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Schwindt: "Necesitamos la aparición de un populismo integral"

Por Branco Troiano


Luciano Schwindt es integrante del grupo intelectual Nomos y especialista en Relaciones Internacionales (Universidad Argentina John F. Kennedy), maestrando en Estrategia y Geopolítica en la Escuela Superior de Guerra. "La defensa argentina en la actualidad se caracteriza por ser deficiente en relación con los intereses nacionales, la población y el espacio geográfico que comprende. Esto implica, entre otras cosas, que nuestra política exterior no pueda sustentarse adecuadamente como debiera", reseñó en diálogo con AGENCIA PACO URONDO.



APU: Con una deuda que nos ata a los intereses de los capitales internacionales. ¿Hay lugar para pensar y diagramar una impronta geopolítica que pugne por una soberanía de carácter nacional y popular?


Luciano Schwindt: Sí, claro. Una de las cualidades de la geopolítica, si no la más importante, es la de servir como herramienta para el pensamiento geoestratégico del país y, de este modo, colaborar en la construcción de su poder nacional. Desde esta perspectiva, la geopolítica puede, y debe, operar más allá de los condicionamientos estructurales del sistema internacional, sea en este caso una deuda que pesa como un grillete sobre el pueblo argentino desde hace años. Por lo tanto, siempre es posible pensar en términos geopolíticos y planificar una estrategia a largo plazo en función de ellos. La insuficiencia y la inconsciencia geopolítica en nuestro país son mérito de actores e intereses foráneos, cierto, pero también en ella tienen responsabilidad nuestros representantes políticos que se han desinteresado por esta clase de pensamiento, ya sea por incompetencia o negligencia. Si la intención, además de sobrevivir en el tablero mundial, es la de mejorar la calidad de vida de todos los argentinos, se debe propugnar por dotar a la nación y sus dirigentes de conciencia geopolítica. Ninguna nación que se precie de independiente y soberana desconsidera a la geopolítica.


Por esto, la soberanía debe ejercerse y no meramente declamarse para justificar una política sectorial determinada. La soberanía no es meramente un concepto o atributo que nos fue dado en el pasado, sino que debe ser ejercitado continuamente en el presente de manera estratégica para asegurar un futuro digno y justo a las próximas generaciones. Por ende, debe traducirse en políticas concretas que tiendan a eliminar toda clase de limitación y condicionamiento político, financiero, o ideológico, ya que de lo contrario estos continuarán impidiendo el bienestar y el porvenir de nuestra comunidad.


APU: Pivoteando en la tesis del intelectual ruso Alexandr Dugin, ¿quiénes serían hoy, en Argentina, los populistas de derecha y quiénes los de izquierda? En ese sentido, ¿cómo ve el porvenir de la alianza que conformó el Frente de Todos?


L.S: Si utilizamos esas categorías, hay que aclarar a qué se refieren para evitar equívocos. Populistas de derecha son aquellos que desafían el consenso liberal en el aspecto cultural o simbólico, pero que en materia económica sostienen posiciones económicas liberales con rasgos más o menos proteccionistas en materia de comercio exterior. Populistas de izquierda son quienes cuestionan la asignación de recursos del libre mercado en defensa de las mayorías populares, pero que en material cultural no están decididamente en contra del consenso ideológico, multicultural y cosmopolita dominante en Occidente, sino que tan solo proponen articulación política-popular frente a la emergencia de las demandas de la “sociedad civil”. Podemos decir entonces que son todavía medianamente progresistas, por cuanto aceptan el carácter “irreversible” de la aparición de dichas “demandas de reconocimiento”, tanto como de la misma globalización, a la que tan solo le reclaman “mayores cuotas de inclusión”.

Lo cierto es que, con el pasar de los años, a escala mundial vemos que aquellos que considerábamos populistas de derecha se muestran como meros liberales neo-conservadores/republicanos y los que considerábamos populistas de izquierda como meros liberales-progresistas/socialdemócratas. Lejos de construir grandes movimientos y proyectos colectivos apoyados en bases políticas populares para la toma del poder, los líderes carismáticos “populistas” se dedicaron a ponerse por delante ellos, a sus familias y a sus pequeños séquitos partidarios negociando con el establishment su porción electoral en políticas de alianzas espurias.


