Los caminos de la libertad han sido muchos en la historia de nuestra patria. Seguramente cada uno de nosotros guarda en las profundidades de su alma aquel que más lo enamora y conmueve. Sin embargo, hay uno con el cual todos los argentinos coincidimos ciento por ciento, y junto a nosotros, los hermanos chilenos y peruanos. Puesto que gracias a esos caminos ganó la libertad en América.

Caminos difíciles pero esperanzadores. Colmados de gloria, y recorridos por núcleos guerreros a prueba de los mayores contratiempos, geográficos y naturales.
La cosa comenzó en enero de 1817 cuando desde la ciudad de Mendoza partió la fuerza al mando del general San Martín con el luminoso objetivo de atravesar la cordillera y vencer a los godos en las llanuras chilenas. ¡No era sencillo!
La idea pergeñada consistía en confundir a los matuchos haciéndoles creer que el cruce se haría por otros pasos y de esa manera obligarlos a desperdigar la fuerza a lo largo de dos mil kilómetros. Para alcanzar dicho objetivo, distintas avanzadas cruzaron por diversos pasos con el fin de ser avistados, generando dudas e incertidumbre sobre el lugar exacto del ataque. Mientras tanto el grueso del Ejército avanzaba por los dos pasos centrales: Uspallata y los Patos, alejado uno del otro 67 kilómetros. El cruce por Uspallata era el más corto, 340 kilómetros y por allí pasó Las Heras con el objetivo de llamar la atención mientras el grueso, a cuyo frente iba San Martín, atravesó por Los Patos, San Juan, especulando con la sorpresa de lo inesperado.
La travesía tuvo las dificultades propias del terreno que se pisaba.
El General iba vestido con una chaqueta de pieles de nutria y envuelto en su capote de campaña con vivos encarnados y botones dorados. Botas granaderas con espuelas de bronce y cubierta su cabeza con el típico falucho. De pronto una tempestad de granizo se descargó con furia inusitada. Sin perturbarse descendió de su mula y recostado en una roca durmió plácidamente. La marcha continuó por caminos imposibles. Abismos, picadas, caídas y trepadas. Todo en una continuidad de vértigo sin fin. Las mulas fueron las verdaderas estrellas pues a ellas no fue necesario conducirlas, con dejarles floja la rienda avanzaban seguras por aquellas sendas escarpadas.
Finalmente la cuesta de Chacabuco y el triunfo, claro, preciso, inobjetable. Chile quedaba liberado.