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Rescatar una bandera en tiempos de la batalla cultural

Por Ignacio F. Bracht (publicado en La Gaceta de la Iberósfera) - El Foro agradece a Ignacio Bracht su licencia para incorporar a nuestra web el valioso artículo de su autoría que fuese originalmente publicado en La Gaceta de la Iberosfera.

 


Los símbolos patrios, ya sean nacionales, provinciales, o de diversas instituciones u organismos públicos o privados constituyen un lenguaje que, a través de lo que exponen o representan, buscan transmitir valores, historia e identidades. La heráldica y la vexilología son artes o ciencias que estudian aquello que blasones y banderas pretenden expresar.


En tiempos de postmodernidad y de batalla cultural, globalización mediante, los símbolos forman parte de ese conflicto, que se vive a diario con las redes sociales y los medios de comunicación sin que el lector o el televidente se percate, en muchos casos, de los mensajes encriptados en lo simbólico, al decir de Carl Jung, que se le envían al ciudadano de a pie.


En estas tierras de Hispanoamérica, desde hace unos años, observamos que en cuanta concentración, marcha o movilización que promueven sectores de la izquierda y el “progresismo” vernáculo, comparten sus pancartas, simbología y banderas, con enseñas como la Wiphala, la cuadrangular y multicolor, cuyo origen se encuentra en algunas etnias cordilleranas Aymara y que desde 2008, durante la presidencia de Evo Morales, fue adoptada como bandera oficial, a la par de la nacional, de la República Plurinacional de Bolivia, mediante la Constitución sancionada ese mismo año.


En la Argentina, sirva como ejemplo, “organizaciones sociales” y políticas como la Tupac Amaru, que fuera conducida durante años bajo el amparo y al calor de los fondos recibidos por los sucesivos gobiernos kirchneristas, por la hoy presa y condenada por hechos de corrupción y violencia por la justicia de la provincia de Jujuy, Milagro Sala, hacía flamear sus insignias partidarias con los rostros de Tupac Amaru, el Che Guevara y Evita Perón (un curioso sincretismo), junto a la Wiphala, hoy universalizada como enseña de los llamados “pueblos originarios”, y adoptada por algunas corrientes de la New Age. Cabe resaltar que esta bandera no proviene de un ancestral pasado incaico ya que ningún vestigio arqueológico o testimonio de cronistas de Indias (tanto peninsular como americano) menciona al colorido emblema; sí que los Incas presidían sus ceremonias con un pendón rígido y que variaba según el soberano Inca de turno.


En un Congreso Indígena en Bolivia en 1945, donde asistieron arqueólogos, antropólogos e historiadores del pasado precolombino, se presentó un tapiz, un bellísimo tejido similar a un pequeño bolso y cerámicas de las etnias andinas Aymara, valga recordar, pueblo sometido por el imperio de los Incas, donde figuraba el cuadrangular policromático dibujo o diseño. En tiempos del Virreinato del Perú, existen dos pinturas de la escuela cuzqueña, una del Arcángel Gabriel del siglo XVIII y otra del siglo XVII, que los presentan a los ángeles arcabuceros con el manto ajedrezado. En 1978, se le dio el formato contemporáneo, y con el tiempo fue adoptado como la bandera de los pueblos originarios por distintas comunidades aborígenes de América, tan disímiles como los habitantes del Altiplano, del Perú, norte de Chile, pueblos y etnias del noroeste y norte argentino (pilagas, tobas, quom, guaraníes, huichis entre otros); que sin duda merecen el respeto del Estado Nacional y provinciales, cosa que no sucede a menudo, menos aún por los gobiernos que enarbolan el “indigenismo” como ariete ideológico. Esta bandera es válida para rescatar su pertenencia, algo creativo, si no fuera que se utiliza para confrontar con la idea de estado nación, oponiéndose desde la izquierda al pasado hispano criollo.


Recuerdo una imagen del 12 de octubre en Pamplona, en 2020, donde aparecen cuatro personas con el rostro cubierto, acompañados con la bandera vasca, la Ikurriña, y la Wiphala, destrozando dos estatuas de yeso pintadas símil bronce de Cristóbal Colón y el rey Felipe VI, lo que nos habla de que aquende y allende los mares este símbolo es utilizado con el mismo espíritu confrontativo y segregacionista.

