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Plaza de Mayo (Primera Parte)


Desde la fundación de la ciudad, en 1580, la Plaza de Mayo ha sido el nervio de la vida política de los argentinos. Alma y cuerpo amalgamados en perfecta armonía. Centro del ejecutivo nacional fue al mismo tiempo testigo de una historia de poder omnímodo respecto de cualquier otra plaza del país. No era para menos poseyó el orgullo del mayorazgo.





¿Como era este solar en vísperas de la revolución? ¿Qué fisonomía guardaba? ¿Cuáles sus misterios más íntimos? ¿El bullicioso pueblo que la recorría tenía conciencia de su destino? Adentrémonos en aquellos tiempos idos y recuperemos un instante la geografía urbana que vio pasar tumultos y convulsiones, mulas y redomones, caravanas de carretas desvencijadas y volantas engalanadas con la simbología del poder.


En principio, aquella vieja Plaza guardaba las mismas proporciones que la actual conservándose hasta nuestro días su original disposición.


Ubicado en el extremo este y sobre enormes toscas bañadas por el río se hallaba el Fuerte. Actualmente la Casa Rosada. Era un centinela de la ciudad. Un guardián celoso de la intimidad pueblerina. Desde sus terrazas podían observarse las costas más lejanas. San Isidro al norte y Quilmes al sur. Se cuenta que el Virrey Sobremonte con su viejo catalejo alcanzó a divisar el desembarco de los ingleses en las playas de Quilmes.


Cuando soplaba fuerte el viento del sudeste el río se agitaba dominante y amenazador. Crecía impetuoso y arrojaba sobre las toscas y los murallones del fuerte negras olas gigantescas.


En el otro extremo de la Plaza se hallaba el Cabildo, cede de la autoridad pueblerina y órgano de control, administración y gestión de la gran aldea.

Nervio, también, de los graves problemas que se suscitaron a comienzos del siglo XIX.

Fue al inicio de este siglo que la Plaza se dividió en dos por medio de una Recova. De un lado La Plaza del Mercado o de Armas (entre el fuerte y la Recova) del otro, la Plaza de la Victoria o Plaza Mayor, entre la Recova y el Cabildo. Se vinculaban atravesando un imponente arco de medio punto por donde discurría un camino empedrado que unía la puerta del Fuerte con la puerta del Cabildo.


La gran Plaza tenía entonces cuatro esquinas. La del nor-oeste o de la Catedral quizás la más prolija, digna y transitable. Por aquello de que Dios premia a los buenos y castiga a los sucios. La del nor-este o Hueco de las Ánimas. La del sud-este o esquina del Mercado y la del sur-oeste o de la cárcel porque allí se encontraba el presidio del Cabildo.

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