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Un atroz asesinato

La galera avanzaba lenta y despreocupadamente por el viejo camino real, al sur de la Provincia de Santiago del Estero, rumbo a Córdoba. Era el mes de febrero de 1835 y el calor apretaba como solo ocurre en aquellos territorios polvorientos y solitarios, abandonados a la buena de Dios. Facundo volvía de su misión, consistente en arreglar la paz entre las provincias de Tucumán y Salta. Una muestra más de las eternas refriegas que tenían a maltraer a la patria. Las luchas interprovinciales eran constantes en un país que no se organizaba. Tan evidente era esto que en el viaje de ida Facundo había recibido una carta escrita por Rosas, donde le explicaba, una vez más, porque no debía haber una Constitución. Quiroga no estaba tan convencido.





Quizás por ello la llevaba consigo aquella mañana endemoniada.


A Quiroga le habían advertido que lo iban a matar por orden de los hermanos Reinafé, dueños de la provincia de Córdoba. Pero él, el Tigre de los Llanos, el guerrero temerario e implacable ¿Qué miedo podía tener? ¿Asesinarlo a él? ¿Quién se atrevería? Su omnipotencia era proverbial, tan proverbial como el odio de los Reinafé. De modo que todo estaba listo y arreglado. Barranca Yaco esperaba.


En las vísperas se detiene en la Posta de Intiguazi a pasar la noche. Duerme plácidamente. Su Secretario Santos Ortiz recibe de parte del jefe de Posta la certeza de que Quiroga será asesinado algunas leguas más adelante.


¡No quedan dudas, ya!


Advertido nuevamente, Quiroga ordena de todos modos continuar. En Sinsacate el camino da una vuelta y los costados se vuelven espesos y apretados por matorrales de espinillo. De pronto una voz ¡Alto! Que se repite vigorosa acompañado de un disparo de fusilería.


¿Qué significa esto? Interroga Facundo, asomando su cabeza por la galera.


¡Pues esto! Contesta el jefe de la partida asesina, Santos Pérez y le descerraja un pistoletazo certero que ingresa por el ojo izquierdo. Luego un golpe formidable en la cabeza. Silencio y muerte.


Todos lo que allí estaban fueron muertos cobardemente por la partida de esbirros. Sólo dos se salvaron, pues venían muy atrás en el camino. Al oír los disparos huyeron a campo traviesa. Un postillón de doce años fue cruelmente degollado como todos lo que acompañaban la comitiva. Apartados del camino fueron escondidos entre el follaje.


Hay caminos de la vida y caminos de la muerte. Elegir uno u otro nos hace hombres o demonios. Quiroga, fue todo un hombre.

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