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Dos líneas de fuerza de la historia argentina








La lucha por la Independencia Argentina se reanudó en 1982. Y a pesar de los 200 años de distancia, conservó todos sus elementos más claves.



El sapucay de los correntinos, el ¡carajo! de nuestros artilleros acompañando cada tiro de batería contra los ingleses, me hacía recordar a los artilleros de la Vuelta de Obligado, como aquél oficial del regimiento del coronel Santa Coloma que gritaba: - ¡Mueran los ángulos-franceses e ingleses!

Y aunque se le explicaba que lo de ingleses estaba de más, y mal lo de ángulos, el hombre seguía vociferando su justa indignación patriótica.

Las incursiones de los comandos utilizando motocicletas Kawasaki Enduro, trepando laderas, fusil al hombro, hizo volar mi imaginación hasta ver en ello la carga que los granaderos lanzaron contra las tropas del jefe español Maroto en la cuesta de Chacabuco.

Las noticias que llegaban a las islas de las donaciones para el Fondo Patriótico, ¿cómo no me iban a recordar el gesto de las damas de la primera sociedad mendocina que, en acto público celebrado en el Cabildo, se despojaron de las alhajas para destinarlas al Ejército de los Andes de San Martín?

Hombres singulares, como el sargento "Perro" Cisnero, que dejó escrito en su libreta de comando "No sé rendirme, después de muerto hablaremos", me recordaban al sargento Juan Bautista Cabral, de quien, atravesado el cuerpo con dos heridas (como consignó San Martín en su parte), no se le oyeron otros ayes que los de "Viva la patria, muero contento por haber batido a los enemigos". Para uno y otro, como para los soldados de Belgrano, de San Martín y de Malvinas, la existencia no era concebible sin Dios y Patria, como reza el lema de los comandos.

Fui testigo de alguna misa celebrada mientras los Harriers incursionaban los cielos con su carga de muerte. ¡Como Belgrano! que en Ayohuma, asistía con su ejército a misa, mientras el ejército enemigo bajaba de las alturas para desplegarse en el llano. Son conocidos los elogios de los jefes ingleses al soldado argentino, que soportó estoicamente el duro castigo nocturno y causó muchas bajas al enemigo. El general Pezuela, vencedor de Belgrano en Vilcapugio, escribió en su parte: "No eran los insurgentes unos reclutas como se suponía, sino unos hombres instruidos, disciplinados y valientes", y refiriéndose a la infantería patriota, castigada impunemente por los cañones españoles en Ayohuma, dijo: "Se mantuvo con tanta firmeza como si hubiese criado raíces en el lugar que ocupaba."


Me emociné como nunca en el "día más negro de la flota" cuando nuestra gloriosa Fuerza Aérea atacó por sorpresa y con éxito el desembarco en Bahía Agradable. Los primeros ataques pusieron en el aire las PACs británicas, pero el comandante argentino ordenó nuevos ataques. Los pilotos le advirtieron que había perdido el elemento sorpresa y que esas incursiones ya, eran ir a una muerte segura. "Cumplan la orden" se les dijo, Y fueron. Fueron 4 y volvió uno... Como cuando Alvear le ordenó cargar al coronel Brandsen en Ituzaingó. Era ir a la muerte, dijo Brandsen y cargó igual. Lavalle fue quien juntó las pertenencias de su amigo para llevárselas a su esposa...

En suma, la lección de 1982 parece hablarnos de las dos líneas de fuerza de toda la historia argentina: religiosidad y patriotismo. Estos dos sentimientos se han encontrado siempre unidos en nuestras glorias, desde las Invasiones Inglesas a Malvinas.

A pesar de todos los baches y circunvoluciones de la historia nacional, el traspasamiento y la asimilación de los valores patrióticos y religiosos, de generación en generación, de formación en formación, tuvo lugar en la Argentina de 1982. Y alimenta nuestra esperanza de que, también en el futuro, vuelvan a irrumpir en escena.

De aquellos fenómenos históricos entrelazados debemos enorgullecernos este 9 de Julio. E inspirarnos en ellos, para arrancar a la Nación del cáncer que la está consumiendo.

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