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Poder y libertad en Juan Bautista Alberdi

Por Miguel Ángel Iribarne -

 

Brevísima reflexión sobre un tema inagotable.  Escribe Alberdi: “En el orden cronológico de su desarrollo, primero es el poder que la libertad”(En Ensayos sobre la sociedad, los hombres y las cosas en Sudamérica).  Un aserto absolutamente consonante con  la afirmación de Madison según la cual  “Uds. deben establecer primero un gobierrno capaz de controlar a los gobernados, y luego obligarlo a controlarse a sí mismo”(En The Federalist Papers).  No creemos, sin embargo que el tucumano lo dijese por influencia del norteamericano, sino por una común actitud de fidelidad a la observación empírica, punto de partida de eso que llamamos realismo político. Y que, frecuentemente, conduce a una concepción liberal-conservadora de la vida política.

Declaradamente diverso es lo que Alberdi llama “liberalismo de principios” – el de perfil iluminista- y que asocia descarnadamente con el “charlatanismo político”.  En este caso se trata de una posición apriorística, que convierte al liberalismo en ideología con ribetes utópicos, carente de espesor histórico y condenada a producir efectos absolutamente divorciados de las intenciones. “Es la barbarie, la ignorancia, la retrogradación, porque propende a hacer imposible el gobierno, debilitándolo hasta hacerle dejar de ser gobierno”. El padre de nuestra Constitución entiende comulgar en esta visión con San Martín, Bolívar, Egaña, etc. : “…cuando decían que convenía a estos países el gobierno monárquico, si no en el nombre al menos en la realidad, querían decir que se necesitaba de los medios expeditivos, vigorosos y enérgicos del gobierno monárquico, en que habían nacido y vivido durante su vida colonial y de tres siglos”. Y más adelante asevera: “así nuestra historia, como la de Chile, como la francesa y todas, enseñan que si el gobierno no puede ejercer un brazo fuerte, la causa de la libertad sucumbe”.

En todo caso, lo más significativo no es la forma monárquica, sino el mismo elemento “arquico”.  Es decir, la convicción de que sólo a partir de la fundación de un poder efectivo podrá ser viable y constructivo todo el despliegue de las libertades civiles que caracteriza al legado de nuestra civilización (véase al respecto, en esta página, nuestra nota De qué hablamos cuando hablamos de Occidente).

Y este es un tema de inocultable actualidad.  Frente a un escenario de conflictividad  creciente no se trata de convocar a los jóvenes mileístas a que enfrenten en la  calle a “los orcos”  como se ha hecho por allí.  Se trata, en cambio, de reivindicar el monopolio de la coacción legítima en manos del Estado y consolidar sus instrumentos. Todos. Esta es la responsabilidad de cuantas fuerzas políticas se consideren solidarias con el orden constitucional.-

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