigió en el organismo gubernamental multilateral más importante del escenario internacional. Básicamente, el mismo cumple cinco funciones: (i) es, ante todo, un símbolo de la comunidad internacional; (ii) es un canal de comunicaciones entre actores del sistema internacional, primordialmente entre Estados, aunque cada vez más entre Estados y actores no estatales; (iii) es una burocracia competente, especializada en una amplia gama de funciones; (iv) es un ámbito generador y reglamentador de normas de conducta, a la vez que un mecanismo a través del cual se generan y difunden visiones sobre cómo deberían conducirse los Estados; finalmente, es un ámbito de socialización de las elites sobre cómo perseguir y obtener los objetivos de sus respectivos Estados, en el sistema internacional contemporáneo.

Indudablemente, la faceta más conocida que tiene el involucramiento de la ONU en la búsqueda de la paz y seguridad internacionales es la que se vincula con el empleo de efectivos militares en operaciones de paz ; existiendo actual y curiosamente un replanteo de los criterios de intervención y debates sobre la flexibilización, que van desde las intervenciones humanitarias a la Agenda para la Paz, pasando por la diplomacia preventiva hasta invasiones militares o protectorados de objetivos estratégicos.

Apenas fue proclamado, el Nuevo Orden Mundial fue duramente criticado. En la mayor parte de los casos sus detractores alegaron que este no estaba formulado en función de los intereses de toda la comunidad internacional, sino de las metas norteamericanas. Se decía que sería Washington el que decidiría dónde, contra quién, cómo, cuándo y cuánto usar la fuerza (poder duro) o la persuasión (poder blando). Siguiendo esta línea de pensamiento, EE.UU. pretendía imponer a escala global pautas de conducta funcionales a sus valores y objetivos, incluyendo como probabilidad el empleo de la fuerza en defensa de los intereses nacionales, aunque bajo una suerte de paraguas moral y la legitimación de la ONU .

Se ha dicho que EE.UU. no debe actuar como un monje que limita la vigencia de sus valores al ámbito de un monasterio, sino constituirse en un misionero que predica su evangelio político en todo el mundo.

Esto último ha generado lo que algunos estudiosos llaman la proclividad al ejercicio de la “psico-soberanía” (expandiendo la democracia, los derechos humanos, etc., por todo el mundo), ahora más ampliada no sólo a temas de energéticos, humanitarios, alimentarios, sino también ambientales, en un sentido tan extenso como para justificar la “guerra preventiva” o la “guerra contra el terrorismo” , conforme a sus imperativos estratégicos y así emplear sus tropas en la remoción de regímenes hostiles al país X u hostiles a EE.UU.

Luego, tras el ataque a Afganistán (el cual sí fue avalado por la ONU, la OTAN y varios países del mundo), se dio a conocer la Doctrina del Ataque Preventivo. Esta doctrina constituyó el fundamento que EUA utilizó para justificar el ataque contra Irak. Conviene recordar que, a esta altura de los acontecimientos, la cantidad de aliados y apoyos efectivos –no retóricos– con el que contaba EUA había disminuido notablemente.

La mencionada intervención armada en Irak bajo el nombre de “ataque preventivo” generó gran controversia. Es necesario distinguir este ataque del derecho a la legítima defensa contenido en la Carta de las Naciones Unidas. De acuerdo con la Carta, el único acto que justifica el uso de la fuerza –al margen de las decisiones del Consejo de Seguridad– es el hecho de legítima defensa, el cual tiene una serie de condiciones ineludibles: actualidad del ataque, condicionalidad hasta tanto se pronuncie el Consejo de Seguridad y proporcionalidad, entre otras. Sin embargo, Estados Unidos intervino en Irak bajo el supuesto de prevenir un futuro ataque a su territorio con ADM. Inspectores enviados por las Naciones Unidas no han podido comprobar fehacientemente la existencia de este tipo de armas .

Sin embargo, quedan muchas cuestiones por resolver en cuanto a la legalidad de la acción preventiva en el contexto del Capítulo 7 de la Carta de las Naciones Unidas. Desde el punto de vista moral, el objetivo de la guerra consistía en liberar a un pueblo oprimido, pero este elemento humanitario (que había tenido un lugar central como justificativo legal de las intervenciones en la década del 1990) no era llevado a la mesa de debate entre los fundamentos legales de la acción armada en Irak [lo mismo puede suceder en el futuro “justificándose” una intervención en nuestro territorio].

Como dijimos en un primer momento, toda Europa estuvo de acuerdo en respaldar a Estados Unidos en la guerra al terrorismo, pero cuando la segunda etapa implicó una intervención armada en Irak, quedó en evidencia que el consenso inicial no sólo se había resquebrajado, sino que directamente se había partido. En esta ocasión, los argumentos no convencieron a todos los países de Europa ni a todos los miembros de la Alianza Atlántica del Norte, por diversos motivos y/o intereses. En el seno de la OTAN la postura estadounidense hizo que (más allá de los recursos comprometidos para la lucha contra el terrorismo) no se alcanzara a determinar una posición común de participación en los conflictos que se estaban por desarrollar .

