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Una respuesta cristiana a la ideología transgénero

Por Michael F. Burbidge

En la última década, nuestra cultura ha experimentado una creciente difusión de la ideología transgénero, según la cual el sexo biológico y la identidad de una persona no tienen una conexión necesaria y, de hecho, podrían no coincidir. El Obispo de Arlington (Virginia), Michael F. Burbidge, ha publicado un documento que presenta la enseñanza de la Iglesia católica sobre la identidad sexual y la ideología transgénero, con algunas sugerencias pastorales. Ofrecemos un extracto.


En nuestra sociedad se observa un rápido aumento del número de personas que afirman tener una identidad contraria a su sexo biológico. Los intentos de dar cabida a tales afirmaciones ya han dado lugar a importantes cambios en nuestros sistemas sociales, legales y médicos.


Esta situación presenta un serio desafío para todos los miembros de la Iglesia porque supone una visión de la persona humana contraria a la verdad. Esto es motivo de especial preocupación en el caso de los jóvenes, como el Papa Francisco ha advertido: “(…) No juguemos con las verdades. Es cierto que detrás de todo esto encontramos la ideología de género. En los libros, los niños aprenden que es posible cambiar de sexo. ¿Podría el género, el ser mujer u hombre, ser una opción y no un hecho de la naturaleza? Esto conduce al error. Llamemos a las cosas por su nombre”.


Disforia de género

La “disforia de género” es una condición psicológica en la que un hombre o una mujer llega a sentir que su identidad emocional y/o psicológica no coincide con su sexo biológico y, en consecuencia, “experimenta una angustia clínicamente significativa”, según la American Psychiatric Association.


Las situaciones que reflejan la disforia de género siempre deben abordarse con caridad pastoral y compasión arraigada en la verdad. (…) Al mismo tiempo, al responder a esta cuestión con justicia y caridad, no se puede negar u oscurecer la verdad sobre nuestra naturaleza creada y nuestra sexualidad humana. (…)


Por la medicina, la ley natural y la revelación divina, sabemos que cada persona es creada como hombre o mujer, desde el momento de la concepción. “No hay que ignorar –escribe el Papa Francisco– que ‘el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender) se pueden distinguir, pero no separar’ [relación final del Sínodo de la Familia 2015] (…) Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad” (Amoris laetitia, n. 56).


Tres principios

(…) La enseñanza de la Iglesia se basa en tres principios, todos conocibles por medio de la razón humana.


Primero, la persona humana es un “alma encarnada”, compuesta de lo espiritual y lo físico. El alma humana está creada para animar un cuerpo en particular. Ser una persona humana significa ser una unidad de cuerpo y alma desde la concepción. (…)


En segundo lugar, y de acuerdo con el testimonio autorizado de la Escritura (cf. Gn 1, 27), la persona humana es creada hombre o mujer. El alma humana es creada para animar y ser encarnada por un cuerpo en particular, específicamente masculino o femenino. El sexo de una persona es una realidad biológica inmutable, determinada en la concepción. (…)


“La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro. Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual” (CIC n. 232-233).


Es importante tener en cuenta que puede haber una variedad de formas en las que una persona puede expresar su identidad sexual como hombre o mujer, de acuerdo con las normas y prácticas de una época o cultura en particular. Además, una persona puede tener intereses atípicos, pero esto no cambia la identidad sexual de la persona como hombre o mujer.


En tercer lugar, las diferencias entre hombre y mujer están ordenadas a su unión complementaria en el matrimonio. (…)


“El hombre y la mujer están hechos ‘el uno para el otro’: no es que Dios los haya hecho ‘a medias’ e ‘incompletos’; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser ‘ayuda’ para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas (‘hueso de mis huesos…’) y complementarios en cuanto masculino y femenino. En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando ‘una sola carne’, puedan transmitir la vida humana” (CIC, n. 372). (…) La diferencia sexual está en el núcleo de la vida familiar. Los niños necesitan y tienen derecho a un padre y una madre.