Similar es el caso de la denominada “bandera mapuche”, adoptada por sectores radicalizados del sur argentino y chileno, como la RAM (Resistencia Ancestral Mapuche) en la Argentina y la aún más poderosa CAM (Coordinadora Arauco-Malleco), en Chile. Ambas organizaciones han cometido y lo siguen haciendo al presente, actos de violencia y terrorismo, contra personas, usurpando campos, parques nacionales, es decir tierras públicas como privadas, reclamando la soberanía territorial “ancestral” del Wallmapu (que ocuparía todo el sur chileno, parte del centro y todas las provincias de Neuquén, Rio Negro, La Pampa, sur de San Luis, parte de Chubut y la mitad de la de Buenos Aires; un verdadero dislate. Cabe resaltar que dichas organizaciones no respetan las Constituciones de ambos países, ni los símbolos nacionales.


La bandera que los identifica es la conocida con el nombre de Wenufoye (aunque existen otras variantes de banderas mapuches), resultante en 1992 de un concurso donde se presentaron 500 modelos de diseño, lo que nos habla que de “ancestral” no tiene nada, más allá que incorpora símbolos utilizados por el pueblo araucano.


No fue una característica de los múltiples pueblos indígenas, mal llamados originarios (ya que eran de un territorio, pero su actividad de nómades, los hacía invadir zonas de otras etnias y combatir contra ellos; caso de los araucanos, originarios del sur chileno, con los pueblos tehuelches de las pampas argentinas, por citar un ejemplo), de América contar con lo que hoy concebimos como banderas, existentes en la tradición europea, y que son construcciones contemporáneas. Pero el hecho es que se ha instalado en el colectivo social su “ancestralidad” y que en su mensaje de “reparación histórica”, cuestionan la concepción del Estado moderno, donde sus Cartas Magnas igualaron a todos los habitantes del país, más allá de su origen étnico (aborígenes, hispano-criollos, o descendientes de la vasta inmigración de todos los rincones del mundo de fines del siglo XIX y comienzos del XX), religión y nacionalidad de origen.


En sus consignas o postulados estos movimientos jaleados por ideologías de la variopinta izquierda, que no aceptan constituciones, ni símbolos del Estado Nación, en busca de su “identidad nacional”, plantean directamente la segregación territorial, algo violatorio de las Constituciones de los países americanos, al igual que sucede en España con los separatistas que violan la Constitución de 1978 y la unidad española.

Merece destacarse que las organizaciones mapuches cuentan con una sede internacional con sede en Bristol, Reino Unido, algo de por sí curioso por donde se lo mire, aunque no sorprende, ya que embozado o no, lo que pretenden en sus afiebrados postulados es el reconocimiento internacional; algo similar cuando los separatistas catalanes instalaban “embajadas paralelas” a la natural de España en distintos países del mundo.


Sirvan estos dos ejemplos, tanto el de la Wiphala como el de la bandera Wenofoye, aunque existen otros, para resaltar su reciente creación y desmentir las teorías que vocean sobre historia milenaria. La idea de crear ámbitos de separación y conflicto, dividiendo y enfrentando a las sociedades en una batalla cultural, repensando al lúcido marxista Antonio Gramsci, no es nuevo, pero ha cobrado ímpetu en sectores de la izquierda internacional o “progresistas” acicateados por creaciones como el Grupo de Puebla, hijo dilecto del Foro de San Pablo de los noventa, para impulsar las crisis y acceder al poder vía democrática e instalar los modelos populistas de los llamados Socialismos del Siglo XXI y las “democracias participativas”, al decir del pensador marxista Ernesto Lacleau.


Si a lo antedicho, le sumamos la creación en 1978 en los Estados Unidos de la bandera del Arco Iris de las minorías LGTB, más la reciente y novedosa bandera TRANS, vemos una muestra más de empoderar minorías, enfrentando a sectores sociales, imponiendo diferenciaciones, como si una bandera nacional de un estado contemporáneo no abarcara a todos sus habitantes, más allá de sus gustos ideológicos, políticos, sexuales o culturales. La izquierda cultural, por defección de las derechas, en muchos casos, ha ganado terreno en los ámbitos universitarios, medios de comunicación, estableciendo una agenda globalista que apunta al corazón del Estado-Nación, como lo hemos concebido hasta el presente. Valga como ejemplo lo visto en la asunción del presidente chileno, Gabriel Boric, donde en la plaza repleta de adherentes, flameaban banderas moradas del colectivo feminista radical, del Partido Comunista –integrante de la coalición de gobierno-, y banderas mapuches. Sólo la ausente, era la bandera nacional de Chile; todo un síntoma de lo mencionado.