Como vinos el siguiente paso en la guerra norteamericana contra el terrorismo mediante un “ataque preventivo” fue la invasión de Irak en marzo de 2003. ¿Por qué Irak? Pocas preguntas han hecho correr tantos ríos de tinta como esta. Su jerarca era un dictador del viejo estilo: nacionalista, panarabista, socializante, como correspondía al Partido Baaz, y su tiranía, ciertamente atroz, no tenía nada que ver con el universo yihadista o, simplemente, islamista. ¿Por qué él? Los Estados Unidos y sus aliados arguyen que el mismo tenía armas químicas. Luego se supo que no (entre otras cosas, aparentemente, porque los israelíes habían desmantelado sus instalaciones pocos meses antes). Los más críticos dijeron que se trataba de una guerra simplemente movida por la codicia del petróleo, lo cual era solo una parte de la verdad. La realidad parece ser esta otra: desde al menos dos años atrás –y antes, por tanto, de los atentados del 11-S–, los Estados Unidos contemplaban la opción de establecer un punto fijo de control territorial en Medio Oriente que le sirviera como pivote geoestratégico para controlar una región vital.


Por todo ello y volviendo a lo que estábamos hablando antes y al tema de este subtítulo, a esta altura conviene aclarar un punto, precisar un concepto. Para nosotros los antedichos capitalismo exacerbado y fundamentalismo ambiental y/o religioso y su desequilibrio, quiebre, crisis, irrupción o ruptura de los actores principales, son las dos principales nuevas amenazas que presenta el escenario futuro, y estas bien pueden ser por medio de Estados o de Actores No Estatales, son las que sobre las cuales debe hacer Inteligencia las FF.AA. e Inteligencia Estratégica para ponerla a consideración del máximo decisor estatal. Es decir, sobre el “Terrorismo Económico” y/o sobre el “Terrorismo Fundamentalista o Radical Ambientalista / Religioso”.

Si bien pareciera ser que el capitalismo salvaje y perverso busca una ganancia pecuniaria o rédito económico y por ende no sería competencia de las FF.AA., lo cierto es que con el dinero compran voluntades, compran poder y en última instancia desean un control socio-político y el dominio de un territorio donde ejercer su “autoridad meramente financiera”. El poder de la codicia puede resultar abrumador: ni las buenas instituciones políticas ni la homogeneidad étnica y religiosa ni un elevado gasto militar pueden ofrecer una defensa significativa frente al poder del dinero capaz incluso de comprar tierras estratégicas y/o tener un ejército privado muy bien equipado y remunerado y generar violencia a gran escala.

Por su parte, en el libro Radicalización islamista y terrorismo: claves psicosociales de Manuel Moyano y Humberto Trujillo, refiere a los modelos de radicalización, dando como ejemplo el “modelo de pirámide”, donde el individuo va subiendo de escalón, hasta completar su proceso de radicalización que lo lleva a la cúspide del método. Comienza en la base de la pirámide en el escalón de “simpatizante”, luego pasa a “seguidor”, más adelante se transforma en “activista”, para llegar a “radicalizado” que lo llevará al último paso, al que ya denominan “terrorista”. En otro sistema, que funciona de manera parecida, lo denominan “la metáfora de la cinta transportadora”, donde el sujeto va avanzando en sus etapas de radicalización, hasta llevarlo al final del camino que es el terrorista propiamente dicho. Toma como referencia gráfica, el ejemplo de la cinta transportadora de un aeropuerto .

El terrorismo, concebido estratégicamente como un fenómeno en sí mismo es, a la vez que una amenaza transnacional, un claro caso de asimetría. Enmarcado dentro de la violencia política, el terrorismo incrementó su peligrosidad en las últimas décadas, de la mano de los factores tecnología (que coadyuva a su globalización) y cultura, teniendo este último una gravitación directa en la proliferación del llamado terrorismo suicida .

Quienes comparan a los atentados de Nueva York y Washington con el ataque sufrido en Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941 soslayan que en esa oportunidad existía un responsable claro de naturaleza estatal (Japón), no se había alcanzado territorio metropolitano y su gravedad no fue potenciada por los medios de comunicación. El 11S, la agresión en pleno suelo continental por parte de un contendiente no estatal difuso, y su repetición ad infinitum como efecto de la mediatización, instalaron en EE.UU. un nuevo y desconocido (por lo menos desde la crisis de los misiles de 1962) sentimiento de inseguridad. Así se refleja en la versión del periodista Robert Samuelson, en un artículo precisamente “Éramos tan felices”. Decía el columnista [el 15 de septiembre de 2001] en Newsweek:

“Lo que se destruyó no fue sólo el World Trade Center y parte del Pentágono, sino la serenidad y la sensación de seguridad de los norteamericanos. Después de haber visto el horror en la televisión, será difícil para cualquiera continuar con la rutina cotidiana sin verse perseguido por el temor de que algo horrible podría suceder en cualquier momento y en casi cualquier lugar (…) lo que los norteamericanos comprenden ahora es que esto podría ocurrirle a cualquiera en cualquier ciudad, en sus oficinas, en sus centros comerciales, en sus estadios o aeropuertos. Quizás no suceda, pero podría pasar. El miedo se ha implantado y no desaparecerá” .

