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Rucci: a confesión de parte...

Nunca tan apropiado el dicho de “a confesión de parte, relevo de prueba”. El hecho de que la bancada del Frente de Todos en la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires se haya negado a realizar un homenaje a José Ignacio Rucci en vísperas de cumplirse el 47° aniversario de su asesinato constituyó un acto políticamente autoincriminatorio. La representación legislativa bonaerense del oficialismo no se atrevió a condenar un crimen del que algunos de sus dirigentes se sienten históricamente responsables. Porque ese 25 de septiembre de 1973 Montoneros se quitó la “camiseta peronista” y confrontó abiertamente con Perón.



La sentencia de muerte contra Rucci había sido anunciada públicamente por Mario Firmenich, con un estudiado montaje escénico, en un acto realizado en Atlanta el 22 de agosto de ese año. En esa ocasión, en el único discurso público que pronunció en toda su vida política, Firmenich atacó al Pacto Social, impulsado por Perón y suscripto por la CGT y la Confederación General Económica (CGE). Señaló que “en esa alianza los trabajadores no tienen representación, porque tienen allí, en la CGT, una burocracia con cuatro burócratas que no representan ni a su abuela”. En ese momento, y cuando desde la tribunas se comenzó a entonar la consigna “Rucci traidor/ a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor!”, cantada entonces en todos los actos por la militancia juvenil de Montoneros, Firmenich hizo una prolongada pausa para después proclamar: “esa consigna refleja verdaderamente lo que estamos diciendo”. 33 días después mataron al secretario general de la CGT.

La consecuencia directa de ese desafío a Perón fue la recordada expulsión de Montoneros de la plaza el 1° de mayo de 1974. En aquel día histórico, Perón comenzó su discurso reivindicando “la calidad de la organización sindical, que se mantuvo a través de veinte años, pese a estos estúpidos que gritan”, en respuesta a las columnas de manifestantes de Montoneros que pretendían interrumpirlo al grito de “Qué pasa, qué pasa, qué pasa General / que está lleno de gorilas el gobierno popular!”. Y de inmediato, como para que no quedara ninguna duda, explicitó su decisión de que “esta reunión del Día del Trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido la fuerza orgánica y han visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya tronado el escarmiento”.

Desde entonces, Rucci es un símbolo de todo lo que la izquierda aborrece. Con aciertos y errores, su memoria evoca las vivencias de los trabajadores de carne y hueso, de quienes como solía decir “no son los que se acuestan a las seis de la mañana sino los que se levantan a las seis de la mañana”. Esa cultura popular, formada en la ética del trabajo, que no tiene nada que ver con la soberbia elitista de las vanguardias revolucionarias iluminadas que pretenden usurpar su representación política. Su recuerdo permanece vivo no solamente por la acción de quienes lo reivindican sino también por aquéllos que lo odian, aún desde la cobarde complicidad del silencio.

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