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Reuniones y tertulias

Las reuniones sociales eran una sana costumbre del Buenos Aires de antaño. Tanto las familias principales como las de medianos recursos solían convocar a sus casas, a familiares y amigos. Era en esos ámbitos privados y amigables donde se profundizaban las amistades y estallaban los amores. Por otro lado las reuniones en ámbitos públicos eran escasas pues remitían a fiestas religiosas o las muy recientes y exiguas conmemoraciones patrióticas.







Los días elegidos para los encuentros sociales eran preferentemente sábados y domingos, aunque algunas familias como los Lopez Osornio de Rosas o Manuel Carranza privilegiaban los lunes.


En estos encuentros se conversaba, mateaba y se servía chocolate. Por supuesto se bailaba. Comenzaban a las 8 de la noche y concluían a las doce o una de la mañana, para estar en condiciones de asistir a la del día siguiente. Estas costumbres variaron hacia finales del siglo XIX cuando las veladas sociales se iniciaban a las 11 de la noche y acababan muy de madrugada. Algo parecido a lo que ocurre hoy día.


Pero volvamos a 1815, la familia que invitaba se hacía cargo de todo, ciertamente no era mucho, un poco de yerba, azúcar, chocolate y el aumento de las luminarias. Y naturalmente el maestro de piano, contratado para la ocasión.


Se bailaba minuet, vals, contradanza, y por lo general el convite concluía con algún cielito. Para los “patas dura” existían maestros de baile; en la semana convocaba a su vivienda a los jóvenes que ansiaban lucirse para seducir galantemente.


Una figura muy importante era el bastonero. Imprescindible en toda reunión que se preciara de ello. Era una especie de disc jockey virreinal, anunciaba en voz alta lo que debía bailarse. A veces a propuesta de los bailarines y otras -por lo general siempre- lo que él decidía. Era también el que armaba las parejas, claro consultando previamente gustos, conveniencias y amores.


Se supo de casos que por pésimo desempeño del bastonero, imprudencia o desconocimiento de costumbres sociales, alguna familia desairada abandonaba de inmediato la tertulia arruinando la velada. Para evitar las molestias se implementó un sistema de tarjetas que indicaba el próximo baile y las parejas a formarse.


En ciertas oportunidades aparecían las relaciones, breves estrofas improvisadas o bien aprendidas para destacarse:


Dicen que me quieres mucho

Es mentira, pues me engañas

En un corazón tan chico

¡No pueden caber dos almas!

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