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La derecha conservadora y la necesidad de un frente nacional







El conservadorismo moderno nació en Inglaterra con la figura de Edmund Burke (1729- 1797), el primer gran crítico del racionalismo iluminista y laicista de la Revolución Francesa de 1789. Burke defendía la importancia de los valores tradicionales (religión, patria, familia, propiedad privada) junto con la necesidad de un gobierno limitado, de libertades concretas de personas y cuerpos intermedios, y de una sana economía de mercado. Su influencia fue importante en algunos Padres Fundadores de los EE.UU como John Adams, en el tradicionalismo europeo contrarrevolucionario, en la vertiente conservadora del liberalismo clásico (Tocqueville, Bertrand de Jouvenel, Röpke, Raymond Aron e incluso Hayek) y en el renacimiento del conservadorismo norteamericano a partir de los años 50, en pensadores como Russell Kirk y políticos al estilo de Richard Nixon, Ronald Reagan o Pat Buchanan. También está presente en la actual “ola conservadora” global, todo lo confusa y heterogénea que se quiera, pero que expresa el hartazgo del hombre común ante las ideologías, sean liberales o socialistas, y ante el Nuevo Orden Mundial que quiere derribar las sanas murallas de la religión, del patriotismo, de la familia tradicional, de la moral cristiana y de las legítimas libertades que todavía frenan, en cierta medida, la instalación de un Estado totalitario mundial.










También se puede hablar de una corriente conservadora hispana a través de la Escolástica española (Vitoria, Covarrubias, Molina, Azpilcueta, Suárez, etc.) en el siglo XVI, que fundamentara la comunidad política en Dios, la ley natural, el consentimiento popular al régimen político (no a tal o cual gobierno concreto), la primacía del bien común, el gobierno limitado, un mercado libre pero ordenado por normas jurídicas, corporativas, políticas y morales, y todo esto en un intento serio de actualizar a las circunstancias del momento la Tradición ya presente en el derecho foral hispánico, en las Partidas de Alfonso el Sabio y en las enseñanzas de la escolástica medieval.


Economistas como Schumpeter u Oreste Popescu, entre muchos otros, han sostenido que la Escuela de Salamanca fue la verdadera fundadora de la Economía Moderna y no los fisiócratas o Adam Smith, sin que esto implique (en nuestra opinión) atribuir a la misma un proto-liberalismo (como algunos sostienen), aunque sea clara su postura contraria al estatismo económico. La doctrina de la Escolástica española es parte de nuestra Constitución Tradicional (junto con los principios del derecho hispano- indiano, el Acta de Declaración de la Independencia de 1816, el Manifiesto del Congreso de Tucumán a las Naciones de 1817, los pactos preexistentes y en especial el Pacto Federal de 1831, etc.) a la luz de todo lo cual se debe interpretar la Constitución escrita de 1853 (y las reformas de 1994), en vez de hacerlo según los criterios de la jurisprudencia norteamericana o, peor aún, de lo “políticamente correcto”.


En la Argentina, nación que forma parte de la Hispanidad, podríamos decir que la vertiente conservadora se expresó en la primera mitad del siglo XIX en patriotas y grupos políticos respetuosos de nuestra tradición hispano-católica, como Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, el Gral. San Martín, Tomás Manuel de Anchorena y el Partido Federal, mientras que el liberalismo progresista fue defendido por Mariano Moreno, Juan José Castelli, Bernardino Rivadavia, Salvador María del Carril y el Partido Unitario. Con la sanción de la Constitución de 1853 se reconocieron algunos valores conservadores (Dios como fuente de toda razón y justicia, la tradición católica argentina, el federalismo, el Ejecutivo fuerte o presidencialismo, los derechos y deberes naturales de la persona, la moral pública) junto a otros de raigambre iluminista y aún extranjerizantes (capitalismo “salvaje”, individualismo jurídico, navegación internacional de los ríos argentinos, “proteccionismo” a los capitales extranjeros). Esto condicionó la posterior evolución política de la Argentina, puesto que los valores conservadores fueron cediendo ante la presión iluminista y masónica (primero liberal, luego socialista y hoy “mundialista”). Sin embargo las tendencias conservadoras como progresistas coexistieron, a veces enfrentadas y otras tantas aliadas, en las tres grandes corrientes políticas de la Argentina moderna: el conservadorismo, el radicalismo y el peronismo. En el conservadorismo hubo figuras más propiamente conservadoras como Adolfo Alsina, Nicolás Avellaneda, José Manuel Estrada, Carlos Ibarguren o Ricardo A. Paz y otras de tendencia más liberal como Domingo Faustino Sarmiento, Eduardo Wilde, Juárez Celman, Manuel Quintana, Lisandro de la Torre o Rodolfo Moreno. En el radicalismo los valores conservadores (aunque teñidos de populismo) fueron encarnados por Hipólito Yrigoyen, Ricardo Caballero, el Gral. Mosconi o Atilio García Mellid en tanto que la corriente progresista fue representada por Leandro Alem, Marcelo T. de Alvear, Raúl Alfonsín o Fernando de la Rúa. Y lo mismo pasó dentro del peronismo: la línea ortodoxa y nacionalista, aunque también populista, de Enrique Osés, Juan Queraltó, Ernesto Palacio, Vicente Sierra, el Gral. Savio, Manuel de Anchorena o José Ignacio Rucci, debió enfrentar a la masónica y luego izquierdista de Méndez San Martín, el Alte. Tessaire, John William Cooke, Mario Firmenich, Antonio Cafiero, Chacho Alvarez y Néstor Kirchner. En los líderes fundamentales de los mencionados movimientos políticos (Roca, Yrigoyen y Perón) coexistieron las tendencias conservadoras como progresistas. De allí sus aciertos pero también sus grandes errores Mutatis mutandi, lo mismo sucedió con los gobiernos militares.


