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Un protagonista de una Argentina que no existe más

Por Mariano Caucino


Hace cincuenta años, falleció en Buenos Aires Federico Pinedo, una figura emblemática de la política y la economía argentina del siglo XX.


En septiembre de 1971, hace exactamente cincuenta años, fallecía en Buenos Aires Federico Pinedo, figura emblemática de la política y la economía argentina del siglo XX.

Nacido en 1895, Pinedo era hijo de quien hasta hacía pocos meses había sido Intendente Municipal de la Capital. A los 18 años daría sus primeros pasos en la vida política al afiliarse al Partido Socialista. Poco después haría su segundo viaje a Alemania. Según su biógrafo, Roberto Azaretto, quien escribió su obra “Federico Pinedo, político y economista” (1998), su llegada a Berlín, poco después de que Alemania fuera vencida y que le fueran impuestas las condiciones del Tratado de Versalles, tendría un impacto en su vida. En tanto, en 1920 accedió por primera vez a la Cámara de Diputados, incorporándose a un bloque que integraban entre otros Mario Bravo, Juan B. Justo, Nicolás Repetto, Antonio de Tomaso y Enrique Dickmann.


Pero sería en la compleja década del 30 cuando Pinedo tendría su actuación más trascendente, integrando la generación de dirigentes que debieron enfrentar el desafío de liderar a la Argentina en un contexto infinitamente más complejo que el que los había visto nacer.


El derrumbe de Wall Street a partir del jueves negro del 24 de octubre de 1929 abrió paso a la Gran Depresión en los Estados Unidos, cuyas consecuencias repercutirían en el mundo entero. La crisis se produjo en medio de la tambaleante segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, quien había retornado al poder después de triunfar ampliamente en los comicios que pasarían a la historia como “el Plebiscito”. Pero Yrigoyen caería el 6 de septiembre de 1930.


En un mundo que asistía a transformaciones cruciales, un país como la Argentina sería uno de los más afectados ante esta nueva realidad. Segundo ministro de Hacienda del general Agustín P. Justo, Pinedo lanzaría reformas profundas para enfrentar la crisis económica que se había manifestado en la Argentina como consecuencia del adverso contexto global.


La depresión del comercio internacional era angustiante para un país como la Argentina cuyo intercambio significaba un tercio de su PBI. El marco global que tan beneficioso había sido para el país en el pasado ya no existía más. En 1932, en la Conferencia de Ottawa, el Reino Unido había organizado el sistema de preferencias imperiales, que en los hechos implicaba la pérdida de mercados para un país como la Argentina, cuya economía estaba dramáticamente ligada a la británica. Intentando salvar cuotas de importaciones de productos argentinos, la misión encabezada por el vicepresidente Julio Roca (hijo) firmó la convención que pasaría a la historia como el “Pacto Roca-Runciman”. Acaso se trataba del acuerdo más controvertido de la historia argentina, aunque también fue cuestionado en Londres, donde la oposición apuntó contra el gobierno británico por haber caído en la “trampa argentina”.


Fue en esas complejas circunstancias cuando Pinedo llegó por primera vez al Ministerio de Hacienda en 1933. Durante su gestión contaría con colaboradores de la talla de Raúl Prebisch, conformando lo que Rosendo Fraga denominaría en su biografía sobre el general Justo (1992) como el primer “equipo económico” de la historia argentina. La economía argentina atravesaba entonces un panorama desolador. Una profunda recesión económica se había propagado sobre el país.


Pero la situación no era exclusiva de la Argentina. Franklin D. Roosevelt había llegado a la Casa Blanca tan sólo unos meses antes, en medio de la depresión más acuciante que habían vivido los Estados Unidos. Su arribo al poder implicó un cambio drástico en la aproximación a la política económica a través del New Deal, influido por la teoría económica de Lord Keynes.


En la Argentina, Pinedo lograría lanzar su programa reformista en materia económica. Impulsaría un plan que fomentaría una fuerte intervención estatal en la economía a través de instrumentos como el Banco Central (creado en 1935), las Juntas Reguladoras (de Granos, de Carnes, etc), que buscaban corregir las distorsiones que se habían producido en el mercado como consecuencia de la brusca modificación de las tendencias de la economía global. Medidas a las que se sumó un ambicioso programa de Obras Públicas, en el que el gobierno de Justo exhibió récords tales como la multiplicación exponencial de la red caminera.


