top of page

¿Qué tan erróneo es creer que el embrión es un parásito?

Por Horacio Giusto Vaudagna


Resulta común y habitual que se exhiba como argumento antinatalista que el embrión es un “parásito” en el cuerpo de la mujer, o cuanto menos, es análogo en su función. Ante ello es prudente establecer los puntos esenciales de la argumentación en contra. Ha de comenzarse marcando que el parásito es un agente biológico patógeno que se alimenta de las sustancias que elabora un ser vivo de distinta especie. El embrión es la etapa inicial del desarrollo de un ser vivo mientras se encuentra en el huevo o en el útero de la hembra. En el caso específico del ser humano, el término se aplica hasta la undécima semana desde la concepción, siendo posteriormente denominado feto. A pesar de que en forma ignorante se le llame feto a un estado anterior, lo real es que el paso de la etapa embrionaria a la etapa fetal se produce en torno a las ocho semanas desde el momento de la concepción, y dura hasta que se produzca el nacimiento del bebé, que en ese momento pasa a convertirse en un neonato. Las células, órganos corporales, sistemas y tejidos del feto no se forman durante esta etapa, sino que ya se han formado previamente cuando este era un embrión, y en este periodo de la gestación lo que ocurre es que el bebé crece y se desarrolla en el útero materno. En este punto, lo importante es destacar que, mientras el parásito pertenece por definición a una especie distinta al huésped, el embrión forma parte de la misma especie que su madre.



"El bebé en el vientre", siglo XV. Dibujos y escritos de Leonardo Da Vinci.


Un detalle no menor es que el parásito actúa en forma nociva para su huésped; en el embarazo, si bien hay ciertas adversidades, distan de ser nocividades que hagan peligrar la vida de la mujer. Véase pues en la mujer embarazada cómo aflora un instinto de preparación del hogar para albergar la vida gestada, se centra la atención al cuidado del embarazo relegando actividades secundarias, cambios corporales para la alimentación de la nueva vida aun después de nacida, incremento en el volumen de la sangre para permitir que una cantidad adicional de sangre llegue al útero para satisfacer las necesidades metabólicas del feto, los cambios hormonales generan un fortalecimiento en diversas áreas del cuerpo, proliferación de relaxina para adaptar las articulaciones del cuerpo; claramente que tal reacción no es propia de un huésped ante un parásito invasivo y letal.


Debe destacarse a su vez que un parásito hace contacto directo con los tejidos vivos del huésped, realidad distinta a la del niño por nacer en su relación biológica con la madre. La persona por nacer vive en la placenta, alimentado por el cordón umbilical, los cuales son tejido fetal. La placenta es la estructura que se forma en el interior del útero para aislar la circulación materna de la fetal y se convierte en un órgano esencial en el embarazo porque constituye la conexión vital de la vida gestada con la madre. A través de ella y del cordón umbilical al que está sujeto el embrión, se mantiene la conexión natural y recibe todos los nutrientes que necesita para la respiración. Este órgano sirve para transmitir nutrientes y oxígeno, eliminar sus desechos, fabricar hormonas y claramente que para la protección. La placenta es de vital importancia para el crecimiento y la protección del feto en el seno materno, y aunque este órgano se empieza a formar desde el momento en que el óvulo es fecundado, la placenta va evolucionando a lo largo de la gestación, pasando por diferentes grados de madurez. Lo que importa resaltar en este punto es que la placenta se desarrolla de las mismas células provenientes del espermatozoide y el óvulo que dieron desarrollo al feto y tiene dos componentes: una porción fetal, el corion frondoso y una porción materna o decidua basal. De allí se observa que es falaz considerar análogo el contacto de un parásito al huésped al de un embrión con el cuerpo de la madre. Así pues, cuando el parásito interviene en el huésped, el tejido del huésped suele encapsularse en torno al parásito para cortarlo de otro tejido circundante. Durante el embarazo, el tejido de la madre creará un revestimiento que se conecta al niño por nacer, es decir, en vez de cortar el contacto con otros tejidos se genera revestimiento de placenta para cuidar la vida albergada. Es que si uno analiza el propio cuerpo humano, por regla es que ante el ingreso de parásitos se generan anticuerpos como respuesta inmunológica. Sin embargo, ante el embarazo aparece el trofoblasto, que esencialmente es la capa de células que rodea al embrión y bloquea naturalmente cualquier anticuerpo para no rechazar al feto. Esta reacción se da en la relación madre-embrión, por lo que, nuevamente, quien compara al niño por nacer con un parásito hace gala de su supina ignorancia; véase que mientras los parásitos tienden a debilitar el sistema inmunológico del huésped y hay un combate entre ambos organismos, el embarazo tiende a fortalecer el sistema de defensas de la madre en forma tal que el propio cuerpo materno prioriza el bienestar del albergado en su interior. Como dato anexo podría añadirse de que, salvo una acción por parte del huésped, el parásito naturalmente podría alojarse perpetuamente. En sentido contrario, el cauce natural del embarazo lleva a que su tiempo de estadía sea finito.


El dato final y posiblemente más importante no es científico, sino filosófico. El parásito es en acto y en potencia lo que es, un parásito; el embrión es en acto parte del género humano y posee las potencialidades propias de todo ser humano. El cambio se traduce en el paso de un estado de potencia (potencialidad) a un estado de acto (actualidad). Tal como bien expone en su gran obra el filósofo Ferrater Mora, dicho paso puede ser realizado por medio de una “causa eficiente” externa, tal como sucede en el arte, o interna, que recae sobre la misma naturaleza del objeto considerado. Por ello, cambio es pasar de la potencialidad a la actualidad. El parásito no alberga en su ser la potencialidad para un cambio en el orden natural que le permita ser otra cosa; el embrión es en la actualidad un ser humano, y en el cambio gradual alcanzará los emergentes posibles de su sustancia. Por ello, el feto es un adulto en forma imperfecta, porque potencialmente puede serlo sin que actualmente lo sea, pero no reside en su esencia la potencialidad para ser otra cosa distinta a la de pertenecer al género humano; por ello un embrión no podría nunca ser un cuadrúpedo, una flor o un parásito. En términos aristotélicos, acto es la realidad del ser de tal modo que el acto es anterior a la potencia y sólo por lo actual se puede entender lo potencial. Aristóteles explica en forma simple que un hombre adulto no es potencialmente una vaca, pero sí un niño es en potencia un hombre adulto ya que de lo contrario seguiría siendo niño; de hecho, el hombre adulto es la “actualización” del niño.


Por todo lo expuesto sorprende cómo algunos supuestos intelectuales y científicos, al día de hoy siguen considerando que es posible trazar paralelismos entre una persona por nacer y un parásito, ya que finalmente queda concluir que no es más que una elucubración para justificar el ataque indiscriminado sobre la vida inocente de otro ser humano.

bottom of page