En nuestro país, algunos sectores del Frente de Todos pueden identificarse con el populismo de izquierda y con la deriva que comparten sus expresiones en otras partes del mundo, por ejemplo en España. Ahora bien, en tanto que aún no hemos vivido aquí la emergencia del populismo de derecha, cabe esperar que tarde o temprano surja como reacción al actual estado de cosas. Desde nuestro punto de vista, sería deseable, en lugar de esto, la aparición de un “populismo integral” o, para decirlo en un lenguaje más acorde a nuestra historia, un movimiento nacional y popular, como supo ser el peronismo en sus mejores épocas, donde el rechazo del liberalismo, lo era en su totalidad, tanto en el plano económico como en el cultural, sin peros ni medias tintas en ninguno de los dos casos, y abierto al entendimiento con distintas tendencias político-ideológicas al interior de su construcción política.


APU: ¿Qué entiende usted, y qué cree que se entiende hoy, en términos generales, por “nacionalismo”?


L.S: Se debe distinguir entre lo que es un pensamiento científico, como la geopolítica, que implica necesariamente adoptar una mirada estratégica desde el interés y la situación nacional, y el “nacionalismo” que, en términos generales, refiere una causa, ideología o movimiento político que hace bandera del interés nacional. Para esto último, la comprensión de este concepto variará de acuerdo con la propia cultura, tradición y costumbres del pueblo que es objeto de la representación de determinada causa o movimiento. Ahora bien, lo que estos movimientos puedan identificar con lo “nacional” en un plano ideológico o meramente afectivo, eventualmente, puede resultar contrario al interés nacional, entendido desde la perspectiva científica de la geopolítica. Por lo tanto, la preocupación para quienes defienden el status quo del orden liberal es, precisamente, que los Estados adopten una mirada estratégica como la que mencionamos, y no el “nacionalismo” que se aferra a cuestiones ideológicas o afectivas.


En nuestro país resulta complejo hablar de este concepto desde el momento en que en la Argentina hubo un movimiento mayoritario de impronta nacionalista y popular como el peronismo, pero también múltiples expresiones minoritarias de otros tipos de nacionalismo de corte ideológico diverso, desde el nacionalismo católico a la izquierda nacional. Creo que debemos preguntarnos si esta clase de discusiones que hoy nos trae la agenda global en torno a la contraposición entre soberanismo y globalismo no son, en todo caso, con el objetivo de anular toda mirada estratégica desde el interés nacional. Alineamientos ideológicos abstractos como este, no sopesados estratégicamente desde los intereses de nuestro país, encuentran terreno fértil cuando quienes conducen al “movimiento nacional” se acercan cada vez más a los postulados y valores liberales y cosmopolitas del ordenamiento internacional.


APU: Hace un tiempo planteaba que era imposible imaginar una política exterior autónoma sin una defensa que la sustente. ¿Cómo caracterizaría a la actual defensa argentina? Y si el gobierno pusiera este tema en agenda, ¿qué carácter performativo considera que tendría en nuestra sociedad?


L.S: La defensa argentina en la actualidad se caracteriza por ser deficiente en relación con los intereses nacionales, la población y el espacio geográfico que comprende. Esto implica, entre otras cosas, que nuestra política exterior no pueda sustentarse adecuadamente como debiera y que no esté a la altura de las necesidades de nuestro pueblo. En este sentido, existe un desequilibrio entre medios y fines. Ahora bien, la defensa, planificada en forma consciente e inteligente, es una tarea que excede los tiempos de un solo gobierno, ya que requiere de una elaboración, vertebración y planificación a largo plazo, por lo que colocar este tema en agenda de forma transitoria no es una solución. Es un buen paso la reciente creación del Fondo Nacional de la Defensa (FONDEF) a raíz del proyecto del actual ministro de Defensa Agustín Rossi, ya que permite que la modernización y financiamiento de nuestras fuerzas armadas esté vinculado a un fondo específico que se compondrá en base a los ingresos corrientes del presupuesto anual, dejando de depender exclusivamente de los recursos asignados anualmente al Ministerio de Defensa. Por lo tanto, es un buen paso para dotar de previsibilidad a nuestra defensa nacional, ya que no dependerá de los humores políticos como sucedía hasta ahora.


