Cuando en el año 2017 apareció de manera brutal el problema de los mal llamados Mapuches en la zona de Rio Negro y Chubut, se encendió, en nuestro país, un debate acerca del derecho que las poblaciones de ascendencia indígena tenían sobre las tierras ocupadas o que estaban ocupando. La controversia no se agotó y sigue vigente. Problema sobre el cual volveremos.

En aquella oportunidad dos organizaciones de sesgo subversivo se dieron cita sin haber sido llamadas. La CAM, Coordinadora Arauco Malleco en Chile, y la RAM, Resistencia Ancestral Mapuche en nuestro país. Dirigentes de ambos lados de la cordillera reivindicaban la lucha armada, por un lado, y la constitución de una nación mapuche: la Araucanía, por el otro. Se trataba de arrancarle un pedazo a la Argentina y otro a Chile y construir una nación. Seguramente en sus cabezas afiebradas imaginaban quedarse con pozos petrolíferos de Vaca Muerta, zonas turísticas de alto rendimiento económico, adicionando bosques proveedores de maderas bien cotizadas.
El indigenismo comenzó a proyectarse en América como una opción política a la caída del Muro de Berlín y el fin de la utopía de la dictadura del proletariado. Coincidió con los festejos de los quinientos años del Descubrimiento. Cuba fue el centro de irradiación antiespañola y la Leyenda Negra, a la que se sumó, a partir del nuevo siglo, el chavismo. Desde esos años y con la creación del Foro de San Pablo se levantó la bandera revolucionaria de las minorías indígenas explotadas por los Estados Nacionales, constituidos en el nuevo continente. En nuestro país la izquierda y el kirchnerismo se hicieron cargo de esta historia tergiversada y mentirosa. No corresponde a este artículo tratar el tema.
El asunto fue que ese chiste hoy nos vuelve a poner en problemas en el sur, con el agravante que el kirchnerismo es gobierno y promueve tomas de tierras. Siempre con el discurso de pueblos originarios, tierras ancestrales, al que se suman curanderas que creen escuchar a dioses, seguramente malignos, los wekufes, que los incitan a violar la ley.
De manera que esos llamados místicos los han tentado a apoderarse de tierras en el lago Mascardi y también en el Bolsón. Una avivada complicada.
¿QUIENES SON?
En principio Mapuches de papel. Originarios de los barrios pobres del alto de Bariloche, donde la Cámpora ha ingresado con su discurso disruptivo a favor de tomar lo ajeno y ofrecer planes. En la zona han contado con la inestimable ayuda de Fernando Vaca Narvaja y su mujer María Josefa Fleming quienes han sido visto en distintas oportunidades arengar y melonear a los futuros ¨mapuches¨. Ya no son los estudiantes de clase media alta que empuñaban las armas montoneras, ahora buscan jóvenes cuasi marginales, hippies o anarquistas que encuentran en la fantasía de los ancestros el viejo ideal de lo absoluto. También el señor Diego Cótaro, asesor de un Senador Rionegrino. La familia Vaca Narvaja son los consuegros de Cristina Fernández.
El accionar de estos grupos ya viene desde el año 2013 cuando saquearon comercios en el centro de Bariloche con el afán de voltear al intendente. Cosa que lograron.
Cuando fue la muerte de Maldonado el dirigente que estaba al frente de los desmanes era Jones Huala, reclamado por la justicia chilena por participar en incendios y robos. Detenido en la argentina fue enviado a Chile donde hoy se halla encarcelado. La demanda en aquella oportunidad remitía a tres lotes que Huala le reclamaba a Benetton y que según Jones pertenecía al Cushamen, territorio cedido por el general Roca a indígenas y cristianos en 1899, otorgando doscientos lotes de 625 hectáreas. Bien, Huala afirmaba que tres de esos lotes fueron robados por Benetton. Al parecer no es cierto porque las tierras compradas por Benetton pertenecían a una Compañía Británica que bajo la presidencia de Avellaneda vino al país motivada por la política de aquellos años de que gobernar es poblar.
¿QUÉ PASA AHORA?
Hoy la vieja ocupación del Mascardi realizada en el año 2017 se halla alentada por sectores del Gobierno Nacional. Al momento de la toma de esas tierras el gobierno de Mauricio Macri por intermedio de su Ministro de Seguridad, Patricia Bulrich y por orden de la Justicia inició el desalojo. La Policía Federal por un lado y los Albatros por otro acataron la orden pero fueron emboscados por los okupas, que tenían en su poder armas calibre 38 y tumberas. En los hechos muere el joven Rafael Nahuel. Cuando la Justicia intentó peritar el terreno los okupas no los dejaron pasar hasta quince días después. Basta con ver los informes de aquella época.
El impulso que por aquellos años venía de Chile por medio de la CAM hoy proviene de Buenos Aires y el Gobierno Nacional. La ocupación del Bolsón relacionada con la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular) no es muy distinta de lo que ocurre con las tomas bonaerenses. Uno de sus jefes, Juan Grabois, siempre ha justificado estos hechos y amenaza con más.
En el día de ayer fue detenido por la policía provincial el vicepresidente del INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) transportando a una familia hacia la toma del Mascardi, en una camioneta perteneciente al Ejecutivo Nacional, que circulaba en infracción. El INAI está encuadrado dentro del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos que comanda la doctora Losardo, socia y amiga del Presidente de la Nación y segundo Juan Martín Mena, político de absoluta confianza de Cristina, que proviene de la Agencia Federal de Inteligencia cuando Parrilli gobernaba a los espías.
No hay dudas, absolutamente ninguna duda, que sectores del Gobierno Nacional empujan las tomas y otros que miran y dejan hacer. El Parlamento deberá rediscutir la ley 23.302, el artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional y la ley 26.610. Si esto no se realiza el conflicto tenderá a agravarse.
Como siempre un coro griego acompaña. El periodismo amigo justifica el accionar ilegal, uno de ellos ha escrito: ¨Las monsergas a favor de la propiedad privada carecen de sentido porque los terrenos ocupados son públicos.¨ Este marxismo paleolítico ya no cree que los espacios públicos forman parte irrenunciable de una comunidad. Han perdido el rumbo.