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Integrar la historia para unir a la Nación







Este año se cumplen doscientos cincuenta años del nacimiento y doscientos de la muerte de Manuel Belgrano. Se trata de un marco propicio para reflexionar sobre la unión nacional bajo los auspicios de uno de los escasísimos próceres indiscutidos de la Argentina, respetado y honrado por católicos, liberales, peronistas, nacionalistas…





Comencemos por circunscribir el concepto de nación, concepto dinámico que se define en la reflexión de distintos pensadores y maestros. De RENAN, para quien “la Nación es un plebiscito cotidiano”. De ORTEGA, que nos recuerda que “no se convive por estar juntos, sino para hacer juntos algo’; en este sentido’, la Nación no se da porque existan caracteres comunes, sino porque conscientes de que existen, se pretende hacer juntos algo en la historia”. Del mismo Papa FRANCISCO, quien lo resume en una fórmula: “la Patria es un don, la Nación una tarea”.

Ahora bien; la Argentina, como realidad histórico-social, es un hecho complejo. Una Buenos Aires como puerto que mira al Atlántico y a Europa. Un Nordeste cruzado por los grandes ríos, que comparte con el Paraguay la permanencia del guaraní Un Cuyo que a veces se parece más a Chile…Un Noroeste que gravitó, comercial y culturalmente, en torno al Perú, hacia donde lo llevaba el antiguo Camino Real. La conciencia de esta complejidad como dato liminar se ha manifestado, por ejemplo, en las obras muy recomendables de DANIEL LARRIQUETA. De acuerdo a su tesis, la Argentina es un sistema, básicamente compuesto por dos subsistemas: el atlántico y el interior. Si este es el hecho, contenido de nuestra conciencia, el proyecto es integrar sólidamente el sistema y señalarle una comunidad de destino en lo universal. (pueden consultarse al respecto La Argentina renegada y La Argentina imperial).

Veamos: el subsistema interior cubre las áreas colonizadas por dos corrientes: la que provenía del Perú y la que procedía de Chile (ésta última, a su vez, nacida originalmente en el Perú). Se caracteriza por una pervivencia de elementos españoles mestizados en diverso grado con los pueblos indígenas (tataranietos, por lo demás, de la inmigración asiática). Nunca tuvo una capital única, pero sí algunas ciudades o villorrios descollantes, como Córdoba, Tucumán, Salta o Mendoza. No conoció fronteras con el Alto Perú, y se educó indistintamente en las universidades de Córdoba y Charcas. Se dividió en ocasión de las Guerras de la Independencia, que fueron –en realidad- guerras civiles no entre criollos y españoles sino entre virreinales y juntistas. Comenzó a declinar económicamente al cortarse sus vínculos con el mundo peruano y nunca encontró una inserción productiva satisfactoria en la Argentina independiente, aunque su gravitación demográfica en la misma no desapareció.

Por su parte, la Argentina atlántica se inicia con la marcha hacia el Sur de Juan de Garay y los hispanoguaraníes de Asunción que, con escala en Santa Fe, acabarán refundando Buenos Aires. Así “se abrieron puertas a la tierra”, y esas puertas la comunicaron directamente con la Metrópolis imperial y, más tarde, con la Europa toda. La ciudad porteña y la pampa adyacente resultarán el núcleo gravitacional de este subsistema que, tanto en mercaderías como en ideas nos integrará cada vez más decisivamente en la periferia europea, a partir de la decisión fundacional tomada en mayo de 1810.

Quedaron así conformadas las “dos Argentinas”. A algunos les gustará más una u otra: si solo existiese la Argentina atlántica nos pareceríamos un poco más al Uruguay. Si sólo estuviese la interior, nos asemejaríamos más a Bolivia. Sin embargo, debe tenerse presente que estos dos subsistemas nunca constituyeron compartimentos estancos. Por un lado, la sobrepoblación del NEA y el NOA en relación a sus limitaciones conómicas alentó una permanente expulsión de población hacia el Puerto, que se hizo particularmente visible en la década de 1930 y tendría efectos políticos nada desdeñables desde 1945. Pero previamente, entre 1860 y 1914, el “sueño argentino”-análogo al american dream- había traído millones de inmigrantes europeos y, en menor grado, mediorientales, , a estas tierras. Venían atraídos por la proverbial feracidad de nuestras pampas, pero luego –poco a poco- se diseminaron por Chaco, Misiones, Mendoza y Tucumán, además de la recién adquirida Patagonia. Se produjo así una mutua fecundación de grupos humanos que, en alguna medida, tendieron a “emparejar”’ étnicamente a la Argentina.(muy útil al respecto la obra de MARIO SARRAMONE Los abuelos inmigrantes).

Estos son los hechos. Sobre ellos debe articularse el proyecto integrador que realice definitivamente la Argentina una. Esta es tarea eminentemente política, porque la política es arquitectónica. Pero qué podemos aportar nosotros, los docentes –o futuros docentes- de Historia, y de las Ciencias Sociales en general? Comencemos por analizar lo que no debiéramos hacer, teniendo en cuenta que no hay politica de largo plazo, política de Estado viable, sin base en una concepción histórico-cultural que la sustente.