Ahora bien, en relación con el carácter performativo que podría tener, debemos remarcar que toda defensa siempre está absolutamente incardinada con el tipo de sociedad a la cual responde, ya sea para bien o para mal. Concebir que una sociedad pueda ser más benévola, pacifista o tolerante por no invertir en defensa es uno de los grandes errores en los cuales hemos caído lamentablemente en nuestra democracia post Malvinas. No nos insertamos en el mundo de este modo, al contrario, nos alejamos de los centros de poder y de toma de decisiones. Entre otras consecuencias, la inadecuación de los medios otorgados a la defensa y el hecho de colocarla en un segundo o tercer nivel de prioridad, lejos de traernos tranquilidad, ocasiona que, estratégicamente, nosotros no seamos quienes determinemos el tipo de conflicto que deseamos enfrentar, sino que se nos imponga desde afuera. Nuestra actual situación de debilidad no implica que seamos un pueblo pacífico, sino uno incapaz de defenderse por sí mismo, lo cual es totalmente diferente. Tampoco nos asegura que los conflictos que tenemos por divergencia de intereses en materia de política exterior se vayan a solucionar porque los demás nos vean desarmados. Todo lo contrario, permitirá que no tengamos capacidad de negociación y de decisión propia. Entiendo que el gran problema que tenemos, en este sentido, es que las dirigencias post Malvinas no asumen las hipótesis de conflictos latentes, como la ocupación del Atlántico Sur, la proyección Antártica, el vacío geopolítico de la Patagonia, o la invertebración entre las distintas regiones del país. Por el contrario, esta ha optado por distanciarse y marginalizar todo aquello que tenga que ver con el ámbito de la defensa, azuzando fantasmas de despotismo y autoritarismo, lo cual es comprensible por nuestra propia historia, pero que es pernicioso para nuestro futuro. Lo que se ha tenido que hacer desde un principio, justamente, es colocarla en el ámbito correspondiente, que es el de responder a la política y sirviendo al pueblo. Pero, por otra parte, se debe tomar conciencia que una defensa bien diseñada, además de su carácter disuasivo y colaborativo con la política exterior, participa e impulsa el desarrollo industrial, económico y social de la nación. Si abrimos brechas entre estos temas, absolutamente incardinados entre sí, como pueblo corremos el riesgo de que la política y la defensa terminen sirviendo a intereses ajenos a los nuestros.


APU: ¿Qué significa hoy Malvinas? ¿De qué manera opera en el espectro político? En verdad, ¿opera?


L.S: Malvinas es nuestra gran deuda pendiente en política exterior, y creo que representa los anhelos de casi la totalidad del pueblo argentino. Dicho esto, lamentablemente, no opera en nuestra clase dirigente como debiera, ya sea porque la cuestión se restringe meramente a lo simbólico (impresión de las Islas Malvinas en los billetes, recordatorios en redes sociales, etc.) o al reclamo diplomático, pero no se dispone del sustento material de la defensa nacional en términos de economía y tecnología que permita sostener en forma creíble ese reclamo. Es un tema medular y caro al sentir argentino y, sin embargo, en esta cuestión, como en tantas otras, quienes nos dirigen políticamente se encuentran en las antípodas del pueblo, pareciera que para ellos se ha ido secando la sangre con que abonaron nuestros hermanos aquel suelo patrio del Atlántico Sur. De todas formas, Malvinas siempre será un tema que influirá en nuestro espectro político, y que no podrá evadirse de la agenda de todos nuestros gobiernos, aún a pesar de los deseos que algunos tengan de lo contrario. Este tema está absolutamente vinculado con lo que mencionamos anteriormente; se necesita inversión en defensa y un pensamiento geopolítico, acorde a las circunstancias actuales, que nos permitan paulatinamente elevarle los costos, tanto económicos como sociales, al enemigo anglosajón que está usurpando parte de nuestro territorio nacional. Debemos incomodar a nuestro enemigo, no debemos permitir que se sienta amo y señor del Atlántico Sur. No podemos dejarlo descansar, porque la estrategia de ellos es el tiempo, el cual tiene la facultad de diluir la vigencia y contundencia de los legítimos reclamos en materia de política internacional.

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