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La lucha cultural








1- Es muy común desde una perspectiva “derechista” hablar de la necesidad de librar una “batalla cultural”. Desde su punto de vista, ¿en qué consistiría hoy por hoy esa batalla? ¿Cuáles serían sus objetivos y cómo podría medirse su éxito o fracaso?


A lo que hoy se debe apuntar es a recuperar la libertad de la cultura. Casi insensiblemente hemos dejado que nos fuera dominando una suerte de ortodoxia pública que, sin necesidad de censura previa, predeterminara qué posiciones eran admisibles al debate público y cuáles no. Es impresionante ver cómo líneas de pensamiento que se reivindicaban como minorías que debían ser respetadas han pasado a implantar una hegemonía, en el sentido gramsciano de la palabra. Esto se observa en las Universidades estatales –y comienza a penetrar en las privadas-, en los medios de información, en el discurso político y hasta en la transformación del lenguaje común. Que la gente, comenzando por quienes desempeñan un oficio de reflexión sobre la vida pública, cobre cabal consciencia de esta deformación y se decida a ser libre, es la tarea del corto y mediano plazo.


2- Enlazada con la pregunta anterior está la duda sobre los contendientes de esa batalla. De un lado estaría una derecha muy variada y disímil, incluso contradictoria a veces. ¿Y del otro? ¿Cuál sería a su juicio el adversario en concreto? ¿Es también variado y disímil o presenta un frente unido?


En el plano cultural el adversario es el “retroprogresismo”. Progresismo, porque comulga con todos los mitos igualitaristas y mesiánicos difundidos en la vida social desde el siglo XVIII. “Retro” porque ya la historia de nuestro tiempo ha demostrado suficientemente que el progreso que invoca no lleva a una sociedad más humana sino a una más pobre y más bárbara. En materia política coyuntural ese adversario puede fragmentarse en actitudes variadas, pero reacciona al unísono cuando una empresa de regeneración cultural-política asoma en cualquier parte del mundo.


3- Al día de hoy parece evidente que lo que ahora se conoce por “progresismo”, ganó la batalla cultural que libró y sigue librando. ¿Por qué cree que sucedió eso? ¿Puede resultar instructivo estudiar las razones de ese triunfo, o sería contraproducente?


Con el tiempo, en la longue durée, podremos confirmar o no ese resultado. Por ahora parece difícilmente discutible. Entiendo que la razón fundamental por la cual se ha venido registrando es la indiferencia de la gente de derecha por el conflicto cultural. Porque sabíamos que las ideologías estaban erradas, en el sentido de que implicaban –todas- cierto grado de deformación de lo real, hemos hecho como si ellas no existiesen y no movilizasen vidas, pasiones y recursos. Los actores sociológicamente representativos de la derecha hasta se han avergonzado de reconocerse tales y han abandonado en manos de todas las formas de la izquierda el poder cultural. En la Argentina esto ha sido claramente visible, por ejemplo, en la Universidad estatal a partir de 1955, primera etapa de la colonización radical-socialista, profundizada después de 1983 por el gramscismo y ya en la década pasada por la deconstrucción de todas las formas de pensamiento propias de nuestra civilización que se desplegó en el período K. La ideología de género, el indigenismo, el “pobrismo” (que ni siquiera alcanza el nivel del análisis marxista) representan distintas modalidades de ésta última etapa. El resultado seguirá siendo éste mientras la derecha crea que solo la gestión económico-burocrática importa.


4- En sentido inverso, el éxito en esa batalla cultural sigue siendo esquivo para la derecha, al menos en lo general. Pero hay y hubo excepciones. ¿Ve algún modelo en el pasado o el presente de cómo encarar este combate? Pueden ser individuos, momentos históricos, tendencias intelectuales, etc.


Por lo pronto, en países como EEUU, Francia, Italia, Europa Centro-Oriental, entre otros, el vigor de las escuelas culturales correspondientes al arco que va del centro hacia la derecha es incuestionable. Paralelamente, el hastío de la sociedad civil con las clases políticas retroprogresistas se hace día tras día más notorio, generándose el fenómeno que el periodismo habitualmente clasifica como “populismo de derecha”. Si estos procesos confluyeran, fecundándose y corrigiéndose recíprocamente, dejarían de ser excepciones para convertirse en una de las tendencias especialmente gravitantes en los escenarios futuros.


5- Es habitual buscar un correlato político de la contienda cultural. La pretensión de traducir en votos o puestos de gobierno lo que pueda ganarse en las mentes y los corazones. ¿Piensa que esa relación es necesaria o puede soslayarse?


En lo que Ud. llama la contienda cultural existen muchas dimensiones y otras tantas vocaciones. Pero de ninguna manera puede excluirse a priori el interés nada menos que por los efectos políticos de semejante contienda. Restablecer el ‘sentido común” de la sociedad no puede separarse de lo que actualmente tiende a denominarse metapolítica.


6- ¿Hasta qué punto cree que las experiencias que desembocaron en Trump, Bolsonaro o Vox, por citar algunas recientes, están en condiciones de ser imitadas? Y de ser así, ¿considera que deben imitarse?


