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Chile y Argentina deberían unirse contra el indigenismo separatista

Por Claudio Chaves


En estos días el conflicto en el sur de nuestro país aparece calmo, sin embargo, va a ir creciendo por la lógica propia de la realidad jurídica que lo desató (ley 23.302, ley 24.071 que aprobó la resolución 169 de la OIT, y el artículo 75 inc. 17 de la Constitución de 1994) más la disparatada ley 26.160 que interrumpe los dictámenes judiciales de desalojos por tomas ilegales.


Toda esta arquitectura jurídica ha resultado nefasta para la paz social de nuestro país pues abrió un conflicto donde no lo había y aplicó un bálsamo a una sociedad que no lo necesitaba, irritando su configuración.


El espíritu y la letra de estas leyes estuvieron y están motivados por una política equivocada sobre derechos humanos. La atmósfera cultural que envolvió a los políticos, al momento de sancionar las leyes antes citadas, estaba cargada de prejuicios sobre la conquista y posterior colonización. Prejuicios que aún perduran en un sector de la intelligenzia argentina y de la progresía mundial. España incorporó el continente americano y la Argentina a la modernidad europea. Toda conquista tiene luces y sombras y la Conquista Española tuvo más luces que sombras. Tan cierto es esto que, a las élites criollas, que iniciaron el camino de la independencia, les resultó complejo incorporar las masas indígenas a esta guerra, pues ellas miraban con recelo a los señoritos de las ciudades y con simpatía al Rey de España.


¡Si lo habrá sabido Castelli que tuvo que huir del Alto Perú expulsado por los indígenas, a los que humilló!


El primer momento fue una España que sancionó leyes humanistas, que incorporó al indígena a la Corona Española, en condición de súbditos, prohibiendo su esclavitud. Las Leyes Nuevas y las Ordenanzas de Alfaro fueron algunas de ellas. La acción de los Jesuitas avalados por la Monarquía, otro ejemplo de trato digno y humano.


SEGUNDO MOMENTO


Segundo momento, cuando iniciamos el camino de la independencia y antes de declararla, la Asamblea del Año XIII puso al indígena en igualdad de condiciones con el criollo, suprimiendo el pago de tributos especiales. La Constitución de 1853 le dedicó un inciso del artículo 67: mantener con ellos un trato pacífico y promover su conversión al catolicismo. Para no abundar más, el indígena vivió los mismos avatares del criollo, el gaucho, el negro liberto y la peonada rural. Los indígenas abatidos por las fuerzas nacionales fueron los pampas dominados por una élite araucana que se dedicaban al robo. Punto. El asunto lo he desarrollado en infinidad de artículos.


Inmigrantes, indígenas y criollos se incorporaron a la sociedad moderna desde su realidad cultural, constituyendo una unidad: la argentina o si se quiere algo más basto, Hispanoamérica. La educación primaria obligatoria homogeneizó la babel urbana. Luego transitó el siglo XX y con él, la incorporación a la ciudadanía y a la justicia social para todos, sin miramientos étnicos discriminatorios. Algunos lo aprovecharon más, otros menos, pero esto es natural en cualquier sociedad. La justicia social no tuvo una dirección étnica, ni debe tenerla.


¿Porque, entonces, privilegiamos con leyes especiales a las parcialidades indígenas ofreciéndoles un trato diferencial, resarciéndolas de los perjuicios infringidos? ¿Al hacerlo ignoraban esos políticos los horrores perpetrados por los indígenas entre sí, antes y después de la llegada de los españoles? ¿Quién va a resarcir a los omaguacas de las brutalidades incas? ¿Quién va a reparar a los charrúas de los criminales ataques de los minuanos y viceversa? ¿Y a los aoeniken, quien les paga la permanente agresión araucana? Francamente el disparate cometido ha sido mayúsculo. Se hace necesario derogar la ley 24.071 y denunciar la resolución 169 de la OIT. Así mismo sancionar una ley que interprete y aclare el artículo 75 inciso 17 que ha sido entendido a la luz del multiculturalismo, hoy de moda en el mundo e impulsado por el progresismo, con el inconfesado plan de desarticular a las naciones, transformando al todo cultural en una sumatoria de minorías con identidades propias.


LA DISOLUCION


Al defender la plurinacionalidad la progresía ataca a los Estados Nacionales sin un proyecto estatal alternativo que no sea la disolución nacional. La historia argentina ha sido ajena a la multiculturalidad, hemos construido un crisol de razas y debe hacernos sentir orgullosos de la integración a nuestra sociedad de múltiples grupos étnicos y nacionales.


Cuando las distintas comunidades de inmigrantes llegaron al país, como suele decirse, con una mano atrás y otra adelante, fundaron círculos o centros y además escuelas, el Estado las obligó a enseñar en nuestro idioma y permitir una segunda lengua, la de origen. Pero esas medidas no fueron puestas en la Constitución, fueron leyes o resoluciones del Ministerio de Educación. El crisol de razas construido por la generación del 80 fue mantenido hasta que el doctor Fernando de La Rúa presentó su proyecto de ley 23.302 y el Parlamento la aprobó, en 1985.


Hoy al igual que Chile padecemos en el sur de nuestros países un grave conflicto geopolítico. Ciertamente la actitud de la subversión indigenista no puede leerse en las leyes antes citadas, pero esa puerta abrió otras puertas y estas, otras nuevas, hasta llegar a un presente donde ya ni la plurinacionalidad les alcanza, ahora quieren forjar una nueva Nación, la Araucanía, a expensas de Chile y Argentina.


EN PELIGRO


La Constituyente chilena con seguridad sancionará la plurinacionalidad del Estado chileno. La preside Elisa Loncon, una profesional universitaria doctorada en lingüística, con estudios realizados en el extranjero, que se auto denomina mapuche y que supo utilizar los medios creados por la civilización, a la que ataca. Al asumir su cargo afirmó que se encuentra capacitada para ejercer esas funciones porque los mapuches tienen mucha práctica en acuerdos horizontales, en vista que a lo largo de la historia se realizaron 50 parlamentos o acuerdos con los chilenos. Esa forma de expresarse, mapuches por un lado y chilenos por el otro, revela su cosmovisión y el peligro que se cierne sobre Chile.


Si el Estado chileno está dispuesto a luchar contra el indigenismo separatista, más que nunca debemos encarar en conjunto esta responsabilidad a que nos llama la historia, si Chile por razones políticas mengua o decae en esta guerra deberemos encararla solos, contra los secesionistas, jamás contra Chile.

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