Merece mencionarse que la actual Ministro argentina de la Mujer, Igualdad y Género, Elisabeth Gómez Alcorta, que maneja un presupuesto anual de 17.000 millones de pesos, dedicado a políticas de género, en un país donde la pobreza es cercana al 50 por ciento, fue la abogada defensora del terrorista seudo mapuche, Jones Huala, condenado en Chile por la Justicia y de la mencionada Milagro Sala, también condenada en Jujuy, además de ser una de las representantes del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el Grupo de Puebla.


El Relato como Constante. El ‘multiculturalismo’ ideologizado


En esta confrontación cultural, muchas de estas insignias, válidas como creaciones modernas para recordar sus orígenes, buscan rescatar a los llamados “pueblos originarios”, pero repetimos, con un discurso y relato hispanofóbico, curiosamente racista, en donde se niega y abomina de un hecho incontrastable de la conquista de América, que fue el mestizaje de culturas y de sangre, que la convirtieron en un suceso único en la historia de la Humanidad, dando a luz un Nuevo Mundo, consecuencia de esa fusión, que hizo que América, España y Occidente mismo, fueran diferentes al anterior a 1492, tanto a un lado como del otro del Atlántico.

La Bandera de la Hispanidad, como se la denominó luego, posee el paño de color blanco, color de la paz y de la luz; a su vez predominante en muchas banderas históricas del Imperio Español

En la Argentina, fue el primer gobierno electo por sufragio universal y secreto como consecuencia de la llamada Ley Sáenz Peña, por el voto popular, encabezado por el presidente Hipólito Yrigoyen, figura icónica del Radicalismo, quien mediante un Decreto de 1917 estableció como fasto patrio al 12 de Octubre como «Día de la Raza». En su contenido queda manifiesto el sentido dado al término: rescatar y honrar a la raza americana surgida de esa confluencia entre España y las múltiples y diferentes culturas de los nativos indígenas del vasto imperio español, que se extendió desde los hoy vastos territorios de los Estados Unidos hasta el Cabo de Hornos, incluidas las Islas Malvinas. Por citar otro ejemplo de distinto signo político, en 1946, el presidente electo Juan D. Perón en su discurso en homenaje al genial Don Miguel de Cervantes, el 12 de octubre de dicho año, que podría ser de los más prestigiosos hispanistas y que dejaría patitiesos a los presentes progrekirchneristas, sostuvo: “Para nosotros, la raza no es un concepto biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual”, continuando con los postulados de Yrigoyen.


Con el tiempo el fasto del 12 de octubre pasó, al igual que en España y otros países de Iberoamérica a denominarse Día de la Hispanidad, aunque algunos lo siguen celebrando con la original denominación, como lo es en la República Oriental del Uruguay.

Recién será durante el primer gobierno de Cristina Kirchner, comprometida con el relato de la nueva izquierda, que mediante un decreto, el 1584 de 2010, el Día de la Hispanidad pasó a llamarse “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”, una entelequia, que continúa hasta hoy y que no fue modificado durante el gobierno de Mauricio Macri; que más que respetar es atacar y desconocer nuestro origen.


En ese año, dos legisladores de fuerzas de izquierda presentaron un proyecto para cambiar la enseña de la Ciudad de Buenos Aires, que ostenta las Armas del escudo que su fundador Don Juan de Garay otorgó, a la ciudad por él fundada en 1580, argumentando, entre otros detritos, a su entender, contra “el pasado imperial, su cruz sangrante de Calatrava, su falta de ecumenismo republicano, etc., etc.,” entre otros dislates ahistóricos ideologizados. Por voces que se levantaron, el proyecto no fue aprobado en la Legislatura de la Ciudad.


El 12 de octubre, Día de la Hispanidad, se celebra en muchos países como hemos mencionado, siendo en la propia España, el Día Nacional. Allí, es rechazada por independentistas que no la consideran su “fiesta nacional”, como los separatistas catalanes que han trocado su histórica bandera, la Señera, roja y gualda, por la Estelada, estandarte del independentismo. Otro ejemplo más, de la manipulación de los símbolos.