Nuestra naturaleza humana herida

Estas verdades sobre la persona humana, accesibles a la razón natural, adquieren una extraordinaria dignidad en la visión cristiana. (…) Desafortunadamente, experimentamos nuestra naturaleza humana no como la armonía original que pretendía el Creador, sino como una naturaleza caída y herida. Uno de los legados del pecado original es la falta de armonía y la alienación entre el cuerpo y el alma. (…) Todo el mundo experimenta esta falta de armonía de diversas formas y en diversos grados. Sin embargo, esto no niega la profunda unidad del cuerpo y el alma de la persona humana. (…)


Una persona puede experimentar esta tensión y alienación entre el cuerpo y el alma tan profundamente que afirme tener un “sentido interno” de identidad sexual diferente de su sexo biológico. Esta condición fue acuñada por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría en 2013 como “disforia de género” (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, 5th ed.).


Desde una perspectiva teológica, la experiencia de este conflicto interior no es pecaminosa en sí misma, sino que debe entenderse como un desorden que refleja la falta de armonía más amplia causada por el pecado original. (…) Todo individuo que experimente esta condición debe ser tratado con respeto, justicia y caridad.


Sin embargo, la novedad en nuestro tiempo es la creciente aceptación cultural de la afirmación errónea de que algunas personas, incluidos niños y adolescentes, están “en” un “cuerpo equivocado” y, por lo tanto, deben someterse a una “transición de género”, ya sea para aliviar dicha angustia o como una expresión de autonomía personal. A veces esto implica cambios psicosociales: la persona afirma una nueva identidad, reforzada por un cambio de nombre, de pronombres y de modo de vestir. En otras ocasiones implica un cambio médico o quirúrgico: la persona recurre a tratamientos químicos o quirúrgicos que alteran el funcionamiento y la apariencia del cuerpo e incluso afectan o destruyen órganos reproductivos sanos.


En esencia, la afirmación de una identidad “transgénero” rechaza el significado del cuerpo sexuado y busca la validación cultural, médica y legal de la identidad autodefinida por la persona, un planteamiento que se llama “afirmación de género”. (…)


Lo que atestigua la ciencia

Sabemos por la biología que el sexo de una persona está determinado genéticamente desde la concepción, lo que se refleja en cada una de las células de su cuerpo. Como el cuerpo nos habla de nosotros mismos, nuestro sexo biológico indica de hecho nuestra identidad inalienable como hombre o mujer.


Por lo tanto, la llamada “transición” podría cambiar la apariencia y rasgos físicos de una persona (hormonas, senos, genitales, etc.), pero de hecho no cambia la verdad de la identidad de la persona como hombre o mujer, una verdad reflejada en cada célula del cuerpo. De hecho, ninguna cantidad de hormonas “masculinizantes” o “feminizantes” o cirugía pueden convertir a un hombre en una mujer, o a una mujer en un hombre.


La respuesta cristiana

Un discípulo de Cristo desea amar a todas las personas y buscar activamente su bien. La denigración o el acoso a cualquier persona, incluidas las que sufren disforia de género, debe ser rechazada como incompatible con el Evangelio.


Sin embargo, en este campo sensible de la identidad, existe el grave peligro de una caridad desviada y una falsa compasión. Los cristianos deben hablar y actuar siempre tanto con caridad como con verdad. (…)


La pretensión de “ser transgénero” o el deseo de buscar una “transición” se basa en una visión equivocada de la persona humana, rechaza el cuerpo como un don de Dios y provoca un daño grave. Afirmar a alguien en una identidad en desacuerdo con su sexo biológico o respaldar la “transición” deseada por una persona es engañarla. Supone hablar e interactuar con esa persona de un modo falso. Aunque la ley de la gradualidad nos puede mover a buscar el mejor momento para comunicar la plenitud de la verdad, en ninguna circunstancia podemos confirmar a una persona en el error.


