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Pulperías

En la inmensidad de la pampa bonaerense y por lo general en cruces de caminos se erigían las pulperías, especies de ranchos de mala muerte construidos con barro y paja. Lugar de compra y venta, donde le gaucho andariego llevaba sus piezas, cueros, pieles de nutrias, plumas de avestruz y se proveía de yerba, azúcar, arroz y aguardiente. Fueron, también, territorio de encuentro y relaciones sociales del gauchaje solitario. Escenario de peleas que muchas veces llevaban a la muerte a los rudos hombres de campo. Y también, si se quiere, punto de origen de la literatura nacional, cuando nuestros paisanos se desafiaban a alguna payada o entonaban algún cielito patriótico. Solaz y descanso de los viajeros pues muchas de ellas eran al mismo tiempo postas que cedían sus caballos para el recambio de las galeras.





El ingeniero francés Alfredo Ebelot, contratado por el Gobierno Nacional para llevar adelante la construcción de una fantasiosa zanja que dio en llamarse de Alsina, porque don Adolfo la había ideado para contrarrestar los malones indígenas, se dedicó a escribir escenas de la vida campera, en virtud del fracaso del proyecto que lo había traído. Fino observador de la pampa ha dejado un relato vivido de estos comercios:


“¡Allá viene la galera! Grita algún criollo desde la enramada y todos salen de la pulpería, no hay suceso más importante en la indiferente monotonía del campo. Se alza a lo lejos una nube de tierra. Algo la viene precediendo, algo largo, confuso, dotado de movimientos singulares. Son los caballos y los postillones. La galera se acerca bastante despacio, los caballos están sedientos. La diligencia se arrima al corral. Los pasajeros se dan prisa en bajar para desentumecerse. Es cosa admirable ver salir tanta gente de tan estrecho cajón.”

Claro que no fueron solo un lugar de viajeros fatigados aquellas chozas en el medio de la pampa, algunas se establecieron como antros de corrupción e inmoralidad, donde el vicio de la prostitución, el juego y la embriaguez fueron su atractivo primordial. Muchas de estas pulperías eran volantes es decir se trasladaban de pago en pago por caminos intransitables, solo accesibles al gauchaje indómito que las visitaba para calmar viejos ardores.


Para evitar el nomadismo a que invitaban los lenocinios al paso, algunos estancieros fundaron pulperías dentro de sus dominios, evitando de este modo el vagabundeo improductivo. Huellas y caminos fueron su escenario

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