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La nueva mayoría surge de las urnas

Por Miguel Ángel Iribarne -

 

            A fines de 2023, la necesidad de reconstitución del poder presidencial se plantea con no menos agudeza de la que tuvo en 2003.  El desbarajuste y confusión de roles entre el Presidente, la Vicepresidente y el Ministro-Candidato han agravado las fragilidades ya ínsitas en la patética personalidad de Alberto Fernández. Después de veinte años volvemos a estar obligados a responder la pregunta sobre quién decide y a chequear luego, en las realidades cotidianas, la veracidad de la respuesta que se le dé.

 

            Entretanto, vivimos en plena reconfiguración del sistema de partidos. La debilidad que ya le era inherente se ha acrecentado de modo notorio con el terremoto electoral, en que la demanda ha reordenado a la oferta.  No puede obviarse que  se ha producido en las urnas una coalición de facto que manda sobre las estructuras del sistema preexistente.  Quienes intentan explicar el resultado de noviembre mediante el trillado “Pacto de Acasusso” toman la consecuencia por  causa. No podemos menos que recordar a Spengler cuando decía que era incongruente el materialismo dialéctico con el activismo de los comunistas, pues si las leyes ciegas de la economía predeterminaban el futuro, cuál era el papel del PC? El de “cooperadores de los eclipses de luna?” se preguntaba…Así Mauricio Macri y Patricia Bullrich, precipitándose a acordar con Milei, no hacían otra cosa que transparentar en la superestructura lo que ya había germinado en las conciencias de la inmensa mayoría de quienes votaran en octubre a JxC. Fueron detrás de sus propios votos.

 

            Hoy, el reseteo a que aludimos pasa, fundamentalmente, por el estallido de ésta última coalición, jugadora permanente de primer plano desde 2015. Mientras sus seguidores, homogéneamente, siguen con benévola expectativa los movimientos del nuevo gobierno, los cuadros superiores se astillan en una pluralidad de perspectivas, estrategias y tácticas: desde la fórmula presidencial, directamente conchabada en el nuevo gabinete, hasta los gobernadores, pasando por un radicalismo en que  las dudas identitarias no terminan de despejarse. La CC, por su parte, ya se fue, mientras emergen los minibloques que corren “en auxilio del vencedor”.  Entretanto en el magmático mundo del peronismo parece ser predominante el wait and see, explicable dada la escasez de recursos institucionales del nuevo gobierno, que permite, por ahora, contemplar diversos escenarios políticos posibles en el corto y mediano plazo.

 

            Pero, como diría Coco Basile, “la base está…”. Son catorce millones y medio de ciudadanos que no esperaron a sus presuntos referentes para elegir quién debe gobernar. Y esa opción, hasta nuevo aviso, coloca a  La Libertad Avanza como fuerza central, que de su actual carácter aluvional deberá ir pasando paulatinamente a uno orgánico. Con una estructura de legitimidad encabezada por Javier Milei y Victoria Villarruel (elección popular inmediata) seguidos por Abdala y Menem (elección popular mediata). A partir de allí las múltiples alianzas, circunstanciales o relativamente permanentes, que se tejan lo serán mediante esquemas de geometría variable. Quién manda lo decidió el voto.  Para qué manda: para un cambio de régimen económico, que, más temprano o más tarde se acompañará de mutaciones educativas, políticas. Etc.

 

            Contra esto se revolverá todo el país de los privilegios, los cotos de caza y las prebendas.  También el de  muchos derechos legítimos que en el revuelo inicial pueden resultar afectados. Esas resistencias se manifestarán básicamente en dos planos, por momentos eventualmente entreverados: el del Congreso y el de la calle.  En uno y otro abundará tanto la acción de lobby como las movilizaciones, que, incluso, pueden alcanzar ribetes disruptivos. En este último caso, el Estado se verá desafiado a afirmar su monopolio de la coacción eficientizando sus instrumentos.

 

            En cuanto a la eventual resistencia desde el Legislativo, estimamos que Javier Milei deberá explorar hasta sus últimos confines todos los recursos de democracia semidirecta que la Constitución del’94 le ofrece, y aplicarlos a un puñado de temas cruciales sea en lo fáctico sea en lo simbólico.  Sí: es probable que debamos entrar en una fase de “República referendaria”.  Y esto, de ser necesario, deberá afrontarse rápidamente, de modo de consolidar en el tiempo la mayoría nacida el 19 de noviembre. Recuérdese que en más o menos quince meses estaremos arrancando el proceso electoral de 2025.

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