Existe una amplia evidencia de que la “afirmación de género” no solo no resuelve las luchas internas de una persona, sino que, de hecho, también puede exacerbarlas. La aceptación y/o aprobación de la identidad transgénero declarada por una persona es particularmente peligrosa en el caso de los niños, cuyo desarrollo psicológico es a la vez delicado e incompleto. En primer lugar y por encima de todo, un niño necesita saber la verdad: que él o ella ha sido creado hombre o mujer, para siempre. Afirmar la autopercepción distorsionada de un niño o apoyar el deseo de “ser” otra persona distinta de la persona (hombre o mujer) que Dios creó, engaña gravemente y confunde al niño acerca de “quién” es.


Además, las intervenciones médicas o quirúrgicas para la “afirmación de género” causan daños corporales importantes, incluso irreparables, a niños y adolescentes. Estos incluyen el uso de bloqueadores de la pubertad (de hecho, castración química) para detener el desarrollo psicológico y físico natural de un niño sano, hormonas del sexo opuesto para inducir el desarrollo de características sexuales secundarias del sexo opuesto y la cirugía para extirpar los senos, órganos y/o genitales sanos de adolescentes. Este tipo de intervenciones implican graves mutilaciones del cuerpo humano, y son moralmente inaceptables.


Aunque algunos activistas justifican la “afirmación de género” como necesaria para reducir el riesgo de suicidio, tales medidas parecen ofrecer solo un alivio psicológico temporal, y el riesgo de suicidio sigue siendo significativamente elevado tras las medidas de “transición de género”.


Hablar con verdad

Los adolescentes son particularmente vulnerables a las declaraciones de que la “transición de género” resolverá sus dificultades. Pero los estudios a largo plazo muestran “tasas más altas de mortalidad, comportamiento suicida y morbilidad psiquiátrica en personas con transición de género en comparación con la población general” [según un estudio de d’Abrera, J., et al. (2020)].


(…) Aquellos que declaran una identidad transgénero y/o buscan la “transición”, a menudo adoptan nuevos nombres y pronombres que reflejan la identidad deseada e insisten en que otros los utilicen al dirigirse a ellos. Tal uso puede parecer inofensivo e incluso parecer una forma inocente de mostrar el amor y la aceptación de una persona. En realidad, (…) nunca podemos decir algo contrario a lo que sabemos que es verdad. Usar nombres y pronombres que contradicen la identidad dada por Dios a la persona es hablar falsamente.


(…) El derecho a hablar con verdad es inherente a la persona humana y no le puede ser negado por ninguna institución humana. Los intentos del Estado, las empresas o los empleadores de imponer tal lenguaje, particularmente mediante amenazas de acción legal o de pérdida del empleo, son injustas. Debemos amar en la verdad, y la verdad debe ser transmitida con precisión por nuestras palabras.


Nadie es transgénero


(…) A la hora de enseñar sobre este tema, es fundamental situarlo en el contexto más amplio de la naturaleza de la persona humana, la unidad cuerpo/alma y la santidad del cuerpo. La ideología transgénero no existe aislada, sino que es parte de la confusión más amplia de nuestra cultura sobre el cuerpo, la sexualidad, el hombre, la mujer, etc.


Además, siempre es importante distinguir entre la experiencia subjetiva de una persona y su culpabilidad moral. La Iglesia enseña que una persona es creada hombre o mujer. Nadie “es” transgénero. Una persona que se identifica como transgénero puede experimentar sentimientos inquietantes, confusión o una creencia errónea de que él o ella es o puede “convertirse” en alguien diferente. La Iglesia no dice que las personas que experimentan disforia o confusión de género son inmorales o malas. Al mismo tiempo, una persona que deliberadamente rechaza su identidad dada o su cuerpo sexuado y busca intervenciones médicas o quirúrgicas nocivas está siguiendo un camino que es objetivamente incorrecto y perjudicial en muchos niveles. La Iglesia siente una especial solicitud por los que están sufriendo y desea conducirlos a la verdad y a la sanación. (…)


