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Eutanasia: cuando la violencia se disfraza de ternura

Por Guadalupe Batallán


Columna en el programa "Aunque te tiemble la voz" transmitido el viernes 9 de abril de 2021 por Alt Media TV.




"A duras penas empieza el 2021 y todavía con el mal sabor que nos dejó el aborto, nos enfrentamos ante una realidad igualmente cruda. Algunas noticias anuncian que este mes, se presentará la “Ley Alfonso” en busca de la legalización de la eutanasia. Y si uno mira con cuidado, empiezan a aparecer las historias lacrimógenas de personas con enfermedades terminales pidiendo morir en Infobae y la TV Pública.


Por eso es que hoy, quiero aprovechar estos minutos que me regala el programa para plantear algunos pensamientos alrededor del tema. Porque para muchos es muy fácil caer en las mentiras del relato ideológico que proponen la izquierda y el progresismo sobre la eutanasia y en pos de la empatía dedicarse a elaborar políticas públicas cuyo resultado ya está cantado: el más rotundo fracaso. Y mientras creen falsamente que en los barrios humildes, se oyen desde la calle los gritos de las mujeres abortando con una percha, también creen que en los hospitales, los enfermos terminales en sus últimos días, gritan “mátenme” hundidos en el dolor. De ese modo quieren hacernos creer que la “muerte digna” consiste en inyectarse veneno y no en prepararse para morir, acompañado, cuidado, querido y sin dolor.


Pero afortunadamente, en general, la realidad nos muestra otra cosa. Nos muestra que con el avance de la ciencia, evitar el dolor con fármacos es cada vez más fácil y cotidiano; y que el verdadero problema se encuentra en que en un país donde el acceso a cuidados paliativos es un derecho, sólo el 4,7% de las personas que los necesitan, puede acceder a ellos (según la Asociación Argentina de Medicina y Cuidados Paliativos).


Por otro lado, también tenemos que entender que no es normal “querer morir”. Solo quieren provocarse la muerte aquellos a quien su entorno los ha dejado creer que son una carga, porque la realidad entre los suicidas y quienes piden la eutanasia es la misma: piensan que sus familias y amigos los han abandonado, se sienten solos y creen que son una carga para los demás porque como sociedad les hemos hecho sentir que sus vidas son indignas y no merecen ser vividas. De hecho, algo que remarcan los especialistas en Cuidados Paliativos es que pese a que estas prácticas incluyen prepararse y aceptar la muerte, cuando un paciente se siente cuidado y querido no quiere morir: quiere vivir.


Pero volviendo al punto anterior, podemos decir que le hemos instalado al enfermo esta falsa creencia de que la dignidad puede perderse. Y esto tiene que ver con que muchas veces, incluso desde la retórica, se confunde -sin querer o intencionalmente- la calidad de vida con la dignidad humana. La primera puede ser mejor o peor dependiendo de las circunstancias en las que se encuentre el enfermo pero la segunda es la que determina nuestro valor como personas y nunca se pierde, no importa si estamos hablando de un niño en el vientre materno o de un enfermo en una camilla de hospital. Estamos hablando de algo tan grande que sirve nada más y nada menos que de fundamento para los Derechos Humanos.


El problema es que hemos caído dentro de una sociedad alienada por el consumo, donde quieren hacer depender la dignidad de la capacidad productiva o del éxito. Entonces aquellos que no son útiles al sistema ahora, ni siquiera merecen vivir. Y esto abre la puerta a otro gran flagelo y negocio con la muerte. Porque mientras hablan de morir “en buenas condiciones”, Dignitas, una organización europea que se encarga de practicar eutanasias, realizó 221 suicidios asistidos en 2020. Los cobró 2.700 dólares cada uno. Es decir, cerca de 250 mil pesos. ¿Qué incluía el servicio? Una inyección de pentobarbital (que para los particulares tiene un valor de 400 dólares), colocada por una persona sin instrucción médica. Todo esto en un contexto donde las legislaciones de eutanasia requieren cada vez menos requisitos y es posible acceder a la práctica sin siquiera padecer una enfermedad terminal, y donde -con registros subestimados- las muertes por eutanasia se cobran cerca del 4% de las muertes anuales. No nos olvidemos que en Oregon, por ejemplo, el servicio de Salud apenas si cubre 1000 dólares para tratamientos oncológicos, mientras la salida fácil está siempre abierta: qué baratos parecen entonces los 400 dólares de una inyección de pentobarbital.


En fin, llegado a este punto, podrían decirme “Pero, Lupe, con mi cuerpo hago lo que quiero” como fundamentación para buscar un suicidio que es en definitiva, lo que es la eutanasia. Lamentablemente, esto tiene que ver con dos errores. En primer lugar la mala creencia de que el suicidio es una decisión única, final e irrevocable, una falsa creencia social contra la que luchan los especialistas que se dedican a la prevención. En segundo lugar, están las malas interpretaciones sobre lo que es la libertad. Pero para entenderlo, debemos comprender que los derechos son como corazas que protegen distintos aspectos de la persona; es por eso que los defendemos. No porque sean importantes en sí mismos, sino porque permiten que mediante su ejercicio, el hombre pueda alcanzar la plenitud. Es justamente por eso que, como dice el Dr. Fernando Toller, jamás el derecho a la libertad puede incluir dentro suyo la posibilidad de autoeliminarse como sujeto del universo jurídico.


Porque entonces el derecho pierde su función que era proteger al hombre. En el fondo, es sentido común: de nada sirve un derecho si no hay un hombre para ejercerlo. En fin, para resumir tantas ideas, lo importante en el fondo sigue siendo lo mismo: no sucumbir a la desinformación o a la falsa empatía que nos hace ver todo blanco o negro, para que no nos demos cuenta que mientras nos endulza los oídos con relatos sensibleros, nos priva de la información y nos convierte en los idiotas útiles de la izquierda y el progresismo, llevándonos a una sociedad que confunda constantemente el amor con la violencia".

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