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La política exterior en los noventa

Por Andrés Cisneros y Jorge Raventos


Carlos Menem fue un primer mandatario excepcional, incluso para sus adversarios. Como ocurriera con Arturo Frondizi, casi un cuarto de siglo después, en la convulsionada Argentina de nuestros días ya se mide su estatura de manera mayoritariamente reconocida.





A Menem le tocó la responsabilidad de timonear la Argentina en medio de una honda crisis económica interna -signada por la hiperinflación- y en el vórtice de un cambio de época mundial: globalización, disolución de la Unión Soviética, fin de la guerra fría.


En medio de numerosas políticas hoy aplaudidas, no resulta casual que probablemente la que más ha merecido la aprobación del tiempo sea su política exterior. Y no se trata de un aspecto casual: como casi en ninguna otra, Menem captó lo que la gente quería. No apareció con propuestas innovadoras, revolucionarias, sino expresando lo que el conjunto de la sociedad venía esperando en vano desde décadas atrás.


Asociarse con los vecinos, dejar de considerarlos hipótesis de conflicto, entablar relaciones constructivas con Estados Unidos y Occidente, cerrar el conflicto de límites con Chile, reconectar a nuestras Fuerzas Armadas con el mundo a través de los Cuerpos de Paz de las Naciones Unidas, conseguir que América del Sur fuera declarada zona libre de armamento nuclear y de destrucción masiva, uso argentino de puertos chilenos y viceversa, los pasos cordilleranos para llegar a China y el sudeste asiático directamente por el Pacífico.


También una ventajosa renegociación de la deuda externa luego de recibir un Banco Central con solo 33 millones de dólares de reservas disponibles, un muy importante flujo de inversiones extranjeras directas, diálogo inteligente por Malvinas introducido como obligación constitucional y numerosos ejemplos más, entre los que no puede sino destacarse la alianza estratégica con Brasil y su principal consecuencia, su extensión a Uruguay y Paraguay a través del Mercosur que, con sus más y sus menos, durante el lapso en que gobernó Menem arrojó resultados espectacularmente favorables a la República Argentina.


Rara avis entre nosotros, reconoció y continuó políticas exteriores como los límites con Chile y el Mercosur iniciadas por gobiernos anteriores.


Menem entendió, en rigor, que la riqueza no necesariamente aporta prestigio, pero a partir de nuestra conducta política podíamos recuperar el camino del desarrollo y el prestigio internacional que habíamos extraviado. La principal carencia de nuestro país no era -como ha vuelto a ser- la falta de divisas sino la ausencia de credibilidad.

Aquella credibilidad ante el mundo reconstruida en los años '90 se ha perdido nuevamente, fuimos bien para atrás. Pero igual estábamos cuando asumió Menem y con su liderazgo asumimos conductas que hicieron posible revertir un proceso de inestabilidad que entonces parecía inalterable. Su ausencia física a partir de hoy nos deja, empero, el mensaje de que al marasmo ya lo superamos una vez y podemos hacerlo de nuevo.


El que se acaba de ir no era un superhombre, pero tuvo la sabiduría y el coraje para inspirar en los argentinos la capacidad y la voluntad de negarse a admitir que la Argentina terminara como un país de enanos.

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