Ahora bien, muchos estudios, académicos y especialistas en la materia e incluso varios autores y personajes que vamos a citar hablan de «nuevas amenazas» indistintamente. Para precisar la definición a los fines de este trabajo entendemos por «nuevas amenazas» a todas las otras dos formas que no fueron enunciadas y subrayadas en párrafos anteriores, que están por afuera de esos dos conceptos, llámese “narcotráfico, crimen organizado, tráfico de armas, la trata de personas, piratería ilegal, comercio ilícito, etc.”. Todas estas cuestiones y las a ella vinculadas tienen que ser estudiadas, analizadas y combatidas por las policías y las FF.SS. federales.

Así delimitamos perfectamente el objeto de investigación y de actuación práctica de una u otra fuerza, por más que a veces pueden aparecer en algún punto relacionadas o vinculadas, distinguiendo lo que corresponde a Defensa y lo que debe ser la doctrina de formación de los cuadros del ejército y lo pertinente a Seguridad y la formación de sus cuadros, tal cual lo diferencia nuestra legislación vigente sin que se contaminen ambos campos con la idea ambigua e imprecisa de «nuevas amenazas» y descomponerlas conforme a derecho. Ello, sin perjuicio de otra salvedad que vamos a hacer más adelante sobre la manera de distinguirlas en la legislación, más específicamente, en el capítulo referido a la Ley Integral de Defensa, Seguridad e Inteligencia.

En consecuencia, la pregunta que surge sobre las «nuevas amenazas» es si estas constituyen o no una nueva categoría de conflicto. La respuesta es obviamente “NO”.

Es que a principios del siglo XXI hay nuevas amenazas como «nuevas amenazas» tanto para la Defensa Exterior como para la Seguridad Interior, aunque sean distintas, pero en su estrategia, operaciones y táctica estén relacionadas. Sin embargo, no podemos meter todos los gatos en la misma bolsa. Es difícil delimitar los campos, pero es preciso y conveniente hacerlo, se necesita un esfuerzo de abstracción mental.

El problema radica en la estructura de nuestra mente: no aprendemos reglas sino hechos, y solo hechos. Desdeñamos lo abstracto; lo desdeñamos con pasión. Los seres humanos necesitamos la categorización, pero esta se hace patológica cuando se entiende que la categoría es definitiva, impidiendo así que los individuos consideren las borrosas fronteras de la misma, y no digamos que pueden revisar sus categorías. Otro defecto humano procede afín de la concentración excesiva en lo que sabemos: tendemos a aprender lo preciso, no lo general; no aprendemos reglas sino hechos, y sólo hechos. ¿Qué aprendimos de lo ocurrido el 11-S? Muchas personas siguen recordándome que es importante ser prácticos y dar pasos tangibles, en vez de “teorizar” sobre el conocimiento. ¿Para qué está hecha nuestra mente? Se diría que disponemos del manual del usuario equivocado. No parece que nuestra mente esté hecha para pensar, ni practicar introspección. Nuestro cerebro lo hemos utilizado para ocuparnos de temas demasiado secundarios como para ser importantes .

Es como separar la yema de la clara de un huevo.

Una cosa no pude «ser» y «no ser» dos veces al mismo tiempo, eso va en contra del principio de no contradicción, así lo enseña la lógica tradicional.

Como una palabra nos lleva a la otra y un concepto a otro, la diferencia esencial o sustancial de una idea y la otra y el motivo de hacer esta distinción radica en que el “Terrorismo Económico y/o Fundamentalista” para poderlo llevar a cabo debe concretar su agresión final en territorio argentino, buscan en el fondo nuestro suelo y para repelerlo están las FF.AA., su objetivo es de largo plazo; mientras que las «nuevas amenazas» buscan en el fondo un rédito y usufructúan nuestro suelo en una economía globaliza hoy tan cercana como cualquier parte del mundo gracias a las comunicaciones y los transportes, su objetivo es de corto y mediano plazo.

A grandes rasgos, el terrorismo busca una finalidad política-cultural-religiosa. En el fondo, el terrorismo es un fenómeno de carácter político, dado que configura una práctica mediante la cual sus agentes intentan afectar o incidir de alguna manera sobre el alcance y el contenido del funcionamiento Estatal y de las actividades gubernativas; ya sea un Estado nacional propio o extranjero o la eliminación de sus competidores políticos atentando contra una situación determinada .

En cambio, la denominada criminalidad organizada constituye un emprendimiento de carácter económico, tanto opera así que usa técnicas empresariales y tiene unidades alternativas de negocios. En efecto, la criminalidad organizada es una actividad llevada a cabo por un grupo estructurado de personas que actúan concertadamente durante un cierto tiempo "con el propósito de cometer uno o más delitos graves (...) con miras a obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de orden material ; por más que utilicen una relación simbiótica a los Estados. Tráfico de drogas, trata de personas, extorsión y secuestros, ciberdelitos, tráfico de armas, sicariato, financiamiento del terrorismo, migraciones, corrupción, y la lista sigue... Aquí conviene puntualizar y diferenciar algo más.