Esto explica la acertada afirmación del gran diplomático y político conservador argentino Don Ricardo A. Paz:


“Entre conservadores, radicales, socialistas y justicialistas hay, sin duda, distingos de estilo o modos de gobernar, pero, dentro de cada uno de esos grandes agrupamientos, también es fácil hallar entremezclados y confundidos a nacionalistas con adeptos a variadas escuelas internacionalistas, reformistas con revolucionarios, e inclusive católicos con marxistas (…) Hubo y hay doctores y caudillos en todos nuestros partidos, y los argentinos no se dividen por clases sociales, sino por banderías políticas, cual se comprueba, entre tantos otros modos de hacerlo, observando la composición peculiar de las fuerzas conservadoras, hasta hace muy poco simbiosis de la alta clase con la plebe en los suburbios de Buenos Aires, y del patrón con la peonada brava en los campos de las provincias, o también la del propio radicalismo, conglomerado de clase media, obreros y estancieros, o, en fin, la del peronismo, que, a fuerza de grande y nutrido movimiento, abarcó todos los estamentos económicos, industriales, sindicales, profesionales, etc., excluyendo tan sólo a lo principal de nuestro patriciado, probablemente por razones de táctica electoral (…) De ahí, el equívoco prestigio del nombre conservador y los esfuerzos de quienes lo llevan como inevitable patronímico familiar para cambiarlo por el del liberal, demócrata o centrista. De ahí, el desinterés de nuestros intelectuales por las concepciones conservadoras” y el hecho de “que tampoco se haya llamado conservador, ni restaurador, un movimiento, cual el nacionalismo, que ha dado ya una gesta intelectual tan brillante, como fue otrora la del 80 en la persecución del futuro progreso de la Argentina, ahora en la indagación penetrante y apasionada por descubrir su alma profunda y destino último. Que el nacionalismo tradicionalista y católico, sin matiz alguno de izquierda, haya preferido proponer antes la revolución que la restauración, a fin de retornar a las tradiciones nacionales en cuanto tienen de perdurable, puede acaso atribuirse a la imposibilidad de restaurar lo inexistente o lo irremediablemente sepultado, mas también a una inclinación instintiva por la aventura, aneja a la juventud creadora”.

Por todo esto nos parece importante que quienes se consideran conservadores de línea nacional diferencien bien sus ideas de las liberales y procuren una alianza con sectores similares del radicalismo, del peronismo y del nacionalismo, para constituir un frente nacional que defienda, ante la globalización financiera e ideológica, los valores tradicionales, la soberanía política, el régimen republicano y federal, el derecho natural, una economía social de mercado, una moderada y selectiva protección de industrias estratégicas, una seria política de Defensa Nacional y Seguridad, además de un sano equilibrio entre economía libre y justicia social. Sólo desde una alianza de esta naturaleza se podrá enfrentar la cultura de la muerte, la dictadura del relativismo, la ideología de género, el garantismo abolicionista, el setentismo como política de estado, el marxismo cultural y el liberalismo iluminista.

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