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El traslado del monumento en Bariloche es otra inexcusable promoción del antirroquismo

por el Estado y las ong de DDHH


Por Claudia Peiró - ¿Los desaparecidos dieron la vida por la fragmentación del país? ¿Luchaban por la deslegitimación de nuestra historia? Ante la nueva iniciativa de remoción de un estatua de Roca, esta vez en Bariloche, es lo que cabe preguntar a los promotores del antagonismo entre los pañuelos blancos y las estatuas del dos veces presidente de la Argentina

 

Es una historia repetida. Hace tiempo que la figura de Julio Argentina Roca es blanco de ataques furibondos por personajes que a la vez juran por la Patria.

Ahora, la iniciativa corre por cuenta de la Intendencia de la ciudad de Bariloche que en su centro cívico exhibe la estatua ecuestre de Julio A. Roca y que ahora será removida de allí en el marco de una “refuncioanalización” del lugar. Las mismas autoridades municipales que no han sabido -o no han querido- proteger el monumento del constante vandalismo a que es sometido, aseguran ahora que la escultura de bronce será objeto de una “puesta en valor”. Los eufemismos son la regla. Sobre las objeciones técnicas a este traslado ya se ha pronunciado elorfebre Juan Carlos Pallarols. Esperemos que pronto haya quienes formulen las objeciones políticas e históricas.

Porque la verdadera motivación de esta iniciativa la expuso el intendente Gustavo Gennuso. El dirigente, que va por su segundo mandato, es cofundador de un partido vecinal que integró la alianza plural Juntos Somos Río Negro encabezada por el gobernado electo, Alberto Weretilneck.

“Los pueblos originarios se sienten afectados por la presencia de Roca”, fue su explicación, y el motivo que, dice, lo llevó a buscar “un lugar que no sea tan central para la mirada de quien va al Centro Cívico, que es utilizado por todos”. Esconder el monumento, seamos claros.

Con esa finalidad, la estatua ecuestre, que hoy ocupa el centro de la plaza, será desplazada hacia una barranca donde será reubicada “en diálogo (sic) con otros monumentos sobre una línea histórica” que incluirá a Juan Manuel de Rosas y al comerciante Primo Capraro.

También habría una forma de homenaje a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo -cuyos pañuelos blancos fueron pintados hace tiempo en el suelo de piedras alrededor de la estatua ecuestre de Roca, aunque no hay precisiones de si sería en la barranca o en la actual ubicación del monumento al dos veces presidente de la Nación.

Lo llamativo es que el intendente Gennuso, que administró la ciudad tanto bajo la presidencia de Mauricio Macri como bajo la de Alberto Fernández, y se mostró disconforme con la forma en que ambos mandatarios actuaron ante los reclamos de las comunidades mapuches decía: “Los temas hay que abordarlos, si no va creciendo la bola de nieve”.

La iconoclasia antirroquista viene siendo promovida desde hace tiempo, incluso con el frecuente auxilio de los propios ocupantes de las distintas administraciones nacionales, provinciales o municipales que, en vez de representar al país, actúan como idiotas útiles de causas contrarias al interés nacional, alentando los ataques contra el militar que garantizó la pertenencia al territorio argentino de la vastísima Patagonia, cortando así el riesgo de una mutilación más a lo que debió ser una Nación aun más extensa.

En abril pasado, cuando Gennuso adelantó su proyecto de “refuncionalizar la plaza”, no recogió adhesiones “originarias”. Por el contrario, Orlando Carriqueo, vocero de la Coordinadora del Parlamento Mapuche-Tehuelche de Río Negro, le espetó: “Sacar la estatua de Roca no solucionaría el tema de fondo”.

Es más sincero que Gennuso, porque ¿cuál es el tema de fondo? Deslegitimar la existencia misma de la Nación Argentina. Según Carriqueo, “nadie puede negar que la estatua de Roca y las calles que llevan su nombre están cuestionadas fuertemente en la Argentina”. Y precisó: “Roca ha sido un personaje valorado que en la historia por la construcción de un Estado, y lo que nosotros estamos cuestionando es esa construcción del Estado nacionalista”.

Para Carriqueo, no basta con remover el monumento: “Debe hacerse una revisión de la historia, que, para nosotros, es muy cercana, porque cuando se habla de la Campaña del Desierto se piensa que fue hace muchísimo, pero a la Patagonia la incorporaron al Estado argentino después de aquello, hace ciento cuarenta y cuatro años”, expuso.

Es decir que, para contentar a gente como Carriqueo, el intendente se suma a la deslegitimación de nuestra historia. Pero los mismos destinatarios de su gesto, no se lo agradecerán, porque “Roma no paga traidores”. Más aún, exigirán más, como él mismo lo sabía cuando advertía que crecería “la bola de nieve”.

Es justamente lo que están dejando hacer, cuando no promoviendo, las diferentes administraciones desde hace varios años.