Las mafias, si bien combinan actos lícitos e ilícitos, no tienen un fin político ni exclusivamente económico, su objetivo es el poder.

La Seguridad no puede renunciar a estos importantes y grandes desafíos y lo tiene que hacer sin mengua de la democracia y el Estado de Derecho.


El proceso lógico del pensamiento estratégico es estudiar un fenómeno. Comprender sus causas y efectos. Distinguir lo esencial de lo accidental. Apreciar su desarrollo pasado, presente y futuro. Penetrar en los hechos. Examinarlos y descomponer su análisis. Captar cada uno de sus factores en su verdadero valor. Percibir el problema. Elaborar el propio criterio con espíritu objetivo y real. Llegar a una conclusión que sea unidad y síntesis. Y proceder a resolverlo .

No obstante aquella esfera de diferencia, desde el punto de vista orgánico-funcional, el terrorismo y la criminalidad organizada comparten algunos rasgos de importancia (desterritorializado, transnacional, diversificación, interacción, aprovechamiento de la tecnología, actuar en red, etc.) que resultan claves de cara a las tareas de prevención y represión de este tipo de actividades. Las mafias, generalmente operan en un territorio determinado, aunque se ha visto muchos casos de “sucursales” o “emprendimientos” en zonas extranjeras o extrañas a sus lugares de operación u origen.

Walter Laqueur afirma que la historia reciente ha hecho la frontera entre las Organizaciones Criminales y Terrorista se vuelva cada día más difusa.

La globalización de ambas ha generado relaciones híbridas concibiendo una suerte de simbiosis entre muchas de estas organizaciones en donde las características propias de cada una no están claramente definidas.

Lo que presenta Laqueur es una suerte de politización del Crimen Organizado en paralelo a un giro pragmático por parte de Organizaciones Terroristas. La primera orientada a la consolidación de estos grupos como actores globales / trasnacionales buscando un sustento político que les permita asentarse en los nuevos territorios (partidos políticos o lobbies). El segundo en función de financiar actividades de mayor escala iniciando emprendimientos ilícitos que superan los costos logísticos buscando beneficios que trascienden el motivo político (enriquecimiento).

Ensayos para definir la criminalidad organizada surgen cada día. No obstante, esta pluralidad, hoy prevalece un consenso respecto sobre sus perfiles, partiendo de reconocer que su alcance, magnitud y desenvolvimiento es integral.

Observan, estudian y obtienen perfiles sociológicos de una comunidad; detectan sus inclinaciones, debilidades y aspiraciones sectoriales y sobre ellas, actúan, con previo pleno conocimiento del sistema legal e institucional. Reconocen así las tendencias y necesidades de cada sector estratificado en la sociedad y usan, establecen o controlan directamente la diversidad de instituciones legales y organizaciones ilegales. En ellas, finalmente se enquista y reproduce.

El perfil de una Organización Criminal o sus notas distintivas manifiestan o indican la recurrencia de los siguientes caracteres:


- Finalidad esencialmente económica. La finalidad de riqueza marginal, sin reglas para la selección de la actividad ilícita, salvo su rentabilidad. Búsqueda permanente de beneficios.

- Implicación de actividades ilícitas complementadas con actividades legales.

- Asociación de pluralidad de personas. Su composición sigue una matriz transnacional (en lo étnico y cultural). Un proyecto compartido.

- Número de personas: se constituye a partir de tres o más personas, organizadas funcionalmente, con permanencia en los vínculos y en las atribuciones de roles o tareas.

- Carácter de continuidad en el tiempo. Vocación de permanencia en el tiempo. Actuación por un período de tiempo prolongado o indefinido.

- Adaptabilidad. Surge, se instala y se irradia por motivos pluricausales. Adopción de formas diversas de inserción y operaciones en continua mutación.

- Se fortalece en los acuerdos que forja con sectores políticos y sociales.

- Se afirma y muta constantemente en sus negocios (en cuanto a variedad de sus transacciones ilegales y los bienes sobre los que recae).

- Transnacionalidad. Las fronteras no son limitaciones a su expansión (en lo geográfico). No adhiere a un núcleo nacional ni se restringe en el mercado del crimen. La no restricción a un espacio de un país. Muda las unidades de negocios, según conveniencias y amenazas. Operatividad a nivel internacional.

- Programan y ejecutan serialmente delitos.

- Provoca efectos indeseables en el ciudadano, la sociedad y en los Estados con importante potencial desestabilizador.

- Uso de influencia o corrupción. La cobertura e impunidad asociada al sistema político, judicial, policial.

- Ejercicio de influencia en la política, medios de comunicación, administración pública, autoridades judiciales o económicas.

- Fuertemente jerarquizada. Jerarquía (uno o dos jefes, y jerarquía por antigüedad). La adopción de una estructura jerárquica, aunque dispersa y descentralizada en su acción. Existencia de jerarquía, disciplina o control.

- División del trabajo (cada miembro tiene su trabajo y especialización individual).

- Alta capacitación en los puestos claves.

- Propósitos criminales. Indicios de comisión de delitos que por sí solos o en forma global sean importantes.

