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La más grave amenaza







Así como hay épocas de la historia que quedaron marcadas por la esclavitud o la tortura, hoy el aborto y su promoción son el signo de los tiempos de la decadencia presente.





Basta de eufemismos criminales: se trata de que lo que se llama “elección” es exactamente “licencia para matar”. Al hijo que va a nacer, a la persona “viviente” que llegará en un plazo fijo a la plenitud de la vida humana si no se lo mata en el camino.

Parte de la decadencia de nuestra sociedad es la hipocresía empleada en defensa del aborto. “Interrupción del embarazo”, como se podría llamar a la horca o al garrote “interrupción de la respiración”. Y cuando se considera aceptable en las primeras semanas, no después, esto equivale a ver que es bueno disparar a una persona a veinte metros, discutible a diez metros de distancia, inadmisible a quemarropa. A veces pareciera que Stalin y Hitler han triunfado al final.


Por debajo de los argumentos que se esgrimen subyace una voluntad profunda de “despersonalizar” al hombre en general y de perturbar la esencial dualidad de la vida humana, varón y mujer, irreductibles e inseparables, constituidos por la referencia mutua. Se llama mucho tiempo intentando “reducir” lo personal a lo orgánico, y esto a lo inorgánico; lo humano a la zoología; se descarta la libertad, la responsabilidad, el sentido de la paternidad y la maternidad –se ve a la mujer embarazada-, algo noble y admirable, como una “hembra preñada”.


A fines de 1945, recién terminada la Guerra Mundial, hablé de “la vocación de nuestro tiempo para la pena de muerte y el asesinato”. Algo tan terrible como cierto, que tenía dominado el espacio de una generación, desde 1930 aproximadamente. La siguiente significó una recuperación de la civilización y el sentido moral, y por tanto del respeto a la vida humana. Pero no duró demasiado; hacia 1960 empezaron ciertos fenómenos sociales inquietantes, y que no han hecho más que crecer y afirmarse.


Son el terrorismo organizado –muy organizado, esto es lo esencial-, la inmensa difusión del consumo de drogas y, sobre todo, la aceptación social del aborto. No el que alguna vez se cometa, cediendo a impulsos fuertes en circunstancias agobiantes, sino el que eso parezca bien, un derecho, tal vez un síntoma de “progresismo”. Hay una manifiesta voluntad de ciertos grupos sociales de que se cometan abortos, de que el mundo entero quede contaminado por esa práctica, de que nuestra época se pueda definir por ella, como otras por la esclavitud o la tortura judicial.


Hace ya once años escribí un artículo, “Una visión antropológica del aborto”, en que decía lo que me parece necesario y evidente. Creo que hay que separar esta cuestión de toda perspectiva religiosa y también científica, porque la inmensa mayoría de las personas no conocen la ciencia y no tienen medio de comprobar lo que se enseña. Un cristiano puede tener un par de razones “más” para encontrar inadmisible el aborto, pero si yo fuese ateo opinaría lo mismo sobre el asunto.


Se trata de que lo que se llama “elección” es exactamente “licencia para matar”. Al hijo que va a nacer, a la persona “viviente” que llegará en un plazo fijo a la plenitud de la vida humana si no se lo mata en el camino. He insistido en que, lejos de ser el hijo “parte del cuerpo de la madre”, un tumor que se puede extirpar, es “alguien”, un “quien” irreductible al padre, a la madre, a todos los antepasados, a los elementos que integran el mundo y al mismo Dios, a quien podrá decir “No”. El niño que nace es una nueva realidad, distinta de todo.


Y esto en cualquier momento. La más refinada hipocresía es usada, constantemente en defensa del aborto. “Interrupción del embarazo”, como se podría llamar a la horca o al garrote “interrupción de la respiración”. Y cuando se considera aceptable en las primeras semanas, no después, esto equivale a ver que es bueno disparar a una persona a veinte metros, discutible a diez metros de distancia, inadmisible a quemarropa. De igual modo, si se piensa que un niño con anormalidades no debe vivir, ¿por qué no esperar a que nazca y matarlo si es efectivamente anormal? ¿Y si la normalidad sobreviene a cualquier edad? A veces pienso que Stalin y Hitler han triunfado al final.


Se dan explicaciones extrañas para justificar el aborto. La violación, por ejemplo. Me pregunto cuántas violaciones “fecundas” se producen, tal vez ninguna, y si eso justifica más de cuarenta mil abortos en España, en un solo año -¿con qué justificación legal?-. Otra “razón” es la necesidad de disminuir el crecimiento de la población. Para eso se usan estadísticas “futuras” absolutamente incontrolables e irresponsables, y no se tiene en cuenta el extraordinario aumento de la producción de alimentos y de todo lo demás, hasta el punto de que su exceso es un problema.


Pero hay otros medios de regular la natalidad, mejores o peores, pero incomparablemente más justificados que el aborto. Y se lo defiende y propaga en países, como Europa, en que el descenso de la natalidad es angustioso, en que apenas nacen niños, ni siquiera para mantener la población. Europa va a ser un continente de viejos, y si la tendencia se prolonga, una comunidad en vías de extinción; y es donde con más encarnizamiento se hace la propaganda del aborto.


¿Por qué? Creo que por debajo de todos los argumentos que se esgrimen hay una voluntad profunda de “despersonalizar” al hombre en general y de perturbar la esencial dualidad de la vida humana, varón y mujer, irreductibles e inseparables, constituidos por la referencia mutua. Se llama mucho tiempo intentando “reducir” lo personal a lo orgánico, y esto a lo inorgánico; lo humano a la zoología; se descarta la libertad, la responsabilidad, el sentido de la paternidad y la maternidad –se ve a la mujer embarazada-, algo noble y admirable, como una “hembra preñada”.


De esto se trata, esto es lo que se está ventilando. La Humanidad va a decidir en este final del siglo XX si sigue hacia adelante o vuelve a la prehistoria –suponiendo, como muchos quieren creer, que la prehistoria no era humana, que el hombre alguna vez no ha sido hombre con sus rasgos esenciales y propios.


Estamos amenazados por la mayor ola de “reaccionarismo” que puedo recordar; porque no afecta a tal o cual aspecto secundario de la vida, sino a su misma realidad, a lo que tiene de persona, a lo que hace que puede ser vividera, con esperanza en medio de todas las dificultades y dolores que lleva consigo.


La manipulación a que está sometido el mundo actual, incomparable con las de cualquier otra época, hace verosímil que el mundo se embarque en una monstruosidad sin precedentes. Imagino que en el siglo próximo se pueda sentir vergüenza de que haya existido una época tal como nos la presentan, ofrecen y, lo que es más, quieren imponer.

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