Creo que las figuras y partidos políticos a los que Ud. alude resultan para nosotros más significativos por lo que expresan o, si se quiere, por aquello a lo que dan voz que por las características peculiares de cada uno de esos líderes y estructuras. Lo mismo vale para Marine Le Pen, Matteo Salvini, Giorgia Melloni, Andrzej Duda, Viktor Orban, etc. etc. Son ofertas político-electorales que sintonizan con una demanda social que yo calificaría de derecha popular, la cual, de otro modo, hubiese quedado al margen del sistema político. Creo que la acción cultural a que nos referimos en esta nota debe tender, precisamente, a cimentar el vínculo entre un amplio sector de la población hasta hoy despreciado o maltratado y quienes demuestren condiciones para interpretarlo. Más aún; debe apuntar a que ese vínculo no desemboque en políticas meramente reactivas, sino proactivas.


7- La Fe tiene un evidente poder de movilización, como se demostró en la disputa por el aborto de 2018. Sin embargo, en sectores liberales o conservadores es común que se vea en la religión un obstáculo más que una ayuda. ¿Qué papel cree usted que debería tener la religión en esta pugna?


Este tema me parece especialmente delicado y quisiera hacer justicia a todos sus matices. Aclaro, desde ya, que soy católico; para decirlo en términos militares en actividad y no en retiro. A partir de allí no es descartable que en mi ecuación personal el vínculo con la tradición y la cultura de la Iglesia hayan incidido en la formación de mi pensamiento político. Creo que un cristiano no puede ser genuinamente “de izquierda” si llega a la raíz antropológica que el pensamiento correspondiente, desde Rousseau a los neomarxistas, supone: el desconocimiento de la Caída original del hombre y la consecuente búsqueda, por medios políticos, del Paraíso en la tierra. Sin embargo, acepto la hipótesis de que una posición derechista pueda ser construida aun sin recurrir a la luz que nos aporta la Revelación, en base a la experiencia histórica de la humanidad. En todo caso, y visto el generalizado proceso de secularización, es recomendable para un cristiano –como para un judío o un agnóstico conservadores- buscar la construcción de consensos en el plano laico para afirmar aquello que la política significa en su aspecto más elemental, hobbesiano si se quiere, en cuanto al orden de la convivencia. Hoy, esto que el padre Neuhaus llamó ecumenismo de las trincheras, me parece la estrategia más razonable y respetuosa de la persona en una cultura de derecha. Dicho todo ello, no puedo olvidar la II Carta de san Pablo a los Tesalonicenses (Cap. 2, vv. 6/8), en la cual alude al misterioso katejon. Una interesante interpretación planteada desde los Padres de la Iglesia hasta Carl Schmitt ve en él un obstáculo de naturaleza laica opuesto a las fuerzas de la entropía social y encargado de asegurar la libertad de la Iglesia en su misión evangelizadora. Si esta exégesis fuera válida el círculo se cerraría confirmando la posibilidad ideal de una Teología Política: en el fondo, la cultura de la derecha sería la cultura del katejon. Naturalmente, todo esto se sitúa en un plano muchas veces lejano de las políticas de algunos hombres de Iglesia.


8- Por último, todo lo tratado en las preguntas anteriores, ¿quedará alterado por lo que sucedió este año con la reacción planetaria a la pandemia? Si es así, ¿de qué modo?


Me resulta difícil imaginar un efecto unívoco sobre el plano político-social de las dinámicas generadas por la pandemia o, más bien, por la reacción ante la misma. Thierry Maulnier, en vísperas de la II Guerra Mundial, decía (recuerdo el concepto, no las palabras literales), que una época no lega a la que la sucede un orden predeterminado del que está preñada, como parece creer el marxismo. Lega, sí, aquellos materiales de los que no se podrá prescindir en la construcción del orden nuevo. Por eso, si observamos el panorama que nos rodea registraremos una pluralidad de tendencias a veces contradictorias y que, sin embargo, de alguna manera habrá que tener simultáneamente en cuenta en el tiempo venidero. Por ejemplo: el ascendiente logrado por los científicos sobre las decisiones políticas nunca ha sido tan alto y, en un plano puramente lógico, podría resultar una fuerza a favor del cosmopolitismo y de una profundización de la globalización. Paralelamente a ella, sin embargo, se observa que en todas partes la gente se vuelve hacia sus respectivos Estados nacionales en busca de protección; e incluso que, por debajo de ellos, proliferan las fronteras ad hoc entre regiones, provincias y aun comunas, remitiéndonos a un estado de cosas digno no ya de la plenitud del Medioevo, sino de las edades oscuras que lo precedieron. Tengo para mí que ni el sistema capitalista ni la sociedad global van a desaparecer (¿qué los reemplazaría..?), pero sí que en su seno se producirán reacomodamientos, pulseadas e innovaciones que harán de esa época cualquier cosa menos aburrida.



 


Una reflexión conclusiva. Si descendemos a las raíces antropológicas de las actitudes políticas, la Derecha aparece como una afirmación franca de lo recibido, a partir de la cual se pueden ensayar las correcciones o las mejoras incrementales que las circunstancias históricas reclamen. Inversamente, la Izquierda expresa una posición apriorísticamente crítica, un no a la realidad per se que se escuda en el rechazo a sus vicios. Por eso la Derecha ve más. Por eso puede comprender las mismas razones de la Izquierda, mientras la contrapartida no se da. Esto explica, por ejemplo, que desde el punto de vista conceptual haya sido un sociólogo de derecha, como Vilfredo Pareto, quien estableció el principio de la necesaria circulación de las élites, idea capaz de estremecer a cualquier Establishment. Y, por iguales razones, las reformas sociales concretas, las que han beneficiado de veras a los menos poderosos, han sido realizadas o promovidas modernamente por hombres procedentes de la Derecha, desde Bismarck hace ciento cincuenta años en adelante.

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