- Traslado de estructura criminales.

- Generación y acrecentamiento de riquezas.

- Códigos de silencio y de condena ante la traición o simplemente infidencias. Disciplina marcada por códigos de muerte y terror, ante la mera sospecha de traición. La adhesión a un régimen de lealtades y secretos a perpetuidad. El entendimiento de que no se sale ileso de esas organizaciones criminales. Empleo de la violencia o de otros medios idóneos para intimidar.

- Empleo de medidas de seguridad.

- Cobertura de fachadas en empresas con apariencia lícita.

- Uso fraudulento, el anonimato, etc. en la globalización de las comunicaciones por falta de regulación.

- Propósito continuo de dominio territorial o áreas de influencia.

- Aprovechamiento de fenómenos complejos de migraciones masivas debidas a conflictos armados, crisis económicas o cambios geopolíticos.

- Actuación por módulos de negocios. Uso de estructuras comerciales o empresariales.

- Los bienes y servicios ilícitos y clandestinos que se ofrecen en el mercado; como sus frecuentes “servicios” son de una notoria extensión: (seguridad y protección; sicariato; áreas y zonas liberadas, controles territoriales; infiltraciones en los sistemas de gestión estatal; lobby en congresos y sectores de poder o justicia, medios de comunicación, etc.).

- Actividades de blanqueo de capitales dentro del sin número de instrumentos que ofrece el capitalismo moderno.

- Entendida la naturaleza de estas organizaciones, las mismas privilegian cuatro medios para la realización de sus actividades: la violencia, la corrupción, el lavado de dinero y la tecnología.


Dicho esto, no se puede no hacer referencia a las cinco actividades denominadas por Moisés Naím como las cinco guerras de la globalización , aunque no se agoten allí la universalidad y variabilidad de las actividades del Crimen Organizado:

• Tráfico internacional de drogas.

• Tráfico de armas.

• Falsificación.

• Tráfico de Personas.

• Lavado de Dinero.

No obstante, la criminalidad organizada exhibe una única certeza: siempre está en mutación.

En paralelo al impacto particular de cada una de las actividades más representativas del CO/COT (sobre las víctimas y sobre el agregado social), y como bien señala el profesor Glen Evans en un trabajo sobre Inteligencia Criminal, se pueden reconocer tres características que ponen de manifiesto el riesgo que implica la proliferación de estas organizaciones:

1. La magnitud de los recursos que controlan.

2. La utilización de medios violentos para la obtención de sus fines.

3. La utilización de los nexos políticos para la obtención de sus fines.

Con respecto al primer punto, los recursos que manejan estas organizaciones le permiten acceso a la tecnología, el conocimiento y las conexiones necesarias para el desarrollo de sus actividades. Estos mismos recursos son los que le permiten la compra de las voluntades necesarias para reducir el riesgo durante la realización de sus operaciones.

Con respecto al segundo punto, estas organizaciones recurren a medios violentos para la eliminación de posibles competidores, competidores reales, impedimentos u amenazas políticas. La violencia está presente en la rutina diaria de las actividades desarrolladas por el CO/COT manifestándose en forma de intimidación, amenazas, asesinatos o atentados.

Con respecto al tercer punto, el desarrollo de estos vínculos en todos los niveles del estado es el que determina la integración de estas organizaciones al sistema estatal. Esta integración se da en detrimento de los esfuerzos por parte de los organismos estatales en la persecución de este tipo de criminalidad y, por lo tanto, en detrimento del “imperio de la ley y el sistema judicial” generando sistemas corruptos e ineficientes.

La lucha eficaz contra el terrorismo, las mafias, el crimen organizado y la delincuencia grave demanda aumentar el intercambio de inteligencia y la coordinación operativa a todos los niveles, nacional e internacional. El crimen organizado por su carácter transnacional, su flexibilidad, capacidad de adaptación, recuperación y obtención de beneficios ilícitos, supone uno de los mayores impactos negativos en las sociedades moderna, con graves secuelas en la vida, la salud y el patrimonio de sus ciudadanos, en la economía de los Estados, en el medio ambiente, etc., por lo que se hacen, si cabe, cada vez más imprescindible en la prevención y lucha contra estas “nuevas amenazas”, la colaboración, la cooperación y el intercambio de información, a nivel nacional e internacional.

En este sentido la Inteligencia sirve como vehículo de prevención y anticipación de estas amenazas y la Investigación debe estar abocada a neutralizar la economía del crimen organizado. Por dichas características la Delincuencia Organizada es capaz de interactuar con otras amenazas generadoras de riesgos, como los conflictos armados, el terrorismo, la proliferación de armas de destrucción masiva, el espionaje, los ciberdelitos y las amenazas sobre las infraestructuras críticas. Unas y otras se activan y retroalimentan potenciando su peligrosidad y aumentando la vulnerabilidad del entorno donde la sociedad se desenvuelve.

Sería bueno, útil y necesario que la legislación futura delimite bien los campos de acción de las FF.AA. y de las FF.SS. para evitar equívocos y que cada fuerza se avoque a hacer Inteligencia y a intervenir y actuar en lo que le corresponde intrínsecamente a cada una. Delimitar sus competencias y funciones es imprescindible, tanto como actualizar los manuales de aprendizaje de los agentes para que sepan qué tipo de amenaza van a enfrentar.

