Don Juan Facundo Quiroga no necesita presentación, a la sola mención de su
nombre irrumpe la figura potente y fulgurante del célebre caudillo riojano.

Hombre que por su conducta y carácter apasionado concentró la imaginación
literaria de una variopinta galería de escritores argentinos que vieron en su
rudeza, la fuerza desbocada de la naturaleza.
Sarmiento fue uno de estos escritores que cayó hipnotizado por la brutal
estampa del personaje, sucumbiendo al magnetismo de la tierra bárbara e
ignota.
Enterado o inventando, lo mismo da, que Facundo había huido de San Luis
por rutas desérticas, caminando, es que Sarmiento armó un relato
extraordinario por la fuerza y el vigor de lo narrado. Ese camino se lo conocía
como la Travesía (hoy ruta 147) donde merodeaba un tigre cebado, que se
había cobrado ocho víctimas.
“Cuando nuestro prófugo había caminado cosa de seis leguas creyó oír
bramar el tigre a lo lejos, y sus fibras se estremecieron. Es el bramido del
tigre un gruñido como el del cerdo, pero agrio, prolongado, estridente, causa
un sacudimiento involuntario en los nervios, como si la carne se agitara, ella
sola, al anuncio de la muerte.
Algunos minutos después el bramido se oyó más distinto y más cercano; el
tigre venía ya sobre el rastro, y solo a larga distancia se divisaba un pequeño
algarrobo. Era preciso apretar el paso, correr, porque los bramidos se
sucedían con más frecuencia y el último era más distinto, más vibrante que
el que le precedía.
Al fin arrojando la montura dirigiose al árbol y no obstante la debilidad de su
tronco pudo trepar a su copa y mantenerse en una continua oscilación. Desde
allí pudo observar la escena que tenía lugar en el camino; el tigre marchaba
a paso precipitado, oliendo el suelo y bramando con más frecuencia, divisa la
montura que desgarra de un manotón…encuentra la dirección del rastro,
levanta la vista, divisa a su presa haciendo con el peso balancearse el
algarrobillo. Desde entonces ya no bramó el tigre, acercábase a saltos, y en
un abrir y cerrar de ojos sus enormes manos estaban apoyándose sobre el
delgado tronco. Intentó la fiera dar un salto, impotente dio vuelta en torno del
árbol, con ojos enrojecidos por la sed de sangre y al fin bramando de cólera
se acostó en el suelo batiendo sin cesar la cola, los ojos fijos en su presa, la
boca entreabierta y reseca”
Concluye Sarmiento este relato estremecedor de la patria vieja.