Por Claudio Chaves -

En el año 1991 el Gobierno Nacional del doctor Carlos S. Menem por intermedio del Presidente del INAP (Instituto Nacional de la Administración Pública) doctor Gustavo Beliz, fundó un Centro Educativo de Nivel Secundario para ex combatientes de Malvinas. Una acción dirigida a dignificar y visibilizar a los guerreros de 1982. Ocurría que muchos de los jóvenes soldados que habían marchado a las islas, o no habían podido terminar, en tiempo y forma, sus estudios secundarios por haber sido incorporados al Ejército, o en otros casos, como ocurre con muchos argentinos, habían abandonado sus estudios. Como fuere no se estaba frente a argentinos comunes en condiciones de concurrir a cualquier centro educativo de los muchos que había en el país, por lo tanto, el gobierno decidió la creación de uno, que de manera especial se dirigiera a ellos. Se trataba de construir un ámbito educativo con la suficiente sensibilidad y comprensión de la problemática que esos jóvenes habían vivido. De ninguna manera podía ser una escuela más. La atmósfera y el clima escolar debía concurrir no solo a capacitarlos en los conocimientos propios del secundario sino en abrazar una mística de guerreros acorralados por el olvido.
SENTIDO HEROICO
Los veteranos de Malvinas, a diez años del humillante retorno, que el primer tramo democrático mantuvo, debían lograr, aunque sea pequeño y reservado, un ámbito estatal que los contuviera y le diera sentido a su heroica lucha. La currícula escolar y los docentes buscados para la tarea fueron especiales, no comulgaban con la mirada que de ellos realizó el cine nacional, o mejor dicho, lo peor del cine nacional: Chicos de la Guerra de Bebe Kamin o Iluminados por el Fuego de Tristán Bauer. Caricaturas obscenas de jóvenes que merecieron tener un cine más digno y ser valorados por lo más trascendentes de sus vidas: una guerra en defensa del territorio nacional y no escondidos u ocultados por un error trágico de tres sátrapas que les hicieron perder la inocencia adolescente, según argumentaban las películas citadas. Este último aspecto ha calado hondo en un sector de la sociedad “bien” pensante argentina. Creada esta atmósfera cultural e intelectual la vida emocional del soldado pierde sentido y dirección, se hunde en un vacío donde no hay bordes y el descenso a la nada es vertiginoso y letal.
EXPERIENCIA PERSONAL
Quien esto escribe vivió ese clima, pues me tocó dirigir ese Centro Educativo y compartir durante años los avatares de estos jóvenes que al momento de retomar sus estudios promediaban los treinta años. Los recuerdo como años de una sensibilidad en carne viva. Muchas historias personales me reservo por el dolor que aun generan y no es por esos males, que al pedido de La Prensa, evoco esos años. Sino por haber contribuido mínimamente a darle un sentido a la vida de estos veteranos, que hoy son hombres, pero en aquellos años, no obstante lo vivido o por ello, eran endebles y quebradizos. Debía correr al baño si se demoraban más de la cuenta, acudir al bar de la esquina o llamar a sus hogares, hablar con sus mujeres, padres e incluso hijos. Todo hecho a flor de piel. Ni la Escuela ni la vida podía ser abandonada.
Los actos Patrios y los de egresados los llevo grabados en mi memoria y los llevaré hasta el último día de mi vida. Portar la bandera y cantar el Himno en el CENS 318 de Ex Combatientes, escucharlos a ellos y a su familia fueron tiempos inolvidables.
ERRORES DE APRECIACIÓN SOBRE LA GUERRA Y SUS COMBATIENTES
Finalmente dos o tres cuestiones deshilvanadas que no puedo dejar pasar. Un sector potente de la sociedad argentina juzgó improcedente la acción militar, un acto desesperado de una Dictadura que no hallaba una salida digna a la aventura militar. Sin duda y retrotrayéndonos a aquellos años fue el radicalismo conducido por Raúl Alfonsín y el progresismo liberal o izquierdizante que lo acompañó, quienes más críticos fueron de la Guerra, como de todo lo que oliera a milicia. Fueron años de un profundo antimilitarismo que caló hondo en la sociedad argentina. Pasándole, hoy, esa posta al kirchnerismo militante. Muchos radicales han abandonado, felizmente, esa tontera. Aunque, nobleza obliga, hay que recordar que frente al levantamiento Cara Pintada de 1987, el doctor Alfonsín ante una multitud reunida en Plaza de Mayo tendió una mano a los insurrectos al advertir que se trataban de héroes de Malvinas, por lo tanto, Héroes. ¡Sus militantes no lo entendieron! ¿Lo entienden? Todo se manchaba y opacaba con la figura del general Galtieri. Como si hubiera que responsabilizar a los soldados del Ejército del Norte, por el desastre de Huaqui, ocasionado por la imprudencia y altanería de Castelli, o al gauchaje guerrero, en Sipe-Sipe, por la inoperancia del general Rondeau.
Otro asunto. Hoy día algunos Diputados y un grupo de intelectuales afirman que las Malvinas no son argentinas. O sea, la guerra ha sido una invasión al extranjero. Discurso que destruye la moral de los combatientes. Su sacrificio no ha tenido sentido. Ha sido inútil y agresivo. Fundamentan su planteo en que la Argentina al momento de usurpar las Malvinas no estaba constituida como País. Lo que habilita a afirmar: que un hijo de Juan y Susana, por poner un ejemplo al azar, no es su hijo porque no están casados. El constitucionalismo llevado a ese nivel equivale a la traición. Este grupúsculo de argentinos debieran considerar el Utis Possidettis sobre el cual se erigieron los límites de las naciones americanas.
DOS ANECDOTAS FINALES
Finalmente dos anécdotas de aquellos años. Según me contó uno de los tantos veteranos-alumnos, hubo un lugar en Malvinas en que ganamos la guerra. Resulta que en Puerto Argentino las fuerzas nacionales se habían rendido, pero en las afueras quedaban, aun, soldados dispersos. Entre la bruma un soldado argentino se topa con un británico. El extranjero inmediatamente, como le habían advertido, gritó: ¡Me rindou!
En torno a Puerto Argentino y sobre la costa se construyeron trincheras donde se guarecían nuestros soldados en la idea de complicar cualquier intento de desembarco en esos puntos. Conversando en grupo con algunos de ellos, me describieron como procuraban protegerse de las bombas que por las noches lanzaban navíos británicos. Arrancaban los postes de cemento de las alambradas, los colocaban como techo y arriba rellenaban con turba. Creían de ese modo estar más protegidos aunque sabían que no era así. Escuchaban el disparo, oían el silbido de la bala y según la sonoridad sabían si caía lejos, cerca o sobre ellos.
Vaya mi recuerdo para estos hombres que nos han hecho sentir orgullosos de ser argentinos.