La Inteligencia que tiene que hacer el Ejército no es sobre las “nuevas amenazas” sino sobre “los hechos, riesgos y conflictos que afecten la Defensa Nacional y la seguridad interior de la Nación” (Ley N° 27.126/2015 de Agencia Federal de Inteligencia, art. 2°). Ese debe ser su objeto de estudio. Es decir, sobre las dos amenazas que referimos sin comillas, en el título de este apartado.

Asimismo, se entiende por Inteligencia Estratégica Militar a la parte de la Inteligencia referida al conocimiento de las capacidades y debilidades del potencial militar de los países que interesen desde el punto de vista de la defensa nacional, así como el ambiente geográfico de las áreas estratégicas operacionales determinadas por el planeamiento estratégico militar (Ley N° 25.520/2001 de Inteligencia Nacional, art. 2°, pto. 4to.).

En un sentido más amplio la Inteligencia Estratégica Militar es el conocimiento al más alto nivel de la conducción Militar (jefes/PEN) sobre el poder militar de aquellos países que se consideran enemigos u oponentes, reales o potenciales, para satisfacer necesidades de la conducción estratégica militar. Esta actividad podrá abarcar a otros factores de poder, en la medida de su influencia sobre el militar. Incluye análisis de los componentes básicos, para conocer el poder militar del enemigo u oponente real o potencial, como así también de terceros países involucrados. Puede abarcar la consideración de los componentes básicos de los restantes factores de poder (político, económico, psicosocial, etc.), pues posibilitarán el desarrollo del poder militar, caracterizarán su empleo y determinarán la magnitud del esfuerzo nacional para sostenerlo. Por ello, la diferencia en alcance con el nivel de la conducción nacional estará materializado, fundamentalmente, por la limitación de los países considerados (dado que se tomarán sólo los implicados en las hipótesis de conflicto) y por la distinta profundidad en el enfoque del estudio de los componentes no militares (que se basará preferentemente en la Inteligencia Estratégica producida a nivel nacional).

Se denomina como el “Sistema de Inteligencia Nacional al conjunto de relaciones funcionales de los organismos de inteligencia del Estado Nacional, dirigido por la Secretaría de Inteligencia a los efectos de contribuir a la toma de decisiones en materia de seguridad exterior e interior de la Nación” (Ley N° 25.520, art. 2°, pto. 5to.).

Por su parte, y según Marcelo F. Saín, la seguridad supone la existencia de una situación percibida como libre de amenazas o riesgos, o, ante la percepción de amenazas o riesgos identificables y/o previsibles, a la posibilidad de articular exitosamente iniciativas y mecanismos políticos-institucionales tendientes a prevenir, controlar o conjurar con eficacia dichas amenazas o riesgos en pos de alcanzar o preservar cierto ordenamiento político, económico o social idealmente proyectado.

Lo que vamos a señalar es trascendental para el éxito de este plan. Por todo lo dicho y para su diferenciación en estos Apuntes cuando hablemos de nuevas amenazas a secas nos referimos a las amenazas que debe combatir el ejército; y cuando hablemos de «nuevas amenazas» encerradas entre comillas “…” o «…» nos referimos a las amenazas contra las que tienen que luchar las fuerzas de seguridad.

Nos sería mucho más fácil y comprensible para todos que denomináramos, por ejemplo, a unos: “nuevos peligros” o “amenazas no tradicionales” o “amenazas no militares primordiales” (v.gr. terrorismo) y a otros: “nuevas amenazas” (v.gr. narcotráfico), pero este sencillo artilugio sofista sería falso y solo semántico porque no respondería a la realidad, toda vez que muchas veces actúan en tándem o simbióticamente (v.gr. narcoterrorismo ). Por ende, debemos nosotros asumir la complejidad del asunto y descomponerlo en sus partes con responsabilidad para poderlo resolver conforme a derecho. Así, el narcoterrorismo sería analizado, investigado y combatido, en su aspecto del narcotráfico y su fin de lucro, por las fuerzas de seguridad porque están preparadas para enfrentar a las “nuevas amenaza” de responsabilidad básicamente policial; mientras que en su aspecto del terrorismo y su fin último y de rédito no económico por las fuerzas armadas porque están preparadas para el empleo de las armas en el nivel de defensa de gobierno político nacional.

La sinergia transitoria entre terrorismo y crimen organizado puede tener diferentes manifestaciones. Una de ellas sería, en el caso de terrorismo subrevolucionario, que la satisfacción de sus demandas se vea facilitada por la influencia que puede tener la criminalidad organizada sobre ciertos sectores del Estado. Otra, inversa a la anterior, que la criminalidad organizada explote el vacío político total o parcial que puede generar una acción terrorista sostenida .

Además, si bien se lo contempla desde ángulo de la ciencia política desde el punto de vista jurídico el terrorismo no es un «delito», no está tipificada su conducta ni es posible hacerlo por su infinita variabilidad de posibilidades; mientras el narcotráfico y las conductas ilícitas del crimen organizado sí constituyen delitos stricto sensu.

