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Realismo político revisitado

Por Miguel Ángel Iribarne -

 

El realismo político no es una escuela, ni un sistema unívoco de ideas. Es, más bien, una manera de encarar el conocimiento de los problemas de la polis atendiendo a la totalidad de los factores de la realidad, lo cual –diria Luigi Giussani- es la única actitud propia de un hombre razonable.


Por razones de historia de la cultura, la consideración de los asuntos políticos durante la Antigüedad y el Medioevo corrió principalmente por cuenta de los filósofos y desembocó prevalentemente en juicios valorativos, respecto, por ejemplo, de la naturaleza del Bien Común o de las características del mejor gobierno. Maquiavelo, en el siglo XVI, produce una revolución copernicana al tratar la política como arte o como técnica. Se trata del repertorio de recursos idóneos para conquistar el poder y conservarlo. Ahora bien, a partir de este enfoque, se ha reiterado hasta el hartazgo aquello de que “la política es el arte de lo posible’. Lo cual no pasa de ser una banalidad: todo arte es solo arte de lo posible en cuanto siempre –en la pintura como en la arquitectura, en la escultura como en la música- el diseño artístico afronta una “materia resistente”, es decir un conjunto de fuerzas, propensiones, límites y regularidades probabilísticas. Una atención acentuada a tales resistencias constituye el objeto propio del Realismo Político.


Esta mirada se manifiesta, por ejemplo, en los cultores barrocos de la “Razón de Estado”, particularmente Giovanni Bottero y demás autores estudiados por Meinecke. Pero lo que fue reflexión para uso de los príncipes se vuelve, a caballo entre los siglos XIX y XX en premisa para un nuevo tratamiento científico del objeto político. Mosca, Pareto, Michels, Ostrogorski, Weber, son algunos de los nombres asociados a esa primavera de la Politología, que encuentra sobre todo en Italia y Alemania su ambiente más propicio. Décadas más tarde Aron, Freund y Jouvenel enriquecerán desde Francia este derrotero intelectual, que en Italia tendrá su relevo generacional a través de Miglio, Portinaro, Gambescia, Schiera, etc. Todo ello sin poder prescindir nunca de la visión tutelar de la figura dominante del siglo XX: me refiero, naturalmente, a Carl Schmitt.


Precisamente otro italiano –éste de franca filiación liberal-, Giovanni Sartori, ha calificado al Realismo Político como “el presupuesto informativo de cualquier posición política”. Esto implica que no excluye per se ningún debate sobre los fines: no obliga a suerte alguna de agnosticismo filosófico. Solo intenta evaluar la viabilidad de aquéllos y establecer las conexiones entre tales fines y los instrumentos disponibles.


Dos elementos son esenciales al RP: la autonomía y la especificidad de la Politica. La autonomía implica que el ámbito político posee sus leyes propias, es decir, que, aunque no necesariamente adscriba a lo que se ha llamado el ”amoralismo”del florentino, sería inapropiado pretender responder a su problemática transponiendo a ella simple y linealmente los mandatos de la moral privada, sobre todo la de raíz kantiana. La especificidad alude al medio propio y distintivo de la Política, no compartido con otros ámbitos del quehacer humano, y que no es otro (Weber dixit) que la “coacción legítima”. Esta disponibilidad última otorga a la Política, desde una perspectiva existencial, una capacidad englobante respecto de tantas otras facetas de la vida personal.


Ahora bien, cuáles son los desafíos actuales que el RP debe afrontar exitosamente para poder preservar, precisamente, su apego riguroso a la realidad de la que pretende dar cuenta? No podemos dejar de señalar los siguientes:

a) forjado en un mundo westfaliano, en que los Estados eran actores exclusivos y excluyentes del sistema europeo primero y mundial luego, los realistas deben hoy adaptarse a un clima de época en que aquéllos comparten la escena con una cantidad de actores supra y trasnacionales cuya existencia y operatividad obliga al Estado a reinventarse como actor estratégico despojado de una serie de funciones monopólicas:

b) acostumbrado a subestimar a las ideologías como factores reales de las conductas, el RP debe hoy, no reivindicarlas, pero sí redescubrir la incidencia insoslayable de las culturas y las civilizaciones, como marcos explicativos y predictivos de muchos conflictos y alianzas del presente y el futuro.


Si supera eficazmente estos retos, el RP seguirá siendo, a nuestro juicio, el gran exorcizador (la triaca máxima, que diría Ortega) contra las ilusiones, las utopías y las mistificaciones que tan frecuentemente han intoxicado la vida política, particularmente en los últimos dos siglos y medio.-

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