En mi infancia y temprana adolescencia recibí en la Escuela y luego en el Colegio Nacional, una versión canónica de la Historia Argentina, que definía claramente dónde estaba el Bien y dónde el Mal, quiénes eran los héroes y quiénes los villanos. SAN MARTÍN y BELGRANO aparecían como los próceres más ilustres, quizás porque ninguno de ambos había ejercido el poder a nivel nacional…Luego URQUIZA, SARMIENTO, MITRE, entre los exaltados, ROSAS y en general los caudillos provinciales entre los aborrecidos. Se trataba de lo que los adversarios de esta concepción calificaban como historia “clásica” o “liberal”. Disentir con ella podía condenar a un historiador al ostracismo académico y hasta existió el proyecto legislativo de un senador entrerriano que apuntaba a convertir en delito penal la crítica pública a alguno de los dioses del Panteón establecido.

No es de extrañar que, en condiciones tales, alguien que transitaba la adolescencia o la temprana juventud se viese tentado a enrolarse sin vacilaciones en la interpretación contrapuesta, autodenominada “revisionista”. Aquí los papeles se invertian. Dejando siempre a salvo a SAN MARTIN y BELGRANO, ahora correspondía la apoteosis de ROSAS, en primer lugar, y de QUIROGA, DORREGO, RAMÍREZ y PENALOZA en el cortejo triunfante. El drástico giro satisfacía el simplismo y el esquematismo frecuentes en la edad juvenil y se correspondía, sin mayor análisis, con determinadas militancias políticas.

En perspectiva tal, no podía sino resultar decepcionante que –hace alrededor de una década- el Estado mismo se atribuyera la capacidad de determinar la verdad histórica, sustituyendo el debate de los estudiosos por definiciones burocráticas y la sed de saber por la expectativa salarial al crear el “Instituto Nacional del Revisionismo Histórico”. Lo que había sido sana rebeldía y necesidad de aire fresco se convertía en una agencia administrativa que en pocos años se desvanecería sin pena ni gloria. Y sin embargo, desde mucho tiempo antes, sin apoyo ni colusión del Estado –felizmente- se había comenzado a desarrollar un trabajo histórico que trascendía las “líneas” y las “escuelas” sesgadas. Sin mencionar a la miríada de trabajos monográficos, que le dieron fundamento, quiero sí mencionar dos grandes síntesis que recomiendo a la atención de todos Uds. por su seriedad y su libertad de espíritu: me refiero –y solo a titulo de ejemplos- a las de FELIX LUNA y ANTONIO PÉREZ AMUCHÁSTEGUI, además de algunos libros de VICENTE MASSOT como Las ideas de esos hombres y La excepcionalidad argentina.

Ahora bien: si la Patria es un don que hemos recibido y la Nación una tarea por realizar, cuáles tendrían que ser los rasgos específicos que el historiador, el científico social y el docente de dichas áreas debieran aportar a su trabajo para hacerlo constructivo y fecundo? Lo esencial de la respuesta pasa, a mi entender, por su capacidad para articular y soldar los elementos heterogéneos y dispares de la herencia argentina. De modo de mostrar a todos lo que somos capaces de hacer cuando no sucumbimos al canibalismo. Las “escuelas” que hasta hoy polemizaron se esforzaban en exaltar o demonizar a nuestras personalidades históricas según se conformasen o no a sus respectivos modelos ideológicos. Lo nuestro, por el contrario, debe ser apreciar lo que, más allá y sin mengua de sus diversidades, dichas figuras aportaron, qué agregaron a la construcción de la casa común. Es decir, privilegiar en el análisis, trascendiendo los aspectos agonales o facciosos de la Historia -por lo demás insoslayables- a su dimensión arquitectónica.

Se vería así que:

  • quizás SAN MARTÍN recibió más ayuda de los ingleses de lo que le gustaría aceptar a nuestro nacionalismo contemporáneo, pero que no se supeditó a tal colaboración, sino que la usó para liberar de la Monarquía absoluta a media Sudamérica:

  • sin duda ROSAS fue autoritario, y hasta cruel, pero nos entregó un país territorialmente intacto cuando su destino parecía ser el de despedazarse en cuatro o cinco republiquetas y enclaves de las potencias europeas;

  • claro está que URQUIZA aceptó ayuda brasileña para resolver un pleito político interno de los argentinos, pero nos legó nuestra Constitución histórica, que el país esperaba, y que en sus lineas esenciales rigió durante casi un siglo nuestro desarrollo;

  • seguramente SARMIENTO patrocinó actitudes durísimas hacia el gauchaje, pero puso en marcha una política educativa que convirtió rápidamente al país no solo en el más alfabetizado de Latinoamérica sino en competidor aventajado en la materia respecto de muchas naciones de Europa;

  • indudablemente PERÓN pasó por encima de muchos de los límites propios del sistema republicano, pero generó la nación con mayor movilidad social ascendente de toda la región.

Entendámonos: no se trata de promover ningún pensamiento único en materia histórica. La libertad de investigación debe ser cuidadosamente preservada y, con ella, la posibilidad de que, en la interpretación de los hechos, surja una pluralidad de miradas. Lo que proponemos es prestar especial atención, en la obra de los hombres del pasado, a todo aquello que suma al legado de que hemos sido todos destinatarios. Decía ORTEGA citando a MOMMSEN “una Nación es un vasto proceso de incorporación”. Miremos especialmente en nuestros próceres su aporte a ese proceso.-

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