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Una grieta literaria

A comienzos del siglo XX el mundo vivió profundas convulsiones sociales. La irrupción de las masas populares pasó a ser un elemento insoslayable a la hora de pensar la acción política. La revolución mejicana, la revolución rusa, la revolución fascista, las enormes multitudes que marcharon a la primera guerra mundial, conscientes del valor individual de su decisión, hicieron de los pueblos una referencia forzosa. La Argentina no fue indiferente a este alzamiento popular por la participación. Y aquí la expresión de este terremoto fue el radicalismo. En el poder desde 1916 dividió aguas y no pasó inadvertido ni fue indiferente, por el contrario sacudió el avispero.





Muchos estuvieron de su lado y otros, los menos, enfrente. Esta agitación entusiasmó a ciertos escritores que creyeron llegada la hora de la revolución social, especialmente luego de la convulsión obrera, conocida como la Semana Trágica. En el terreno de las letras el espíritu sensible y de época de los artistas no pudo sustraerse al clima mundial revolucionario. Pero, claro, para unos la revolución pasaba por el cambio de las estructuras económicas y políticas. Estando la literatura supeditada a la revolución social. Y para los otros la revolución pasaba por las letras, la manera de expresar las ideas o si se quiere el preciosismo literario. Ambos querían la revolución, pero la entendían de manera diferente.


Los que se reunían en la calle Boedo donde quedaba la editorial Claridad, pugnaban por la revolución social. Eran la réplica en las letras del proletariado andrajoso.

Escritores como Elías Castelnuovo, Leónidas Barleta, José Portogalo, eran obreros, trabajadores manuales. El escultor Riganelli vendía ajos y cebollas por las calles. A ellos se vinculó Enrique Santos Discépolo. Su consigna era “todo arte procede del pueblo y su fulgor de vida y no de las academias y su olor a cementerio” Fue el grupo Boedo.

El, otro, el sector elegante de la literatura preciosista se reunía en la Richmond de la calle Florida y su consigna era:


“El grupo sabe que todo es nuevo bajo el sol si todo se mira con pupilas actuales y se expresa con acento contemporáneo”.


Participaban Ricardo Güiraldes, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo. Admiraban el expresionismo, el dadaísmo y el ultraísmo todos movimientos de vanguardia europeos. Eran el grupo Florida.

Florida y Boedo reflejaron dos visiones diferentes, erróneamente excluyentes, en un país en que por primera vez los sectores populares hablaron con libertad en las urnas.

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