Se debe tener especial cuidado al hablar con niños que experimentan disforia de género o que expresan la creencia en una identidad incongruente con su sexo biológico. El acompañamiento auténtico requiere mantener con firmeza la verdad de la persona humana mientras se guía pacientemente al niño hacia esa verdad. (…)


ANEXO:

Los padres ante la confusión de los hijos

La ideología transgénero está siendo celebrada, promovida e impulsada por las plataformas de redes sociales e incluso la programación infantil. Gran parte del buen trabajo y testimonio de los padres puede deshacerse rápidamente por el acceso de un niño a Internet sin supervisión o sin restricciones.


(…) [En el sistema de educación pública] las políticas actuales obligan al uso de nombres y/o pronombres elegidos por el alumno. En muchas escuelas el personal debe afirmar la “identidad de género” declarada por el niño y facilitar la “transición”, incluso sin informar ni pedir el permiso de los padres. Los padres con hijos en escuelas públicas deben, por lo tanto, hablar con sus hijos de la doctrina católica sobre estos temas (…).


El cuidado pastoral de la Iglesia se extiende especialmente a aquellos padres cuyos hijos sufren disforia de género o sienten angustia por su identidad dada por Dios como hombre o mujer. En tales situaciones los padres experimentan un profundo dolor ante el sufrimiento de sus hijos. (…)


En circunstancias difíciles, los padres a menudo se ven tentados a pensar que su fe católica está en desacuerdo con lo que es bueno para su hijo(a). Pero, de hecho, el amor auténtico por sus hijos siempre va unido a la verdad. En el caso de la disforia de género, esto significa reconocer que la felicidad y la paz no se encontrarán en el rechazo de la verdad de la persona humana y del cuerpo humano.


Por lo tanto, los padres deben resistir las soluciones simplistas presentadas por los partidarios de la ideología de género y deben esforzarse por descubrir y abordar las verdaderas razones del dolor y la infelicidad de sus hijos. Deben buscar médicos de confianza para obtener un buen consejo. Reunirse con otros padres que han pasado por pruebas similares también puede ser una fuente de fortaleza y apoyo. En ninguna circunstancia los padres deben buscar la terapia de “afirmación de género” para sus hijos, ya que es fundamentalmente incompatible con la verdad de la persona humana. (…) Confiando en Dios, los padres deben estar seguros en que la máxima felicidad de un niño radica en aceptar el cuerpo como un don de Dios y descubrir su verdadera identidad como hijo o hija de Dios.


Para los que luchan

Finalmente, unas palabras para quienes se debaten con la disforia de género. (…) Aunque puedas tener dificultades con tu cuerpo o con tu imagen de ti mismo, el amor incondicional de Dios por ti significa que Él también te ama en la totalidad de tu cuerpo. Nuestra obligación básica de respetar y cuidar el cuerpo proviene del hecho de que tu cuerpo es parte de la persona a quien Dios ama.


Ponte en guardia frente a soluciones simplistas que prometen un alivio de tus luchas mediante el cambio de nombre, pronombres, o incluso la apariencia de tu cuerpo. Hay muchos que han recorrido ese camino antes que tú, solo para lamentarlo luego. El camino difícil pero más prometedor hacia la alegría y la paz es trabajar con un consejero, terapeuta, sacerdote y/o amigo para tomar conciencia de la bondad de tu cuerpo y de tu identidad como hombre o mujer.


Más que cualquier otra cosa, la Iglesia desea traerte el amor de Jesucristo mismo. Ese amor es inseparable de la verdad de quién eres como alguien creado a imagen de Dios, renacido como un hijo de Dios, y destinado a su gloria. Cristo sufrió por nosotros, no para evitarnos todo sufrimiento, sino para estar con nosotros en medio de esas luchas. La Iglesia está aquí para asistirte y acompañarte en este camino, para que conozcas la belleza del cuerpo y el alma que Dios te dio y llegar a disfrutar “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom 8, 21).

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