Con lo dicho estamos respetando perfectamente la Ley N° 23.554/1998 que en su artículo 4° establece que “Para dilucidar las cuestiones atinentes a la Defensa Nacional, se deberá tener permanentemente en cuenta la diferencia fundamental que separa a la Defensa Nacional de la Seguridad Interior”.

Puede interrogarnos el lector: ¿Qué pasa si un narcoterrorista ataca con un misil y las policías se ven desbordadas por el poder de fuego?

Es claro que el ejército puede intervenir. No sólo puede, sino que debe. Porque por encima de la Ley de Seguridad Interior y de Defensa Nacional está la Constitución y su Preámbulo en lo que hace a proveer a la defensa común y consolidar la paz interior.

Si bien existen muchas definiciones sobre el concepto de terrorismo, según sus distintos aspectos (amplio, gramatical, histórico, jurídico, militar, político, criminológico, psicológico, teológico); se plantea ahí y por eso mismo el primer problema que consiste precisamente en definirlo.

Pero podemos tomar la definición de terrorismo, del Dr. Ramiro Anzit Guerrero, en su libro Cooperación penal internacional en la era del terrorismo, donde dice: “El terrorismo es la práctica violenta ilegítima e ilegal, física (hecho consumado) o psicológica (amenaza o intimidación) contra personas u objetos, realizado para infundir miedo intenso en los que perciben el acontecimiento”.

De todos modos, el conceptualizarlo, es muy complejo, y si bien existen muchísimas definiciones, no se ha consensuado a nivel internacional, una definición que sea aceptada por todos los Estados. Pese a los esfuerzos que se vienen realizando, en el seno de la Organización de Naciones Unidas, sobre todo desde los años 60´s, no se ha llegado a un acuerdo. Es que, al ser un tema tan complejo, y tener estrechos vínculos con aspectos políticos, la forma de percibir este fenómeno, es diferente en cada país. Un ejemplo claro de ello se plantea cuando se intenta definir al Hezbollah el cual es un partido político en el Líbano, pero que tanto el Estado de Israel, como sus aliados, lo definen como un grupo terrorista .

Hasta el momento, la ONU no ha adoptado oficialmente ninguna de las definiciones mencionadas, que se sumen a varios cientos que circulan desde hace décadas. Frente a esta multiplicidad de enfoques, una primera aproximación al terrorismo muestra que, aunque este siempre ha sido y continúa siendo una metodología asociada obviamente con la generación de terror, con el paso del tiempo ha trascendido al mero plano metodológico para constituirse en un fenómeno en sí mismo, provisto de un alto grado de complejidad. Este salto cualitativo resulta claro a partir de la diferenciación que efectúa Reinares entre terrorismo como “recurso táctico” o como “uso estratégico”.

El terrorismo como “recurso táctico” indica que la generación de terror es una herramienta más entre un menú más vasto de actividades que desarrolla una organización, sin ser necesariamente la más importante. Por el contrario, un “uso estratégico” del terrorismo sugiere que la generación de terror constituye la piedra basal de una organización, incluso su actividad exclusiva .

Los avances de la ONU en la lucha contra el terrorismo aparecen como escasos, sobre todo a partir de la formidable dimensión que adquirió esta amenaza transnacional luego del 11S. En esta última instancia, la raíz de esa insuficiencia remite a una falencia sustancial del organismo, que la coloca en el peldaño inferior, aunque la Liga de las Naciones: la inexistencia de una definición consensuada sobre los límites y alcances del fenómeno terrorista.

Esta carencia fue subsanada parcialmente en octubre del 2004, cuando el CSNU emitió la Res. 1566 indicando que el terrorismo acontece “cuando el propósito de semejante acto, por su naturaleza o contexto, es intimidar a la población, o forzar a un gobierno u organización internacional a ejecutar o abstenerse de determinado acto” .

A nuestro juicio existen actualmente dos clases de terrorismo principalmente:

“Es sabido que estamos ante una nueva forma de terrorismo, preñada de peligros para los hombres y mujeres comunes, de un terrorismo “sagrado” basado en los textos religiosos, que induce al deber de eliminar al “enemigo” por voluntad y mandato de la divinidad, con la promesa de la buenaventuranza en la vida eterna. Este tipo de terrorismo contiene potencialmente mayor peligrosidad que los derivados de tipo étnico, separatista o nacionalista. Se convierte en el cumplimiento de un mandato divino, que proporciona satisfacción a la dimensión trascendente de la demanda teológica y, así, la acción terrorista sacralizada por la autoridad religiosa no sólo es moralmente justificable, sino también el único camino bendecido por Dios. De ahí también que el terrorista resuma en sí al activista, al militante y al combatiente. En tanto servidor de Dios, su acción es solitaria, sin otro testigo que la divinidad a la que adora. Ejerce la violencia por la violencia misma. En el caso del terrorismo islámico, se considera ajeno a toda ideología, sin más compromisos que los de orden religioso y empeñado en una guerra santa que sólo concluirá con el logro de la victoria final” .