En 2013, durante su segundo mandato, la actual vicepresidente, desmanteló el magnífico complejo escultórico, del italiano Arnaldo Zocchi, que recordaba a Cristóbal Colón, inaugurado en 1921 y donado por la comunidad italiana en el país con motivo del Centenario de 1910. En el marco de su relato bolivariano, donde Colón fuera catalogado del iniciador del “genocidio”, fue sustituido por el de la heroína de la independencia, Doña Juana Azurduy de Padilla. Debe resaltarse que la Coronela, así se la llamó, era de sangre mestiza (madre indígena y padre criollo de origen vasco) y su marido, un criollo español americano. Sin Colón, Azurduy no hubiera existido; en síntesis, la absurda antinomia desconocedora de la realidad hispanoamericana volvió a tener en estos dos ejemplos una argumentación más, falaz por donde se la mire, de crear los opuestos de: Imperio, España y conquista, versus neoindigenismo, libertad y sojuzgamiento.


Estas corrientes de la nueva izquierda cultural recicladoras de la ya enmohecida “Leyenda Negra” no cejan en levantar símbolos para dar sustento a su parcial mirada de nuestra historia. Cuando el mundo Iberoamericano se traduce como síntesis y no como antinomia de sustitución de uno por otro, como lo atestiguan desde el lenguaje, la religión mayoritaria, la vasta arquitectura, las instituciones y la herencia hispano criolla que nos identifica.


Recientemente, el régimen chavista presidido por Nicolás Maduro modificó el histórico escudo de la Ciudad de Caracas (Santiago de León de Caracas), otorgado por Real Cédula de Felipe II en 1591, quitando el león y la Cruz de Santiago, es decir, borrando la referencia histórica del pasado hispano y cristiano. La acción fue realizada para celebrar “simbólicamente” el 20 aniversario de la vuelta de Hugo Chávez al poder, tras el fracaso del intento de destituirlo, por parte de sectores de las fuerzas armadas.


Rescatar una Bandera: La Poetiza de América y un Capitán Uruguayo


Por lo expuesto merece ser rescatado del olvido un hecho que se produjo en 1932, con motivo de celebrarse en la República Oriental del Uruguay la VII Conferencia Panamericana. Surgió a iniciativa de la gran poetiza uruguaya Juana de Ibarbourou (nacida en Melo en 1892, fallecida en Montevideo en 1979. Era hija de Vicente Fernández, natural de la villa de Lorenzana, provincia de Lugo, Galicia y de Valentina Morales, una de las familias criollas de origen español más antiguas del Uruguay, casada con el capitán Lucas de Ibarbourou), o “Juana de América” como la denominaron sus contemporáneos de las Letras, un concurso continental para dotar de una bandera que representara la Hispanidad, como síntesis y unidad de los mundos y culturas que se forjaron a partir de 1492.


El diseño que se adoptó fue el presentado por el Capitán de Artillería del ejército uruguayo, Ángel Camblor (nacido en Rivera en 1899 y muriendo en Montevideo en 1969. Sus padres eran de origen asturiano. En 1929 terminó sus estudios en la Escuela Superior de Guerra en España, recibiendo la Cruz del Mérito Militar por ser el más óptimo alumno de dicho centro de estudios castrense). Acompañada de un lema: “Justicia, Paz, Unión, Fraternidad”, valores que aquel señaló como representativos de los hispanos.


La enseña fue adoptada por todos los estados americanos e izada por primera vez el 12 de octubre de 1932 en la Plaza Independencia, en el corazón de Montevideo, por la propia poetiza Ibarbourou con la asistencia de las escuelas oficiales y de las tropas del Ejército. El 3 de agosto (recordando la partida de Colón del Puerto de Palos) subsiguiente se izó en forma análoga en todos los países de América, también en España, levantándose al cielo en Buenos Aires el 12 de octubre de 1933 en la Exposición Rural de Palermo ante la asistencia de 60.00 personas, entre ellos el presidente argentino Agustín P. Justo, autoridades nacionales, cuerpos diplomáticos y un casi centenar de directivos y presidentes de centros culturales hispanos, luciendo en un desfile, las agrupaciones regionales españolas sus vestimentas típicas como vascos, gallegos, aragoneses, asturianos, entre otros, de manera conjunta con alumnos de escuelas argentinos y agrupaciones tradicionalistas de gauchos montados.


Tal como lo escribió Camblor en su libro, publicado en 1935, titulado ”LA BANDERA DE LA RAZA. SIMBOLO DE LAS AMÉRICAS”, donde relata con lujo de detalles las personalidades e instituciones que asistieron, incluido el primer diputado socialista argentino, Don Alfredo Palacios y la repercusión en la prensa escrita, en toda América y en España. En sus páginas nos brinda los decretos de los gobiernos que la oficializaron como Brasil, Paraguay, Guatemala, Nicaragua, Honduras, República Dominicana, Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Costa Rica, Panamá, El Salvador, México- donde se dispuso que fuera jurada en las escuelas públicas por millones de escolares-, algo que debe desconocer su actual presidente Andrés Manuel López Obrador, cofundador del Grupo de Puebla; además de los ya citados Argentina y Uruguay.