Las iniciativas, a las que se sumaron la aplicación de un impuesto a los réditos -supuestamente por única vez- suponían un apartamiento de los principios liberales que hasta entonces habían presidido todas las administraciones en el país. El caso resultaría paradojal dado que el impuesto a la renta fue aprobado por un Congreso dominado presuntamente por representantes de los intereses “oligárquicos”.


La economía argentina experimentó una rápida recuperación y se consiguió un importante saneamiento de las cuentas públicas. Pero una atmósfera de corrupción y la proscripción de una forma u otra del principal partido popular enturbiaron aquellos años. Los que pasarían a la historia con un nombre tan brillante como falaz: “La década infame”, que se extendería hasta la revolución del 4 de junio de 1943.


Tal vez nunca como en la noche del 23 de junio de 1935 aquella frase cobraría sentido. Los hechos tuvieron lugar en el marco del violento debate durante la interpelación por el asunto del comercio de las carnes. Y que derivaron en un ataque promovido por el senador Lisandro de la Torre, quien tenía una antigua inquina contra Pinedo. Contra este y su colega de Agricultura, Luis Duhau. Pero la acalorada discusión derivaría en una tragedia, provocando nada menos que un asesinato en pleno recinto del Senado cuando un matón (el ex comisario Ramón Valdéz Cora) dispara contra De la Torre pero termina con la vida del senador electo Enzo Bordabehere. Dos días más tarde, Pinedo y De la Torre se batirían a duelo. En diciembre, Pinedo se alejó de su puesto de ministro. Su reemplazante sería Roberto M. Ortiz, quien más tarde sería elegido presidente de la Nación.


En 1940 Pinedo volvería a tener un rol clave. Víctima de diabetes y una ceguera casi total, Ortiz se vio obligado a delegar el ejercicio del Poder Ejecutivo en su vicepresidente, el conservador catamarqueño Ramón S. Castillo. Pocas semanas después, en el marco de una reorganización del gabinete, Pinedo regresó al Ministerio de Hacienda. Los hechos tuvieron lugar en medio de un electrizante panorama internacional. La caída de Francia había conmocionado al mundo. El avance del Tercer Reich parecía irrefrenable. Pero Pinedo se mantuvo partidario de los Aliados.

Fue en esta segunda gestión en que lanzaría el llamado “Plan Pinedo”. Durante una intervención en la Cámara Baja, el 26 de septiembre, reconoció que los beneficios de la economía debían contemplar lo que hoy llamaríamos una “mirada social”. Pinedo admitió que “en las masas profundas del pueblo anida una miseria que debe atacarse a fondo”.


A la vez, se convertiría en un promotor de la integración regional. En un hecho casi sin precedentes, encabezó una misión económica a Río de Janeiro, en la que buscaba compensar el cierre de mercados tradicionales a través de un proceso de convergencia con Brasil que incluía una unión aduanera. Para entonces, la participación argentina en el comercio sudamericano representaba el cuarenta por ciento del total regional.


En simultáneo, Pinedo promovió un acercamiento a los Estados Unidos, enviando a Prebisch a gestionar créditos y un acuerdo comercial. Su vocación pro-norteamericana, sin embargo, despertaría recelos en Londres. Azaretto explicó que “Pinedo tenía claro que aunque Inglaterra ganara la guerra, saldría maltrecha de la misma, con las lógicas consecuencias para nuestro país”.


El “Plan Pinedo” sería aprobado en el Senado, pero naufragaría en la Cámara de Diputados, que nunca lo trató. En medio de esas vicisitudes, Pinedo se acercaría a los radicales. Buscando apoyo legislativo a su programa, se colocó al frente de la denuncia del fraude. Aquellas convicciones lo habían llevado a acordar, durante una cumbre en Mar del Plata, con el ex presidente y líder del radicalismo, Marcelo T. de Alvear.