En el caso de otro terrorismo no islámico, se lo considera ligado a la política y a las relaciones internacionales, no ajeno al inicio de una “guerra psicológica” para sembrar la alarma, el terror y la parálisis social de una nación o de un Estado y preparar el terreno para cosechar luego una operación de campo mayor por intermedio de fuerzas más regulares que irregulares por el dominio de un determinado territorio geográfico sin otro anhelo y ajeno en sí a una religión específica salvo el cumplimiento de un mandato divino de alcanzar la “Tierra Prometida” como puede ser la del pueblo israelí.

Como es fácil advertir para el lector, si convergen el fanatismo musulmán y los intereses estratégicos israelíes tendrán un poder incalculable y arrollador contra cualquier civilización.

La definición que propone Philip B. Heyman nos brinda una visión más acotada exponiendo el terrorismo como “violencia políticamente motivada” llevada adelante por individuos y dirigida a no combatientes.

Mientras que, en esta misma dirección, entre nosotros, Mariano C. Bartolomé, citando a Peter Calvert (El terror en la teoría de la revolución) y coincidiendo con él, acepta la definición de terrorismo como “una creencia en el valor del terror”.

En suma, no se equivoca Ehud Sprinzak cuando califica al terrorismo como “una forma de guerra psicológica” que instala en cada individuo el temor a ser la próxima víctima .

Concentrándonos en el uso estratégico del terrorismo, donde pasa a constituir una suerte de fenómeno en sí, éste podría ser entendido, con Paul Wilkinson, como “la amenaza o el uso sistemático de la violencia para conseguir fines políticos”.

Un atentado internacional es –sustancialmente–, más allá de los delitos en sí cometidos y mirado desde la óptica de nuestro Derecho Penal Especial, un acto de coacción agravado contra un Estado o una Nación en los términos del segundo párrafo del artículo 149 bis del Código Penal para sembrar terror.

El atentado terrorista en sí es un medio el fin es que el Estado o el Gobierno en el que se comete el atentado adopte tal o cual política u otra medida económica o social, de ahí que coercitivamente se lo amenace mediante el uso violento del terror.

Más allá de la analogía hecha con el delito de coacción, nuestra mirada en este aspecto no se limita ni es la del jurista, que ingenuamente cree posible entender y operar la realidad a partir de las normas, sino la del filósofo político.

La idea de los “fines políticos” del terrorismo, así como sus diferencias con la criminalidad organizada y la guerrilla, no agota la complejidad de este fenómeno. Es necesario, entonces, esbozar una tipología que dé cuenta de sus diversas y heterogéneas manifestaciones. El criterio de clasificación que proponemos no corresponde a una única fuente, sino que conjuga y compatibiliza diferentes criterios originados en tres autores: el alemán Peter Waldmann, el estadounidense Ralph Peters y el británico Paul Wilkinson; y que desarrolla en su descomposición el Dr. Mariano C. Bartolomé, en su ya referido libro, páginas 233-237.

Los motivos profundos (especialmente teológicos y teleológicos) de la posible alianza entre la Estrella de David y la Media Luna serán explicados en nuestro libro El preapocalipsis, pero la casus belli estará dada, particularmente, por la necesidad de un nuevo espacio geográfico vital, y aquí es donde entra en juego Argentina con su territorio deshabitado, con sus pampas inagotables y sus reservas de agua dulce, petróleo y energías renovables, etc. Y van a buscar cualquier excusa, cualquier agresión “gratuita” para, después de ejercer el poder desde el anonimato y por interpositam personam, dar “el zarpazo”.

Clausewitz sostiene –como aclaración a este razonamiento, y quizás también como advertencia– que entre “dos naciones o estados pueden existir tales tensiones y tal cúmulo de sentimientos hostiles que un motivo para la guerra, insignificante en sí mismo, puede llegar a producir, no obstante, un efecto totalmente desproporcionado, de una real explosión .

Las nuevas amenazas (sin y con comillas) son reales, pero de ninguna forma son las únicas o excluyen a las tradicionales si consideramos el largo plazo. Ambas coexisten y se superponen aumentando el nivel de amenaza global y los riesgos a futuro de un Estado que ha renunciado en los hechos al poder militar.

Extrapolar sine die la situación de los últimos años de relativa paz en nuestra América del Sur asumiendo que no habrá cambios en el futuro en los intereses de los distintos actores regionales y que no habrá nuevos actores extra-regionales (Al Qaeda o el ISIS o Boko Haram son algunos de ellos aunque de ninguna forma la realidad se agota en estos ejemplos, ya que pueden ser otros Estados) que puedan satisfacerlos por la vía de acciones o amenazas de acciones es ser irresponsable para con uno de los mandatos fundacionales del Estado Argentino: “proveer a la defensa común”.

En este sentido, deben estudiarse todas las organizaciones terroristas del mundo poniéndose foco en ellas que, más allá de sus consignas u objetivos políticos-religiosos, cometen atentados contra las poblaciones civiles y/o ejercen un Eco-Terrorismo y que podrían llegar a extender sus acciones a nuestro territorio nacional teniendo en cuenta nuestras reservas mundiales de recursos naturales.


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