Camblor expresa en sus motivaciones y fundamentos que: “Decir Día de la Raza es como decir día de la familia. Pero bien es sabido es que jamás nadie ha podido ver en esa denominación afinidad alguna antropológica, o étnica, es decir cuestión física. Nosotros no consideramos más que la moral: una raza compuesta por la levadura de indios y españoles; hombres y mujeres venidos más tarde de todas las regiones de la tierra. Es la raza sociológica, más del alma que de los huesos…”. Queda claro cuál fue el espíritu con que el capitán oriental afrontó la idea y creación de esta bandera que, valga decirlo, fue reproducida en alegóricos sellos postales de muchos países americanos, expuestos en la publicación de Camblor, al igual que muchas fotografías de revistas y diarios de la época.



La Bandera de la Hispanidad, como se la denominó luego, posee el paño de color blanco, color de la paz y de la luz; a su vez predominante en muchas banderas históricas del Imperio Español, cruzadas muchas de ellas por las gloriosas aspas de Borgoña, testigo de innumerables hechos históricos memorables, como la que ostenta el Regimiento de Infantería Nª 1 de Patricios del Ejército Argentino en Buenos Aires. Las tres cruces color púrpura recuerdan a los reinos de León y Castilla y a las tres naves que comandó el Gran Almirante Don Cristóbal Colón; el sol que parece amanecer representa el sol incaico Inti y el despertar del nuevo continente americano. En su espíritu la enseña muestra la intención de plasmar los dos mundos que se unieron para dar origen a uno nuevo: La Hispanidad, que al decir del gran poeta Rubén Darío “aún reza a Jesucristo y habla el español”.





Con el tiempo su uso fue dejado de lado y pasó al olvido. Sólo en 1992, al constituirse la Comisión Argentina de Homenaje al Quinto Centenario del Descubrimiento de América, que presidió el historiador Dr. Armando Alonso Piñeiro, y que tuve el honor de integrar como Secretario de Relaciones Institucionales, junto a distinguidos miembros, la bandera creada por Camblor fue adoptada como emblema de la Comisión.


En tiempos donde la batalla cultural arrecia a nivel global, tanto en Iberoamérica como en la propia España, donde las consignas son las mismas, con diferencia de matices: separatismos y neo indigenismo pringado de neo marxismo, un progresismo multicultural que pretende socavar las entidades nacionales, fundantes de nuestra cosmovisión cultural, donde se derriban o mancillan estatuas , monumentos, en pos de un “revisionismo” sectario y ramplón, por demás de ignorante, rescatar del olvido un símbolo que representa la unión y un pasado común que nos da identidad, que no fragmenta ni sectoriza, sino que es abarcativo a nuestra propia raíz, sin supremacismo alguno, surgida de un capitán del ejército uruguayo y de la gran poetiza americana, se hace a mi parecer necesario. En momentos de gran confusión donde los titiriteros de la confrontación trabajan a destajo, siguiendo la premisa que sostuvo el mencionado Gramsci en los lejanos años treinta, donde sostuvo que era necesario para el proceso revolucionario “conquistar el mundo de las ideas, para que estas sean las ideas del mundo”. Valga a colación un hecho que muestra como se busca invertir el sentido de las cosas, incluido el sentido común. En 2007, se creó en base a la bandera de la Hispanidad, una versión que mantenía el paño blanco y el sol, pero las tres cruces se trocaban por tres estrellas rojas, símbolo del comunismo, designándola como bandera del “Paniberismo Socialista”; sin que tuviera demasiada difusión y ningún éxito.


Esta andanada que sufrimos a diario y donde la simbología integra esa batalla cultural que hoy nos embiste con fiereza, intentando imponer un modelo autoritario, de pensamiento único, globalista, silenciando toda voz o espíritu disidente que se levante en defensa de la verdad histórica, contra el siempre sesgado relato ideologizado. El rescate de esta bandera será, sin duda, una muestra de la resistencia de la Hispanidad, la Raza Cósmica, de la que hablaba el gran pensador mexicano José Vasconcelos Calderón.


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