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Negocios entre halcones

Por Emilio Perina


Un día como hoy 17 de junio de 1940, Francia pide el armisticio. Eso fue una mala noticia para el presidente de la República Argentina. Castillo era francófilo y católico, imaginaba una alianza con los galos para reemplazar a los ingleses sajones y protestantes.






Nunca fue como dicen pro germano. Su posición neutralista, sigue la tradición diplomática argentina y la política radical de Yrigoyen. Este mantuvo la misma política exterior de los liberales y conservadores que gobernaron la República entre 1880 y 1916. También sostuvo la tradición anti estadounidense, que empieza en la conferencia interamericana de Washington en 1889.


Más oculto por los historiadores de izquierda es otro hecho: ese 17 de junio de 1940 José Stalin festejó la caída de París. En esa jornada luminosa para las democracias, Molotov transmitió al gobierno alemán las “calurosas congratulaciones del gobierno soviético a con ocasión del éxito de la Wehrmacht”. Los negocios, la sociedad entre Hitler y Stalin no pedían tanta genuflexión.


Pero claro, la maquinaria de guerra alemana se alimentaba de cereales, minerales, petróleo y proyectos militares comunes que le daban al régimen muchos dividendos. Simultáneamente, como había sucedido con Polonia apuñalada por la espalda, los comunistas atacaron los estados bálticos.


Ningún gobierno de la República Argentina mantuvo ese contubernio de negocios e ideología totalitaria con los nazis, sin embargo fue Stalin el que presionó en 1945 para que la República Argentina no ingresara a las Naciones Unidas.


De lo que se trataba, como suele suceder con los traidores y conversos era de exagerar para ocultar la sociedad y complicidad que durante años Stalin mantuvo con Hitler.

Los partidos comunistas como el argentino seguían ciegamente los intereses de la URSS. En pocos días se cumplen 80 años de la Operación Barbarroja, cuando Hitler atacó a Stalin.


Es notable que el autócrata sovietico, responsable de millones de muertos, se vió sorprendido y paralizado pese múltiples advertencias, y esa noche del 21 de junio de 1941, trenes rusos cargados de petróleo y cereales cruzaban la frontera en sentido contrario al del ejército alemán.


Y lo más sorprendente aún es que los Soviets y su líder nunca declararon formalmente la guerra a los nazis. Solo mencionaron el estado beligerante. Sin el aporte de Stalin probablemente las campañas alemanas de 1939/42 no hubieran triunfado. Los extremos encuentran diálogo, pacto y sociedad más frecuentemente de lo que se cree.

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