Promoviendo una política de conciliación y buscando garantizar el sufragio libre, actuaba claramente en un campo que excedía sus funciones como titular de Hacienda. Pinedo lo pondría en palabras: “No es una simple tregua lo que hace falta, sino la paz”.


Pero como tantas otras veces, la política de la moderación encontraría resistencias en propios y ajenos. Sectores recalcitrantes -tanto entre los conservadores como entre los radicales- se opusieron a cualquier entendimiento. Honorio Pueyrredón se mostró intransigente: “Nos echaron con una revolución y los echaremos con otra revolución”. Y los conservadores fueron incapaces de comprender que el fraude no podía mantenerse eternamente y no advirtieron que pronto lo perderían todo. Incapaz de influir a sus amigos, Pinedo presentó su renuncia, acompañado por Roca, que entonces era canciller.


Durante las dos décadas siguientes, Pinedo se mantendría virtualmente alejado de la vida pública sin ocupar cargos oficiales. Sin embargo, en la medida en que era posible, continuó participando del debate político a través de la palabra. Antes de ser confiscado en 1951, La Prensa solía publicar sus colaboraciones en las que era muy crítico de la gestión peronista.


Dos años más tarde, estando detenido en medio de las grandes convulsiones que tuvieron lugar en el tramo final del gobierno de Juan Perón, Pinedo haría un nuevo llamado a la pacificación. Desde la penitenciaría, escribió al ministro del Interior Angel Borlenghi reconociendo que el peronismo había “triunfado en toda la línea, pues no tiene enfrente enemigo organizado alguno” y en la que sostenía que “...lo más oportuno y útil sea que cada uno reserve para si sus opiniones (...) si más urgente es crear un silencio en bien del país”.


Para entonces Perón desplegaba un deliberado intento por ser admitido por los Estados Unidos, una política que tuvo como uno de sus mayores hitos la visita de Milton Eisenhower a Buenos Aires en julio de 1953. El gobierno liberó a los opositores, pero antes hizo publicar la carta de Pinedo. La maniobra -una “cabronada”, según Félix Luna- logró el objetivo de liberar a los detenidos políticos, pero mostrándose magnánimo.


En 1962, después de la caída de Arturo Frondizi, Pinedo volvería al Ministerio de Hacienda -ahora denominado “de Economía”- durante la gestión de José María Guido. Pero su permanencia en el cargo se extinguiría en tres semanas, renunciando en disconformidad con la decisión del gobierno de cerrar el Congreso por presiones militares.


Acaso resulte imposible resumir la trayectoria de un hombre de la talla de Pinedo en una columna. Dueño de una importante cultura, dominaba el alemán, el francés y el inglés. Tuvo un rol decisivo en momentos extremadamente difíciles para la economía argentina. Promovió el entendimiento de la Argentina con los aliados y la pacificación en tiempos turbulentos.


Eterno promotor de la concordia, sostuvo siempre que la función principal del gobierno era la pacificación interna “sin la cual es imposible que funcione nuestro sistema institucional”. Pinedo recordó que “en momento de perturbación del juicio político por la exacerbación de las pasiones, cualesquiera sean las causas que hayan provocado ese estado luctuoso y cualesquiera sean los responsables o los más responsables del mismo, procurar la pacificación tiene que ser el deber primordial de los gobernantes”.


En política exterior, abrazaría la política de las democracias frente al fascismo. Azaretto reflexionó años más tarde que el tiempo había demostrado que las posturas de hombres como Justo, Alvear, Pinedo y Roca, relativas al abandono de la neutralidad, el acercamiento a los aliados y el mejoramiento de las relaciones con los Estados Unidos ante la previsible declinación británica, eran correctas y hubieran cambiado la historia nacional.


Cuatro veces legislador, tres veces Ministro, estadista en una Argentina cuyo PBI había llegado a igualar al del resto de los países sudamericanos combinados. Pinedo, sin embargo, advirtió tempranamente que aquella prosperidad era relativa. Y ya en 1941 reconoció -como pocos- que la comparación con los Estados Unidos nos encontraba “pequeños y atrasados”.


Protagonista de una Argentina que no existe más, Federico Pinedo murió a los 76 años en su casa de la calle Sevilla, el 10 de septiembre de 1971.

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