ARISTÓTELES consideró diversas acepciones del término, no todas ellas necesariamente peyorativas. Sin embargo, la vulgarización de la tradición cultural griega ha identificado a la oligarquía como uno de los regímenes “corruptos”, en cuanto caracterizado por una minoría que manda en su exclusivo beneficio. Esta interpretación del vocablo fue luego asumida por el lenguaje polémico de los bandos, en cuya aplicación “oligarquía” es la minoría egoísta que ocupa el poder y a la que se pretende desalojar en nombre del “pueblo”. Es con esta inflexión que la palabra se incorporó al arsenal retórico de la mayor fuerza política argentina del siglo XX.

Sin embargo, la Politología empírica que comienza a desarrollarse en Europa a caballo de las centurias decimonona y vigésima, recuperará –particularmente por obra de MOSCA- el sentido etimológico de la palabra: oligarquía como mando de pocos sobre muchos. En esta perspectiva, la oligarquía no es sino la proyección sobre el mundo de la política del fenómeno genérico de la estratificación social. Y su omnipresencia, tanto en el espacio como en el tiempo, autoriza a FERNÁNDEZ DE LA MORA a denominarla forma trascendental de gobierno.
Ahora bien: el hecho oligárquico incluye en su aludida omnipresencia no solo a los más variados regímenes políticos que los pueblos y las edades han conocido, sino que se extiende a las agregaciones prepolíticas, por un lado, y, por otro, a las estructuras partidarias o insurreccionales que procuran sustituir el poder establecido. Estas últimas, ya en su propia constitución – en su ADN podríamos decir- , prefiguran la estratificación del poder que luego impondrán a la unidad política en su conjunto. Las investigaciones de MICHELS sobre partidos socialistas y sindicatos constituyen el luminoso punto de partida de muchas indagaciones empíricas ulteriores. Tales estudios demuestran que la tendencia hacia el “gobierno de pocos” no tiene una raíz ideológica sino estructural. Microestructuras y macroestructuras, son, pues, en cuanto políticas, oligárquicas.
Tan descarnada constatación no nos lleva a postular una total indiferenciación de los regímenes políticos. Hay oligarquías y oligarquías… “El quid del asunto -observa MASSOT- está en determinar cómo se recluta en las distintas variantes oligárquicas conocidas”. Pero se trata de diferencias de grado, no de naturaleza. Y se vinculan con el mayor o nivel de reconocimiento de la pluralidad interna y con la mayor o menor accesibilidad a aquéllas. En este sentido, gran parte de la Academia estadounidense ha insistido en distinguir el funcionamiento de lo que ARON llamaría “regímenes constitucional-pluralistas” de aquellos típicamente descriptos por MOSCA, PARETO y MICHELS.
Estas últimas observaciones conducen a apreciar la forma particular en que la oligarquía se traduce en las democracias contemporáneas, expresada en la teoría competitiva de la democracia originada en SCHUMPETER. Para el austríaco:
- La democracia real es una oligarquía, elegida por votación popular.
Esta es la definición empírica que propone: «El método democrático
es aquella organización institucional para tomar decisiones políticas,
en la cual unos individuos adquieren el poder de decidir mediante una lucha competitiva para obtener el voto popular».
- Se excluye el uso de la violencia física, pero no de la violencia moral. «La democracia es libre competencia por un voto libre; pero, aunque excluye la insurrección militar como modo de obtener el liderazgo, no excluye lo que en economía se llama la competencia desleal, fraudulenta o restringida». Esta interpretación permite que «la voluntad popular manufacturada
se integre dentro de la teoría» del modelo democrático realmente posible.
- La iniciativa política corresponde a la oligarquía. «Las colectividades actúan casi exclusivamente aceptando el liderazgo».
- La soberanía popular se ejerce optando entre oligarquías. «El electorado
acepta el líder o grupo de líderes, o les retira su confianza...; sólo
puede controlar a sus líderes políticos rechazándolos» en el momento de
las elecciones.
Para SCHUMPETER, la democracia factible se reduce, en suma, a la oportunidad que las oligarquías, dan a los gobernados para que periódicamente se pronuncien sobre una opción, generalmente muy limitada, y precedida de una gran operación manufacturera de la opinión pública. Esto es lo que queda de la utopía cuando pasa por la prueba de la realidad; es la democracia residual.
Debe consignarse, sin embargo, que ya en PARETO estaban sentadas las bases para evaluar el comportamiento más o menos “abierto” de la oligarquía, expresado en su tesis sobre la circulación de las élites. De acuerdo a la misma, la capacidad de los dirigentes establecidos para cooptar elementos valiosos de los estratos emergentes fortalece su capacidad de dominación, al aumentar su “representatividad”, mientras que al aislamiento o abroquelamiento de aquéllos crea condiciones de frustración, finalmente propicias para la subversión del orden. De cualquier manera, más cerrada o más abierta, la oligarquía no deja de ser tal. Como observa PORTINARO, del mismo modo que la curva paretiana de la distribución de la riqueza no muta sustancialmente a lo largo de la historia, tampoco el régimen convencionalmente denominado “democracia” llega a alterar sensiblemente aquélla curva, sino que resulta “…solo un vehículo de políticas socialistas, en cuanto, como respuesta a las presiones de los intereses corporativos, aumenta la tendencia al crecimiento del gasto público. La abolición de la propiedad no produce una mayor prosperidad social y por ello ni siquiera una mayor funcionalidad de las instituciones políticas. También el socialismo debe, por ende, plegarse a la tendencia a la estructuración oligárquica de la sociedad”. Es esta constatación la que vacía de sentido la interpretación de la historia basada en el determinismo económico: con propiedad privada o sin ella, siempre existirán pocos que se imponen sobre muchos.