Difícil de entender es también el papel de los organismos de derechos humanos que dicen actuar en nombre de una “generación diezmada”. Salvo que crean que los desaparecidos tenían como bandera la fragmentación del país, que lucharon por la deslegitimación de nuestra historia y contra la soberanía del Estado argentino sobre la totalidad de su territorio. Si permiten que el monumento a Roca sea removido para dar lugar a un homenaje a los pañuelos blancos ese es el mensaje que dejarán para la posteridad: que la bandera de los derechos humanos es una cuña usada para la fragmentación de la Argentina.

Y no sólo por la dimensión territorial porque la trayectoria de Roca no se limita a eso. Aunque el anacrónico revisionismo actual intente estigmatizar su figura y encasillarlo como un exterminador de indios, hace tiempo que la historiografía ha reconocido el papel de Julio Argentino Roca en la construcción del Estado argentino. Y en su nacionalización. Los cultores de la Memoria (con mayúsculas) olvidan que fue Roca quien derrotó definitivamente a la corriente porteña y mitrista –unitaria- e impuso la federalización de Buenos Aires –sueño de Juan Bautista Alberdi y tantos otros-, que se convirtió en Capital de todos los argentinos recién en 1880, el año en que él asumió la presidencia. En esa lucha, fue respaldado por hombres de la talla de Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, José Hernández -autor del Martín Fierro- y su hermano Rafael, Carlos Guido y Spano, Lucio Mansilla, etcétera. Todos ellos fueron “roquistas”. Y hasta un joven Hipólito Yrigoyen se alineó con el ejecutor de la Campaña del Desierto.

Pero además fue durante sus dos mandatos presidenciales no consecutivos que se promulgaron las leyes que convirtieron a la Argentina en una Nación moderna homologándola al mundo de entonces: educación pública gratuita, servicio militar obligatorio, registro civil, moneda única, territorios nacionales.

Roca fue el hombre que hizo efectiva la autoridad del Estado sobre todo el territorio nacional, un rasgo indispensable en la construcción de la Nación.

¿Cómo se explica entonces que su figura sea blanco de escarnio por parte de quienes alardean de estatismo y de nacionalismo?

En Revolución y contrarrevolución en la Argentina, el gran historiador y polemista Jorge Abelardo Ramos, surgido de la llamada izquierda nacional, respondió magistralmente a los críticos de Roca. Ramos pone la Campaña del Desierto en el contexto de la época, de una Argentina en el umbral de su desarrollo moderno y con fronteras todavía no del todo consolidadas: “Las estancias vivían bajo el constante temor del malón. No había seguridad para los establecimientos de campo. La provincia misma carecía de límites precisos. En sus confines, a una noche de galope, se movía la indiada. (…) Toda la estructura agraria del país en proceso de unificación exigía la eliminación de la frontera móvil nacida en la guerra del indio, la seguridad para los campos, la soberanía efectiva frente a los chilenos, la extensión del capitalismo hasta el Río Negro y los Andes. (…) Las anomalías y fricciones con Chile obedecían en esa época a la presencia de esos pueblos nómades que atravesaban los valles cordilleranos, alimentaban con ganado de malón el comercio chileno del sur y suscitaban cuestiones de cancillería”.

Y, en referencia a la campaña diseñada por Roca, escribe: “Sería de una exageración deformante concebir otros métodos para la época. Algunos redentoristas del indio del desierto derraman lágrimas de cocodrilo sobre su infortunado destino; pero la ‘exterminación’ del indio fue inferior a la liquidación del gauchaje en las provincias federales. (…) El puritanismo hipócrita de los historiadores pseudo izquierdistas juzgará más tarde ese reparto de tierras como expresión de una política ‘oligárquica’. En realidad, la verdadera oligarquía terrateniente, la de Buenos Aires, ya estaba consolidada desde el régimen enfitéutico de Rivadavia, que Rosas amplió y que legalizaron los gobiernos posteriores”.

Además, exalta el otro gran logro roquista: “La federalización de Buenos Aires amputó a la oligarquía bonaerense la capital usurpada y creó una base nacional de poder. El principal factor centrífugo de la unidad argentina era aniquilado. Esa victoria nacional fue obra de la generación del 80″.

Es curioso que sean estatistas los que más atacan hoy a Roca. Sucede que no son estatistas en el mismo sentido en el que lo fue la generación roquista. Aquella construyó el Estado, sus instituciones, impulsó la extensión del alcance de su autoridad, su gobierno y sus leyes a todo el territorio nacional, y pacificó el país.

El “estatismo” actual consisten en un manejo arbitrario de los recursos públicos y un gigantismo de la plantilla de funcionarios, entre otras prácticas clientelares, a la vez que se incumplen las funciones básicas del Estado: educación, seguridad, defensa. Por eso no ven contradicción entre declararse “estatistas” y “nacionalistas” a la vez que atacan a instituciones y protagonistas de la etapa fundacional del Estado y la Nación.

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