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Escándalo en Buenos Aires

El 13 de marzo de 1815 un escándalo de proporciones sacudió a la ciudad de Buenos Aires y envolvió en el bochorno al núcleo gobernante.





Resulta que en la localidad de Olivos acampaban las fuerzas militares a cuyo mando se encontraba Carlos María de Alvear. Estas milicias habían sido organizadas por el Directorio para hacer frente a las fuerzas de Artigas y eventualmente a las españolas si decidían desembarcar en Buenos Aires.


Alvear, entonces, mandó formar las tropas porque un sargento del regimiento sabía colocar quinchas o techar galpones con paja. Como el hombre conocía que algunos soldados eran del oficio fue eligiendo, este sí, este no, hasta conformar un grupo compacto.


El ofrecimiento fue muy oportuno porque el ejército necesitaba edificios y tinglados para la tropa, los pertrechos y la pólvora, de ese modo no se contratarían peones.

Estando el sargento en medio de la selección, el oficial responsable de ese regimiento, el teniente coronel Juan Fernández, se sintió molesto, si se quiere desautorizado y protestó airadamente por la licencia que se tomaba el suboficial. Un subordinado suyo.

Al momento estalló una violenta discusión la que concluyó cuando Fernández sacó su espada y atravesó de muerte al suboficial, delante de la tropa que no salía de su asombro. Nadie se movió. El silencio y el temor paralizaron a los bravos soldados. Entre otras cosas por lo estúpido de la discusión.


Naturalmente que todos esperaban el correspondiente castigo y el rigor de la ley. Más nada de eso ocurrió. ¿Por qué?


Porque el teniente coronel estaba casado con la hija de Gervasio de Posadas, a la sazón Director Supremo de las Provincias Unidas, por lo tanto pariente del General en Jefe de las fuerzas, Carlos María de Alvear.


Si bien el comandante impuso un arresto (un castigo menor frente a la gravedad del delito) ni eso Fernández cumplió. Puesto que se fue a la ciudad por unos días, para descomprimir la situación y después volvió al campamento sin siquiera la formulación de un sumario.


El despotismo y arbitrariedad de ese gobierno, ya demostrado en su brutal agresión a Artigas se ponía nuevamente en evidencia con un humilde Sargento. La élite porteña miraba con desdén al paisanaje. Mientras se ofrecía como una colonia a Gran Bretaña dejaba correr un crimen de un criollo al servicio de la patria.

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